El agua mordía los muros con furia desatada, como si el cielo hubiera decidido vengarse de la tierra. En medio de esa riada implacable, entre escombros y lodo, una pequeña chispa de vida permanecía intacta: Aurora, una bebé de apenas un mes, que no comprenderá nunca cómo aquel día la maldita DANA la tomó como rehén, ni cómo la voluntad de los demás la devolvió a la vida.
Era 29 de octubre en Paiporta, Valencia. Aurora viajaba con su madre, Flor, y su abuela, cuando el temporal las sorprendió en el peor momento. El coche, un juguete la corriente, se convirtió en una trampa mortal. Flor, todavía convaleciente de una cesárea, reunió una fuerza inexplicable, una energía ancestral que solo la desesperación de una madre puede despertar. Abrió la puerta del coche y, con el agua abrazándole las piernas, extendió los brazos hacia la abuela. Entre ambas consiguieron salvar a Aurora del avance imparable de la corriente.
Con la bebé en alto, comenzaron a caminar, pegadas a las paredes de las naves industriales, donde la oscuridad del agua devoraba el suelo. Flor no tenía miedo de resbalar, de hundirse, de que la fuerza de la corriente las arrastrara; su único pensamiento era Aurora, aquel diminuto corazón latiendo al ritmo del caos.

En un momento de lucidez, Flor confió a Aurora a Azahara, una mujer alta que apareció como un faro entre las olas. Azahara no dudó: trepó una valla y se abalanzó sobre ellas, llevándose a la pequeña entre sus brazos. A veces el heroísmo es tan simple como no pensarlo dos veces.
Entre un grupo de refugiados, encontraron cobijo en una tienda de recambios de coches. Allí, entre herramientas y repuestos que ya no eran útiles, hallaron una maleta. Una maleta como cualquier otra, de esas que se llevan a los aeropuertos, las estaciones de tren, las despedidas. Pero ese día se convirtió en cuna, en salvavidas, en arca de Noé. Aurora fue colocada dentro, envuelta en chaquetas y pañuelos, y la cerraron con cuidado, como si custodiaran un tesoro. Si el agua subía, la maleta flotaría; si la tormenta no cesaba, Aurora sobreviviría.

Horas después, la Guardia Civil irrumpió en la escena. El sargento Del Río describió el momento como un cuadro irreal: entre lodo y escombros, voces desgarradas se alzaban pidiendo ayuda. Y allí, en la segunda planta de la tienda, encontraron a Aurora. Dormía. Dormía con la serenidad de quien no entiende la tragedia, de quien no conoce el miedo ni el peso de la incertidumbre. Dormía porque otros se desvelaban por ella, porque en su maleta, el mundo exterior no podía alcanzarla.
Helena Resano, al contar esta historia en LaSexta, no pudo evitar conmoverse: "Aurora tiene un mes y no lo recordará", se consolaba. Pero tal vez no necesite recordarlo. Su nombre será suficiente. Aurora, como la primera luz tras la noche más oscura. Aurora, como la promesa de que, incluso en medio del caos, el amor humano puede convertir una maleta en un milagro.
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