Desde un elegante apartamento parisino con vistas al Sena, la voz pausada y firme de Farah Phalavi, última emperatriz de Irán, sigue resonando entre quienes la recuerdan como un símbolo de una era de modernización, occidentalización y esplendor. A sus 86 años, la viuda del Sha Mohammad Reza Pahlavi revive su historia en una película autobiográfica que se estrenará en 2027, una obra que, según ella, busca mostrar no solo los lujos de la corte imperial, sino también el profundo amor por su país y el dolor del exilio.
Farah Diba se convirtió en la tercera esposa del Sha en 1959, tras conocerlo en París mientras estudiaba arquitectura. En poco tiempo, pasó de ser una joven universitaria iraní a convertirse en reina consorte de uno de los países más ricos y prooccidentales de Oriente Medio. La boda, fastuosa y regia, marcó el inicio de una vida envuelta en diamantes de Harry Winston, vestidos de Dior y ceremonias imperiales que hoy serían impensables en el Irán gobernado por la teocracia chií.

El nuevo film, dirigido por la cineasta franco-iraní Emily Atef, retrata esa transformación y los años dorados del país antes de la Revolución Islámica de 1979. En esa época, Irán presumía de ser un Estado moderno, con un creciente protagonismo femenino en educación y empleo, además de una notable apertura cultural. "Muchos iraníes me escriben hoy desde dentro y fuera del país. Me llaman 'Shahbanu' y reconocen mi voz por teléfono. Me emociona ese cariño", relata Pahlavi, aunque reconoce que pide discreción por temor a que los servicios de inteligencia del régimen puedan interceptar esas comunicaciones.
La caída del Sha, debilitado por protestas, represión y una creciente oposición interna, supuso un giro radical para el país y una tragedia personal para Farah. En 1980, un año después del triunfo de la revolución liderada por el ayatolá Jomeini, el emperador falleció en El Cairo víctima de cáncer. Le seguirían dos pérdidas aún más desgarradoras: dos de sus cuatro hijos se suicidaron, quebrados por la presión y el exilio forzado.
La exreina nunca ha negado las sombras que acompañaron al régimen de su esposo, criticado por su autoritarismo y por el uso de la temida policía secreta SAVAK. Sin embargo, insiste en que el legado del Sha debe leerse también desde la óptica de sus reformas modernizadoras, como la alfabetización masiva, el impulso al sistema educativo, la promoción de los derechos de las mujeres y la inversión en arte y cultura. "No quiero que la película se centre solo en la represión. También hubo progreso, cultura y belleza", defiende. Una de sus iniciativas más recordadas fue la fundación del Museo de Arte Contemporáneo de Teherán, inaugurado en los años 70 con obras de Picasso, Warhol, Bacon y Rothko, valoradas en más de 3.000 millones de dólares. Era la primera vez que muchas de estas piezas salían de Europa y EE. UU., lo que colocó a Irán en el mapa artístico mundial. Tras la revolución, muchas de las obras fueron ocultadas por ser consideradas inmorales. Aun así, Farah cree que el pueblo iraní no ha perdido su sensibilidad ni su sed de libertad cultural. "Los iraníes siguen amando el arte, la poesía y la libertad, pese a todo lo que han vivido", afirma con serenidad.

Su visión del presente iraní está marcada por una mezcla de esperanza y escepticismo. Observa con admiración la creciente protesta interna contra el régimen de los ayatolás, especialmente tras el asesinato de Mahsa Amini en 2022, que desató una ola de movilizaciones conocidas como la "Revolución de las Mujeres". Pero al mismo tiempo, desconfía de que Occidente tenga un compromiso real con la causa de la libertad en Irán. "Estados Unidos, el Reino Unido y otros países solo actúan si sus intereses se ven afectados. No lucharán por el pueblo iraní si no les conviene", asegura. Incluso ha criticado decisiones simbólicas, como el intento de Donald Trump de cambiar el nombre del Golfo Pérsico por 'Golfo Arábigo', algo que considera una ofensa histórica al legado persa. Curiosamente, en este punto su postura coincide con la del régimen islámico, que también condenó ese gesto. "Ha sido el Golfo Pérsico durante siglos. No pueden cambiarlo para hacer negocios con Arabia Saudí o Emiratos", zanja la reina emérita.
Desde París, Farah Pahlavi contempla con una mezcla de melancolía y dignidad los restos de un pasado que no olvida. A pesar de las heridas personales, su tono nunca suena derrotado. Mira hacia Irán con amor, pero también con claridad. Sabe que no volverá a ser reina, pero sueña con ver a su país renacer, libre del autoritarismo religioso. Mientras tanto, se aferra al recuerdo de lo que fue, a las palabras de quienes aún la llaman "Shahbanu" con afecto, y al anhelo de que su legado no quede sepultado entre los escombros de una revolución que transformó para siempre el destino de su nación.