Mariano Rajoy Brey (Santiago de Compostela; 27 de marzo de 1955), llegó, vio y venció: El ex presidente arrasó a Broncano marcando con su visita a Pablo Motos un 18.7% de share y 2.482.000 espectadores frente al 14.1 de La 1, con 1.891.000 espectadores. Una diferencia abrumadora de casi 600.000 espectadores de media.
Más allá de la expectación y del dato, Rajoy apareció este jueves en El Hormiguero como quien entra en la sala de estar de una vieja amistad. El ex presidente presentaba su libro pero hay que decir que él en sí mismo es un personaje literario. Con su hablar pausado, su humor inesperado y su capacidad para encontrar belleza en lo cotidiano, Rajoy encarna una forma de estar en el mundo que parece anacrónica en estos tiempos de velocidad y estridencia. Habiendo ocupado el cargo más alto del poder Ejecutivo, encuentra ahora su satisfacción en cosas tan simples como caminar al amanecer o escuchar las historias de quienes acuden a su despacho.
Vestido con un aire sobrio, Rajoy no fue al plató en teoría para dar clases de política pero la mera presencia del ex presidente convierte el político todo lo que le rodea, con la misma facilidad que la Piedra Filosofal convertía en oro cualquier objeto con solo rozarlo.
"Lo mejor que puede hacer un presidente es tener buena relación con todos, independientemente de que puedan pensar de manera diferente. Hay que saber que la democracia no consiste solo en votar. La democracia te faculta para gobernar, no para mandar y mucho menos para tener derecho de pernada", añadiendo otro recado para su sucesor diciendo que echaba en falta aquella España en la que se "dialogaba con la gente".
Rajoy no acudió para dar un mitin sino para algo tan poco original como presentar su libro. Más allá de las inevitables alusiones políticas o los momentos de humor, el antecesor de Pedro Sánchez reivindicaba la normalidad como una forma de resistencia frente a un mundo en constante ebullición. Pablo Motos fue este martes el Rey Midas de la televisión porque tener a Rajoy en directo es oro pero Trancas fue el mejor entrevistador de la noche: "Si eres presidente y tienes que tomar una decisión impopular, pero necesaria. ¿Es mejor comunicarlo de forma sincera o hacerlo por lo bajini?", preguntó la hormiga. "Lo mejor es decir siempre la verdad", espetó son oficio de político viejo: "Cuando llegué al Gobierno, en diciembre del 2011, me tuve que comer y tragar muchas cosas que había dicho en la campaña electoral. Estábamos en una situación económica absolutamente lamentable y recuerdo que subí los impuestos y bajé el gasto. Fue algo muy duro", señaló (durante su campaña siempre negó que subiría los impuestos). Rajoy explicó que tuvo que tomar aquella medida por responsabilidad: "Si no lo hubiera hecho, no hubiéramos salido de la mayor crisis económica que vivió España en los últimos 50 años", dijo.
Su libro suena un poco peñazo: es un compendio de sus discursos parlamentarios. Pero Mariano amenizó semejante planteamiento accediendo a hablar de sí mismo con ese tono tan suyo, mezcla de retranca gallega y filosofía estoica. Porque Rajoy, como buen personaje de novela costumbrista, es un hombre que hace de lo prosaico un arte. Su vida actual, alejada de la política, tiene la regularidad de un reloj suizo: caminar siete u ocho kilómetros al amanecer, atender el registro mercantil, reunirse con conocidos y disfrutar de su familia. "Llevo una vida razonable, estoy contento", dijo, como si esa frase contuviera la clave de un equilibrio perdido en estos tiempos frenéticos.
La conversación entre Pablo Motos y Rajoy avanzó con el ritmo de una tertulia de sobremesa, donde los silencios son tan elocuentes como las palabras. Habló de su etapa como presidente, siempre con ese tono de quien sabe que la nostalgia no es buena consejera, pero tampoco puede evitar visitarla de vez en cuando. "Ha sido un honor ser presidente del Gobierno de mi país. No hay mayor honor que ese", sentenció, pero no sin matices: "Había emociones fuertes, claro, pero también momentos en los que disfrutar era complicado, visto cómo estaba el patio". Rajoy, siempre hábil, evitó profundizar en lo que calificó como "el patio", pero su mirada apuntaba al ruido constante que hoy invade la política española.
