El caso de Fede Arias no es más que otro capítulo en ese esperpento nacional que mezcla apellido de familia con hambre de focos. Como tantos otros frikis ilustrados que creen que el eco de una dinastía empresarial justifica un hueco en la tele, se lanza al ruedo mediático sin arte ni trapío. Y termina toreado por la indiferencia.
Por algún misterio aún no desvelado por la física cuántica, Fede Arias —heredero del legendario imperio de los Almacenes Arias, que en sus buenos tiempos vistieron a media España de tergal— ha confundido la nostalgia familiar con la celebridad. Y claro, el batacazo ha sido antológico porque no todo el que quiere ser famoso lo es, ni siquiera aunque invite a Ágatha Ruiz de la Prada y a Sonia Ferrer a su boda gay, con la esperanza de que las revistas se peleen por el exclusivo reportaje como si fuera el bautizo de la infanta.

El joven Arias, probablemente influido por alguna lectura intensa de Hola durante una manicura, se despertó un día con la firme convicción de que su enlace matrimonial sería "la boda gay del año". Lo que no imaginaba es que esa frase, lejos de ser el reclamo irresistible que él creía, resultaría tan eficaz como vender helados en la Antártida. Con la sonrisa de quien cree estar firmando un contrato con la posteridad, se dirigió a las revistas del corazón ofreciéndoles la exclusiva: boda, besos, invitados presuntamente célebres y mucho amor en HD. Y por si fuera poco, prometía la asistencia de tres estrellas de la galaxia mediática: Ágatha, Sonia y Patricia Cerezo.
Pero ni por esas
Las revistas, que suelen ir más sobradas de bodas que de papel satinado, respondieron con un sonoro bostezo. Ninguna quiso. Ni una mísera línea. Ni una foto pixelada. Ni un pie de foto en letra 8. A Fede Arias le dolió más que si le hubieran roto la vajilla de Sargadelos. Porque cuando uno tiene vocación de portada y acaba en el buzón de spam, la caída es dura.
Eso sí, donde otros habrían optado por el discreto silencio y la retirada digna, Fede prefirió redoblar su apuesta. El lunes por la mañana —día propicio para los entierros y los desengaños— contactó de nuevo con los medios. Pero esta vez no para vender, sino para regalar. Sí, regalaba las fotos como quien reparte participaciones de una rifa benéfica. Las enviaba con ilusión, esperando que al menos Semana, Lecturas o Diez Minutos se apiadaran de él y le dieran una esquinita entre un posado en bañador y una ruptura con comunicado.
Nada. Silencio. Solo ¡Hola!, magnánima en su versión digital (no nos engañemos, la del papel es la que cuenta), publicó algunas instantáneas. Fede, que soñaba con una doble página en la revista junto al mar y con declaraciones como "nos casamos porque el amor lo puede todo", tuvo que conformarse con un enlace perdido en la web, justo debajo de un artículo sobre los estilismos de la princesa Leonor.
Dicen que cuando Dios cierra una puerta, abre una ventana. Fede, sin fe pero con WiFi, decidió ampliar horizontes. Y ahí lo tienen ahora, enviando las fotos de su boda a cualquier medio que tenga un formulario de contacto. Desde blogs de moda en Cuenca hasta páginas de memes en Instagram. Todo por la fama, aunque sea en diferido y con marca de agua.
Porque Fede no quiere ser noticia, quiere ser alguien. Y eso —como sabe cualquiera que haya intentado colarse en la alfombra roja sin invitación— no se logra con una boda y tres famosos en la lista. Se necesita carisma, escándalo, una buena operación estética o, en su defecto, un romance con un torero. Y eso, de momento, no consta.
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