Uruguay despide este martes a uno de sus hijos más ilustres y queridos: José "Pepe" Mujica, expresidente, exguerrillero, referente moral y político de toda América Latina, ha fallecido a los 89 años debido a complicaciones derivadas de un cáncer de esófago. A su lado, hasta el último aliento, estuvo su compañera de vida y militancia, Lucía Topolansky, exvicepresidenta del país y figura clave de la izquierda uruguaya.
"Me estoy muriendo, pido que me dejen tranquilo", había declarado con serenidad y lucidez meses atrás, cuando anunció que la enfermedad se había extendido a su hígado. Hoy, el país entero lo llora.

Mujica, célebre por su austeridad, su honradez y su estilo de vida simple, gobernó Uruguay entre 2010 y 2015. Durante su presidencia impulsó profundas reformas sociales, entre ellas la legalización del aborto, el matrimonio igualitario y la regulación estatal de la marihuana, en una audaz apuesta por combatir el narcotráfico desde la legalidad. Su gestión también se caracterizó por el aumento del gasto social, la caída del desempleo y una marcada mejora en el salario mínimo. "Vivo con lo justo para que las cosas no me roben la libertad", decía desde su chacra en las afueras de Montevideo, donde residía con Topolansky rodeado de gallinas, perros, flores y huertas. Su vida campestre, lejos de los lujos y privilegios del poder, lo convirtió en un símbolo mundial de coherencia y honestidad. "No soy pobre, soy sobrio", solía decir.

A lo largo de su vida, Mujica transitó de la lucha armada a la lucha democrática. En los años 60 fue uno de los líderes del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, la guerrilla urbana de inspiración socialista que desafió al sistema en plena Guerra Fría. Pagó caro su compromiso: fue baleado en varias ocasiones y pasó 14 años en prisión, muchos de ellos en condiciones inhumanas, confinado en soledad y oscuridad. "Nos tocó pelear con la locura y triunfamos: no quedamos lelos", relataba con sorna al recordar su encierro en el fondo de un aljibe seco durante la dictadura militar (1973-1985).
Con la vuelta de la democracia, Mujica cambió las armas por las urnas. Se integró al Frente Amplio, coalición de izquierdas que canalizó las demandas sociales desde la institucionalidad. Fue diputado, senador, ministro de Ganadería, Agricultura y Pesca, y finalmente presidente. Siempre alejado de protocolos, y reacio a usar corbata, ganó las elecciones de 2009 con más del 54% de los votos.
Como presidente, se convirtió en una figura global, admirado por su franqueza, sus frases sabias y su crítica al consumismo. Recibía con naturalidad en su chacra a visitantes de todo el mundo, desde líderes políticos hasta estrellas del cine y el deporte como Emir Kusturica y Diego Maradona. Allí servía pan casero y vino fresco, con la misma hospitalidad que ofrecía a sus vecinos del barrio rural. Lucía Topolansky, su esposa desde hace más de cuatro décadas, compañera de lucha en la clandestinidad y en la política, lo despidió en la más estricta intimidad. "Se fue como vivió: en paz, con la tierra, entre flores", expresó visiblemente emocionada, según allegados.

Símbolo de lucha, resistencia y humanidad
Su legado trasciende las fronteras uruguayas. Mujica forma parte de la llamada "ola rosa" de líderes progresistas latinoamericanos del siglo XXI, junto a Lula da Silva, Evo Morales, Néstor Kirchner y Rafael Correa. A diferencia de muchos, su nombre queda limpio de corrupción y su figura se agranda con el tiempo.
En una de sus últimas reflexiones públicas, ya retirado y dedicado a enseñar oficios rurales a jóvenes vulnerables, hizo un balance autocrítico de su gobierno: "Sacamos a bastante gente de la extrema pobreza, pero no los hicimos ciudadanos, los hicimos mejores consumidores. Esa es una falla nuestra".
Hoy Uruguay lo despide como lo conoció: con afecto, con respeto y con orgullo. José Mujica fue un símbolo de lucha, resistencia y humanidad. Y, sobre todo, un hombre libre.