Internacional
Las elecciones en Escocia se juegan un segundo referéndum de independencia con la vuelta a la UE como meta
- Los independentistas esperan rondar el 60% de los escaños
- Una negociación de divorcio entre Inglaterra y Escocia sería un Brexit al cubo
Víctor Ventura
Hace siete años que David Cameron se jugó el futuro del Reino Unido en un referéndum sobre la independencia de Escocia que debía ser "un hito generacional" que reafirmara la unidad del país durante las siguientes décadas. En ese tiempo, tantas cosas han cambiado que, políticamente hablando, ya han pasado los 30 años prometidos antes del siguiente. O, al menos, eso es lo que alegan los independentistas escoceses, que en este "súperjueves" electoral británico buscarán una nueva mayoría absoluta que les permita exigir a Londres un nuevo referéndum y, como objetivo final, poder ingresar en la UE en una década.
Escocia lleva ya 14 años bajo el Gobierno del Partido Nacionalista Escocés (SNP), cuya razón de ser es la búsqueda de la independencia. Tras perder el referéndum de 2014 por 55% a 45%, el partido perdió la mayoría absoluta y parecía deprimido, hasta que el Brexit, que Escocia rechazó mayoritariamente, les devolvió los ánimos. La última vez, alegan, sus votantes tenían que elegir entre estar en Reino Unido y la UE o quedarse fuera de ambas. Ahora tienen que elegir entre una de las dos uniones: salir de la una significaría entrar en la otra. O eso desean.
Pese al éxito de la vacunación, los escándalos internos del SNP o los del Partido Conservador de Boris Johnson, toda la campaña se ha basado en torno a una gran pregunta: si el SNP recuperará la mayoría absoluta. Todas las encuestas indican que los tres partidos independentistas (el SNP, los Verdes y Alba, un pequeño partido recién creado por el exlíder del SNP para 'rescatar' votos) obtendrán de sobra el 51% de los escaños, y probablemente se acerquen al 60%. Pero los 'Tories' han dejado claro que solo sentirán la presión de convocar un segundo referéndum si el SNP, por sí solo, suma los 65 escaños necesarios para la mayoría absoluta.
Los resultados se conocerán a lo largo del viernes y el sábado. El sistema electoral escocés usa dos urnas, al estilo alemán: una para elegir un diputado por cada una de sus 73 circunscripciones (el que más votos tenga), y otro para repartir 56 diputados por la Ley D'Hont, 7 por cada una de sus 8 regiones, descontando los diputados que ya haya obtenido cada partido por el método anterior. La idea es utilizar un sistema proporcional (la segunda urna) para corregir las desproporciones que el sistema mayoritario (la primera urna) causa sobre los partidos pequeños. Para sacar una mayoría absoluta, un solo partido tendría que ser poco menos que el más votado en todas y cada una de las circunscripciones del país, con un mínimo margen de error. Y el SNP parece estar al borde de conseguirlo.
La situación, sin embargo, puede ser mucho más compleja de lo prometido, incluso si el SNP arrasa. Johnson dice por un lado que habrá un referéndum si el SNP obtiene la mayoría, pero por otro asegura que "ahora no es el momento" de convocarlo. Y su táctica consiste en usar el 'libreto Rajoy': limitarse a bloquear indefinidamente la autorización de un nuevo referéndum y dejar que sea el SNP el que intente convocarlo por las malas, armando un "1-O" escocés si hace falta, con la esperanza de que así pierdan la legitimidad. Pero la primera ministra escocesa, Nicola Sturgeon, dice que está dispuesta a ir hasta el Tribunal Supremo para poder celebrar el referéndum legalmente.
¿Vuelta a la UE?
La gran baza de los independentistas es la posibilidad de regresar a la UE en una década desde que se firma la ruptura. Dado que el Reino Unido era un país miembro hasta hace nada, es casi seguro que una Escocia independizada por las buenas cumpliría de sobra todos los requisitos formales de democracia, estado de derecho y administración estatal.
Los problemas, sin embargo, son de índole económica, y harían que el Brexit se convirtiera en "una pelea de patio de colegio" en comparación. Si extraer al país de una unión económica en la que llevaba menos de medio siglo ha sido una labor hercúlea y traumatizante, separar dos países que llevan unidos política, territorial y comercialmente algo más de 300 sería lo mismo, elevado al cubo.
Johnson ya ha dejado claro que no compartiría la libra, así que Escocia tendría que inventarse una propia moneda antes de poder usar el euro de forma oficial. El déficit del Gobierno escoces ronda el 8,5% del PIB del territorio, según los cálculos de Londres, por lo que tendrían que hacer fuertes recortes o buscar una nueva fuente de ingresos una vez se corten las transferencias desde Inglaterra. Y el mayor riesgo es que, entre tanto, las grandes empresas y bancos con sede en Edimburgo decidan cambiar su sede para evitar lo más duro del ínterin.
A todo eso se suma que Johnson está presionando a la UE -que tampoco está muy interesada en ver a unos independentistas triunfar al lado de su casa- para que desanime a los independentistas. Según el London Evening Standard, Johnson habría ofrecido aceptar los estándares alimentarios europeos y cerrar la crisis de Irlanda del Norte, entre otras concesiones demandadas por la Eurocámara, a cambio del respaldo de Bruselas en esta batalla.
Aun así, el gran problema de los unionistas es que todos sus argumentos en contra de la independencia son los mismos que Johnson despreció sistemáticamente durante la campaña del Brexit, con el apoyo de una mayoría de ingleses. El actual Gobierno ha demostrado estar dispuesto a soportar daño económico e institucional a cambio de soberanía e independencia. El SNP se limita a decir que ellos piensan lo mismo, pero respecto a Londres, en vez de Bruselas. La pregunta es qué puede hacer Johnson para frenar esta deriva: si las cosas no cambian, en algún momento se cumplirán los 30 años que dijo Cameron.