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El gran amor de Lina Morgan fue una monja que colgó sus hábitos por la cómica, que hoy hubiera cumplido 89 años

María de los Ángeles López Segovia (Madrid, 20 de marzo de 1936) más conocida como Lina Morgan, falleció en 2015 pero este jueves hubiera cumplido 89 años. El programa Tardear ha llevado a plató a una mujer que ha desvelado el verdadero amor de la gran cómica: una monja que colgó los hábitos por amor a la actriz. Pero más allá de este secreto desvelado hoy, estamos ante una de las grandes. Hace medio siglo protagonizó junto a Juan Luis Galiardo y Chris Huerta Imposible para una solterona (Rafael Romero Marchent), un título que parece esconder amores que en aquella época eran imposibles de confesar.

El gran amor de Lina Morgan

Si el teatro es un templo donde los actores buscan la eternidad, Lina Morgan encontró la inmortalidad en la risa del público, en el bullicio de los aplausos que se encendían cada noche en La Latina como bengalas de un Madrid que aún creía en la magia de las vedettes. Hoy, la cómica que dibujó una España menos gris con su desparpajo y su vis cómica habría cumplido 89 años.

Pero detrás de la bata de lunares, del gesto torcido y del zapateo inesperado que desencadenaba carcajadas en los más circunspectos, había una mujer que guardaba sus secretos con la misma precisión con la que ejecutaba un chiste. Este jueves, en el plató de Tardear, se ha desvelado uno de ellos: el gran amor de Lina Morgan fue una monja que colgó los hábitos por amor a la actriz: "Ella lo dejó todo por amor. Se llamaba Mari Carmen y era un ser maravilloso, pasó de ser la sierva de Dios a la sierva de Lina. Ella trabajaba como 'ama de llaves', cocinera, sirvienta... e ingresó todo el dinero que recibió en concepto de 'sueldo' en una cuenta a nombre de Lina por si faltaba ella antes, como así fue", ha contado Ana Valdi, una de las mejores amigas de la cómica. "Falleció tres años antes que Lina. Supongo que el dinero lo donaría a alguna ong".

Una estrella forjada en el esfuerzo

Nacida como María de los Ángeles López Segovia en el Madrid de 1936, Lina Morgan supo desde pequeña que su destino estaba en los escenarios. Pero si la comedia era su don natural, el sacrificio fue su escuela. Su físico no encajaba en los cánones de la vedette clásica, pero tenía algo más poderoso que unas piernas largas o una cintura de avispa: una simpatía arrolladora que le permitía adueñarse del escenario con un simple parpadeo.

Juan Carlos Pérez de la Fuente, el último director de teatro que intentó trabajar con ella, recuerda cómo en los años 90, cuando la actriz llenaba el Hostal Royal Manzanares de audiencias millonarias, aún soñaba con demostrar que podía hacer algo más. "Me decía que quería hacer a Brecht o a Pirandello", cuenta el director. Y tenía razón: Lina no solo era la cómica del pueblo, era también una actriz con una capacidad inmensa para la emoción, para el melodrama y la poesía. Pero la inseguridad y los consejos erróneos de quienes la rodeaban le hicieron desistir. "Se rodeaba de personas que le decían que la crítica la iba a destrozar. Al final, alguien le dijo que no merecía la pena si le generaba tanto sufrimiento", explica Pérez de la Fuente.

El precio de la popularidad

Ser amada por el público no siempre significa ser comprendida. Lina Morgan, que se entregaba por completo a su trabajo, no siempre recibió el reconocimiento de la crítica. José Sacristán, compañero y amigo, lo resume con una frase demoledora: "Más que una buena actriz, era un fenómeno social".

El actor trabajó con ella en películas como Señora Doctor o La graduada, donde su complicidad traspasaba la pantalla. Durante un tiempo se especuló con que entre ellos pudo haber algo más que amistad. Sacristán siempre lo ha negado: "La palabra novio habría sido excesiva". Lo que sí existió fue un respeto mutuo y la conciencia de que lo que Lina Morgan tenía no se aprende en las escuelas de interpretación. Porque su talento no estaba solo en la ejecución de un gag, en el dominio del tempo cómico o en la picardía de una mirada. Su talento estaba en su capacidad de conectar con la gente, de ser un espejo en el que cualquier espectador podía verse reflejado y, al mismo tiempo, un destello de luz en una realidad muchas veces sombría. Fue mucho más que actriz, vedette, cantante, empresaria de teatro o bailarina.

Un amor oculto en los bastidores

Dicen que fue novia de Manolo Zarzo tres años, de 1949 a 1952, pero eso nunca estuvo claro. La revelación de que Lina Morgan vivió un gran amor con una exmonja añade un nuevo matiz a su historia. Poco se sabe sobre esta relación, más allá del gesto radical que supone dejar atrás la vida religiosa por una pasión terrenal, pero no cuesta imaginar la escena: una mujer que ha hecho del sacrificio su dogma de vida encuentra en Lina Morgan un torbellino de vida y alegría.

"De puertas para dentro era todo muy natural entre ellas, pero de puertas para afuera se vivía todo con absoluto secretismo. Lina era una mujer religiosa y tenía pánico al pecado, así que lo vivía con angustia, pero el amor era tan puro, tan grande...", desvela Valdi. "Mari Carmen le daba masajes muy sensuales en las piernas a Lina, y subía, subía, subía...", ha relatado pícara. "Mari Carmen adoraba a esta mujer, estaba muy enamorada. Lina tenía miedo al pecado y nunca dijo 'estoy enamorada', pero se sentía agradecida por tenerla en su vida. Ahora lo cantaría a los cuatro vientos".

Una despedida sin aplausos

Los últimos años de Lina Morgan no fueron fáciles. Aquejada de problemas de salud, su figura se fue desdibujando en el recuerdo de los espectadores hasta que, en 2015, la noticia de su muerte cerró definitivamente su historia.

Pero los grandes cómicos nunca mueren del todo. Siguen vivos en una coletilla que alguien repite sin darse cuenta, en un chascarrillo que resuena en una sobremesa, en una escena que vuelve a aparecer en televisión y nos arranca una risa inesperada. Pocos artistas han reunido a tantos espectadores como la protagonista de Vaya par de gemelas, Sí al amor, El último tranvía y Celeste... no es un color; o películas como Los subdesarrollados, Soltera y madre en la vida y La tonta del bote y series de televisión como Compuesta y sin novio y Hostal Royal Manzanares.

Hoy, cuando habría cumplido 89 años, imaginamos a Lina Morgan en el cielo de los artistas, con su paso de claqué imposible y su sonrisa pícara, arrancando carcajadas a los dioses. Quizá, en un rincón del paraíso, la espera aquella monja que un día colgó los hábitos por amor a la risa. Porque si hay algo que Lina nos enseñó es que la vida, con sus misterios y contradicciones, siempre es mejor si se afronta con humor.

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