Hubo un momento especialmente brillante cuando Pablo Motos le preguntó si ganaba más dinero como registrador de la propiedad o como presidente del Gobierno. "De presidente del Gobierno se gana poco", dijo. Pero más allá del comentario económico, lo que subyacía era otra reflexión: la política, con todas sus emociones y sacrificios, es un camino que exige desprenderse de lo material y, en muchos casos, también de una parte de uno mismo.
Rajoy no ha perdido su habilidad para utilizar el humor como un escudo, no tanto para evitar el enfrentamiento, sino para desarmar al adversario con elegancia. Al recordar sus enfrentamientos parlamentarios, especialmente con Pablo Iglesias, lo hizo con una curiosa mezcla de respeto y lejanía. "Iglesias se preparaba los temas, cosa que se agradece", reconoció, pero también subrayó la distancia sideral que los separaba en lo ideológico. Su anécdota con Aitor Esteban del PNV ("Si quieres grano, Aitor, te dejaré mi tractor") fue recibida con risas generalizadas, y Rajoy, consciente del impacto, explicó que aquello no era un simple chascarrillo, sino una réplica cargada de intención política.
La conversación derivó entonces hacia el estado actual del Parlamento, un lugar que, según el expresidente, ha cambiado radicalmente. "Hoy los discursos han sido sustituidos por el tuit o el titular. Hay gente que lleva escritas las réplicas antes de escuchar al otro", lamentó. Su descripción del "barbarismo" que, en su opinión, predomina en la política actual, evocó a un tiempo en el que el diálogo y la urbanidad eran pilares fundamentales de la vida pública. "Ahora hay demasiado ruido, demasiada bronca, y eso no es bueno para nadie", añadió, con una serenidad que recordaba a esos personajes literarios que, habiendo pasado por todas las tormentas, ven el caos del mundo desde la distancia protectora de su jardín.
Rajoy habló de su rutina diaria. Se levanta temprano, incluso en los días de invierno en los que el frío es "de cinco bajo cero", y camina kilómetros en soledad, disfrutando del silencio. Luego trabaja en el registro mercantil, un lugar que, según explicó con paciencia, garantiza la transparencia y la seguridad jurídica. Por la tarde, dedica su tiempo a recibir visitas, a escuchar historias, y, de vez en cuando, a impartir alguna conferencia. Es una vida sencilla, pero profundamente humana, construida sobre las pequeñas certezas que sobreviven a las grandes turbulencias.
Cuando Pablo Motos le preguntó si no era más entretenido ser presidente del Gobierno, Rajoy respondió con esa mezcla de humor y melancolía que lo caracteriza: "Había más emociones fuertes, sí, pero también muchas cosas que… mejor dejarlas pasar". En sus palabras había una aceptación casi filosófica, como si hubiera comprendido que, tras haber vivido en el ojo del huracán, la verdadera felicidad reside en el sosiego.

Rajoy insiste en que su vida actual está alejada de la política, la sombra de esta sigue presente. Durante la entrevista, no pudo evitar criticar la polarización que, según él, domina el panorama político actual. Habló de la necesidad de unidad, de respeto a las instituciones y de diálogo, valores que, en su opinión, se han perdido en los últimos años. "Un presidente no puede renunciar a su responsabilidad. No debe hacer lo que le conviene, sino lo que es necesario, aunque sea impopular", afirmó, recordando las decisiones difíciles que tuvo que tomar durante su mandato, como la citada subida de impuestos tras llegar al poder en 2011. Rajoy dejó claro su desacuerdo como la amnistía a los independentistas catalanes y la polarización. "La división y la polarización se están utilizando demasiado como instrumentos políticos, y eso es muy malo para un país", dijo. Sus palabra fueron recibidas con aplausos por parte del público. No sabemos si de forma espontánea o porque el regidor marcó con su señal que lo hicieran.