Alice Weidel (Gütersloh; Renania del Norte-Westfalia, 6 de febrero de 1979) es la candidata del partido Alternativa para Alemania (AfD), la fuerza hegemónica de la derecha radical en el país. Líder de la formación en el Bundestag desde el año 2017, Weidel es el rostro de la ultraderecha alemana que tiene "enamorado" al mismísimo Elon Musk. Entre sus contradicciones destaca que defiende la familia tradicional pero es lesbiana y tiene dos hijos que cría junto a otra mujer. Weidel ha consolidado su liderazgo en base a una retórica dura contra la migración, defendiendo amplias restricciones fronterizas y replicando un nacionalismo alemán bajo la lógica del "antiglobalismo". Con ella al mando, AfD ha experimentado un amplio crecimiento, especialmente en Alemania oriental, la prueba está en el dato que se confirmará este 23 de febrero.
A Alice Weidel le gusta la precisión, o al menos esa es la imagen que proyecta. Economista de formación, con un doctorado bajo el brazo y un pasado en la banca de inversión, su mundo es el de los gráficos limpios, los balances cuadriculados, las cuentas que siempre cuadran. Pero cuando se trata de su vida personal y su discurso político, la ecuación se vuelve un jeroglífico indescifrable. Weidel lidera un partido, que clama por la defensa de la familia tradicional y rechaza la "ideología de género", pero ella misma vive en pareja con una mujer, la cineasta suiza de origen ceilandés Sarah Bossard, con quien cría a dos hijos. Su formación política vocifera contra la inmigración y la supuesta erosión de la identidad alemana, pero la madre de sus hijos es una mujer nacida en Sri Lanka. En los mítines, se desgañita proclamando un nacionalismo férreo, una Alemania fuerte y soberana, pero su hogar está en Suiza, donde pasa más tiempo que en su distrito electoral en el lago Constanza. Weidel es el retrato de una paradoja, un enigma envuelto en la pulcritud de sus trajes de corte impecable. Su sonrisa gélida y su discurso afilado desconciertan incluso a quienes llevan años siguiéndole la pista. Se mueve entre capas de contradicción con la seguridad de quien nunca permite que la luz entre demasiado en su mundo. En el fondo, parece una ejecutiva de alto nivel que ha decidido hacer carrera en la política de la ultraderecha porque allí vio una oportunidad, un vacío de poder que supo llenar con la frialdad calculadora de quien entiende la política como un tablero de ajedrez y no como una cuestión de principios.
Una alemana atípica para un partido que rechaza la atipicidad
AfD ha crecido nutriéndose del descontento de un sector concreto de la sociedad alemana: hombres conservadores, en su mayoría de la antigua Alemania del Este, que ven en la globalización y la inmigración las causas de todos sus males. Para ellos, el perfil de Weidel debería ser poco menos que anatema. Ella es una mujer de éxito, criada en el acomodado Oeste alemán, políglota, cosmopolita, con un historial profesional que la habría hecho brillar en cualquier partido liberal. Pero ahí está, en la cúspide de una formación que cada vez se desliza más hacia el extremismo, gritando en los mítines sobre "remigración" y "la islamización de Alemania", temas que, curiosamente, parecen interesarle mucho más que la economía, su teórica especialidad. Cuando en 2013 entró en AfD, el partido aún tenía un tono más académico y euroescéptico que abiertamente xenófobo. Era un espacio donde una tecnócrata como ella podía encajar. Pero con los años, la formación giró hacia un populismo feroz, cada vez más nacionalista y antiinmigración. Todos los fundadores originales, aquellos que hablaban de tipos de interés y rescates bancarios, terminaron marchándose. Ella no. Permaneció y se adaptó, convirtiéndose en uno de los rostros más reconocibles del partido. ¿Por qué se quedó? La respuesta parece simple: porque vio la oportunidad de escalar hasta lo más alto. Su ambición la ha llevado a abrazar un discurso que, en muchos aspectos, contradice su propia vida. En público, habla del declive de los valores tradicionales, de la amenaza del multiculturalismo, del peligro de abrir las puertas a los refugiados. En privado, construye una familia que encarna todo lo que su partido desprecia. No es que Weidel haya intentado ocultar su orientación sexual o su vida personal, pero tampoco la exhibe. Sabe que es un punto incómodo dentro de AfD y lo maneja con la frialdad de quien entiende que la política es, ante todo, un ejercicio de contención.
¿Cómo puede militar en un partido que se opone a los derechos LGTBIQ+ mientras tiene una familia con otra mujer?
Los periodistas que la han seguido de cerca coinciden en que Weidel es una política camaleónica. Su tono es el de una académica segura de sus argumentos. Puede tornarse seductora, casi simpática, en la intimidad. pero en un mitin, es puro cálculo: cada palabra, cada gesto, cada inflexión de voz está medida para resonar con su audiencia. Pero cuando la sorprenden con preguntas incómodas, el barniz se resquebraja. En un programa de televisión en directo, un ciudadano del público le preguntó cómo podía militar en un partido que se opone a los derechos LGTBIQ+ mientras ella misma tiene una familia con otra mujer. Su rostro se tensó. Respondió con evasivas, pero no pudo ocultar el fastidio. No es la primera vez que reacciona así. Weidel ha aprendido a manejar la contradicción, pero no a disimularla por completo. Su vida y su discurso son dos piezas de un rompecabezas que encajan a la fuerza, sin sutileza, con los bordes todavía ásperos. En un partido donde la lealtad se mide en pureza ideológica, su figura sigue siendo una rareza tolerada más por pragmatismo que por convicción.
Las encuestas colocaban a AfD en segunda posición con un 22% de intención de voto. No gobernará, porque el resto de partidos mantienen un cordón sanitario contra la extrema derecha. Pero su ascenso es imparable. Weidel ha jugado un papel clave en ese crecimiento, aunque su futuro dentro del partido no está garantizado. Los ultras de AfD, liderados por Björn Höcke, ven en ella una aliada útil, pero no una de los suyos. Si en algún momento deja de ser funcional para la causa, no dudarán en deshacerse de ella. Hasta ahora, ha sabido equilibrar su imagen de política seria con la radicalidad que exige su electorado. Pero cuanto más crece el partido, más se radicaliza, y las contradicciones de Weidel podrían volverse demasiado evidentes incluso para sus propios seguidores. Por ahora, sigue ahí, con su mirada glacial y su discurso implacable, tratando de mantener en equilibrio la imposible ecuación que es su vida política. En un país que desconfía de los líderes ambiguos, su mayor reto no es derrotar a sus rivales, sino evitar que sus propias contradicciones la devoren desde dentro.