La lona tembló bajo los focos, pero no de emoción. Mike Tyson, con sus 58 años pesados, y Jake Paul, un youtuber de 27 que hace boxeo como quien practica marketing, subieron al cuadrilátero con promesas de espectáculo. La noche, transmitida en directo por Netflix, era esperada como un duelo entre leyendas de distintos tiempos. Fue, en cambio, una parodia cara y previsible. El combate, si así puede llamarse, dejó claro que Tyson ya no es "el hombre más temido del planeta" y que Jake Paul puede dar vueltas alrededor de un mito sin sudar.
Tyson intentó mantener la compostura desde el centro del ring. Paul danzaba, lanzaba golpes sin alma, y el veterano, que había prometido guardar fuerzas para el final, apenas se movía. Los números no mienten: Tyson conectó 97 golpes en toda la pelea, con un magro 18% de efectividad. La imagen de un ídolo que, de un paso torpe, parecía más cerca de un resbalón que de una ofensiva, se grabó en la retina de los espectadores. No hubo ningún golpe para recordar. Ninguno para soñar con el Tyson de antaño. Paul, mientras tanto, fingía recibir daño, evitando en todo momento exponer al hombre que tenía enfrente. Fue un baile, no un combate.
El público, que había pagado para ver un choque de generaciones, no tardó en expresar su descontento. Las críticas de los comentaristas en directo fueron duras: "Una noche gris", "Mike da lástima", "El guante izquierdo de Tyson lleva más castigo que Jake Paul". En varios momentos, el Madison Square Garden se llenó de abucheos. Paul, consciente de su superioridad, se mostró respetuoso. Habría podido noquear a Tyson en cualquier momento, pero se contuvo. Prefirió que la leyenda terminara en pie, aunque su dignidad quedara en el suelo.

Netflix y el bochorno de una apuesta fallida
Netflix apostó fuerte por el evento, publicitándolo como su gran entrada en el boxeo en directo. Lo que obtuvo fue un circo mal montado. Desde los problemas técnicos que dejaron a miles de usuarios sin señal hasta la falta de chispa en el ring, la velada fue un desastre. El combate entre Tyson y Paul no solo careció de intensidad, sino de sentido. Fue una estafa para los aficionados y una lección costosa para Netflix, que invirtió más de 50 millones de dólares en una noche que ahora muchos quieren olvidar.
Jake Paul aprovechó el micrófono para desafiar a Canelo Álvarez, campeón mundial de los supermedianos, en lo que parece más un truco publicitario que un reto real. Tyson, por su parte, defendió su decisión de pelear: "Aún tengo algo que ofrecer". Pero su imagen de anoche decía lo contrario.
Katie Taylor y Amanda Serrano: el robo de la noche
Antes del espectáculo principal, Katie Taylor retuvo su título de los superligeros en un combate polémico contra Amanda Serrano. La puertorriqueña conectó más golpes y llevó la ofensiva, pero los jueces favorecieron a la irlandesa, desatando la ira del público. Serrano, con la ceja abierta por un cabezazo de Taylor, peleó hasta el final, pero la decisión quedó en manos del dinero y los nombres grandes. Fue otro golpe, esta vez para el prestigio del boxeo.
Netflix se fue de la noche con un aprendizaje costoso: los mitos pesan, pero no siempre llenan. Las promesas vacías tienen un límite. Y el boxeo, más que nunca, necesita peleas reales.