El psiquiatra José Carlos Fuertes se ha explayado sobre Daniel Sancho: "Su habilidad con los cuchillos está más que probada", dice. José Carlos Fuertes, psiquiatra forense, ha analizado el asesinato de Edwin Arrieta, afirmando que es posible descuartizar "a una persona en tres horas".
El psiquiatra forense parte del vídeo principal el asesinato de Edwin Arrieta y la detención de Daniel Sancho, del que recordó que es "un profesional de la cocina" y que "su habilidad con los cuchillos y para cortar determinados elementos está más que probada". Además, Fueres insiste en que es posible descuartizar "a una persona en tres horas".
Sin embargo, el psiquiatra también recuerda que se estaba "dando por sentado que ha matado en su cabal juicio".
Pero no: "Yo no lo tengo tan claro. Yo creo que es absolutamente necesario hacer un informe psiquiátrico y psicológico forense muy detallado, y eso no se puede hacer en ocho días".
Sobre la posibilidad de que Daniel Sancho hubiera podido tomar drogas, reflexiona: "¿Cuánto tiempo han tardado en recoger la muestra? ¿Se ha estipulado una cadena de custodia adecuada? No sabemos si es imputable porque puede aparecer un perito que diga que las condiciones básicas de la imputabilidad no se cumplen". De momento y a falta de que prosperen apelaciones, la Justicia ha condenado a Daniel Sancho a cadena perpetua por el asesinato de Edwin Arrieta
Daniel Sancho, la habilidad de un cocinero y el infierno de su caída
Daniel Sancho cumple cada día con su condena en su propio infierno en la Tierra. El calor de Tailandia es opresivo. Se cuela en los pulmones y pesa en el ánimo. En un rincón de la prisión de Koh Samui, Daniel Sancho vive los días más largos de su existencia. Es el hijo de Rodolfo Sancho, una celebridad española, pero aquí, en esta isla exótica que prometía aventuras y placeres, su nombre no brilla. Aquí es un hombre con el peso de un crimen que desborda el entendimiento. En su celda, alejado de su tierra y su vida pasada, se enfrenta al futuro: una cadena perpetua que ni los mejores abogados ni los gritos desesperados de su familia pudieron evitar.
El caso es ya conocido en todas partes. Daniel Sancho, chef de profesión, viajó a Tailandia buscando algo que ni él mismo podría explicar. Tal vez aventura, tal vez un escape de su rutina. Allí, en las arenas doradas de Koh Samui, conoció a Edwin Arrieta, un cirujano plástico colombiano con el que había desarrollado una relación estrecha. Lo que ocurrió después fue el inicio de un descenso que haría añicos su vida.
En agosto de 2023, Sancho fue arrestado por el brutal asesinato de Arrieta. El chef confesó haber matado y descuartizado al cirujano tras una discusión. Según declaró, actuó en un arranque de furia, pero los detalles del crimen dejaron a todos sin palabras. Las imágenes de cámaras de seguridad mostraron a Sancho comprando cuchillos, bolsas de plástico y productos de limpieza. La policía encontró restos del cuerpo de Arrieta dispersos en distintas partes de la isla. Un trabajo meticuloso, metódico, llevado a cabo con una frialdad que erizaba la piel.
El psiquiatra forense José Carlos Fuertes ofrece ahora una visión perturbadora sobre el caso. "Sancho es un profesional de la cocina. Su habilidad con los cuchillos está más que probada", afirma. Según Fuertes, el descuartizamiento del cuerpo de Arrieta podría haberse llevado a cabo en tan solo tres horas. Tres horas para destruir una vida y enterrar cualquier rastro de humanidad. Pero más allá de la técnica, el psiquiatra plantea preguntas incómodas: ¿actuó Sancho bajo los efectos de drogas? ¿Estaba en pleno uso de sus facultades mentales? Las respuestas siguen flotando en el aire, ahogadas en la burocracia de un juicio que se llevó a cabo con la celeridad implacable del sistema tailandés.
El juicio: justicia rápida, dudas eternas
En Tailandia, la justicia no se anda con rodeos. En menos de un año, Daniel Sancho fue condenado a cadena perpetua. En España, la noticia causó revuelo. Muchos cuestionaron la velocidad del proceso judicial, mientras otros argumentaron que el veredicto es justo y proporcionado a la gravedad del crimen. No obstante, las sombras de las irregularidades se alzaron rápidamente.
José Carlos Fuertes, al analizar el caso, señala la importancia de realizar un informe psiquiátrico y psicológico exhaustivo, algo que no parece haberse hecho con el tiempo necesario. "Se está dando por sentado que ha matado en su cabal juicio. Yo no lo tengo tan claro", declara el psiquiatra, abriendo la puerta a la posibilidad de que Sancho no fuera completamente responsable de sus actos. Si bien en sus primeras declaraciones el chef mostró una aparente calma y frialdad, sus actos posteriores y la confesión podrían sugerir un estado mental alterado. Pero en Tailandia, las dudas se entierran rápido bajo la contundencia de las sentencias.
El recurso presentado por la defensa de Sancho fue rechazado. Los abogados apelaron al sistema español, pidiendo que Daniel pudiera cumplir su condena en su país de origen, pero hasta el momento, las negociaciones entre España y Tailandia no han dado frutos. En su celda, Sancho solo tiene tiempo, infinito y cruel, para contemplar los giros de su destino.
El infierno de una cárcel tailandesa
Las prisiones tailandesas no son como las de Europa. No hay comodidades, no hay respiros. Las celdas están abarrotadas, con más de treinta hombres compartiendo un espacio que apenas da para diez. El calor y la humedad son incesantes, y la comida, una ración mínima de arroz y sopa, no satisface ni al más modesto de los estómagos. Enfermedades como el dengue y la tuberculosis son comunes. Cada día es una lucha por la supervivencia, y Daniel Sancho lo sabe.
Se dice que Sancho ha intentado adaptarse a la rutina de la cárcel. Participa en actividades organizadas por los guardias, como ejercicios físicos y talleres, pero el aislamiento cultural y lingüístico lo mantienen apartado. Es un extraño en un lugar donde la solidaridad entre los reclusos es la única manera de soportar la carga. Su familia lo visita siempre que puede, pero las visitas son breves, vigiladas, y a veces añaden más peso al dolor de saber que el regreso a casa es, en el mejor de los casos, un sueño lejano.
La presión psicológica es enorme. Según algunos informes, Sancho ha perdido peso y su ánimo oscila entre la resignación y la desesperación. Las cartas de su madre, los mensajes de apoyo de amigos y familiares, apenas logran romper la barrera de soledad que lo envuelve. En ese rincón del mundo, rodeado por paredes que parecen absorber toda esperanza, Sancho no es más que un hombre enfrentándose a las consecuencias de sus actos.
El caso de Daniel Sancho ha suscitado un debate que va más allá del crimen en sí. ¿Qué lleva a un hombre aparentemente normal a cometer un acto tan atroz? ¿Fue un momento de locura, un arrebato alimentado por la ira y el miedo? ¿O se trata de algo más oscuro, una capacidad inherente para la violencia que se activó en las peores circunstancias?
Los psiquiatras y criminólogos han intentado desentrañar la mente de Sancho, pero las respuestas no son claras. El vínculo con Edwin Arrieta parece haber sido complicado, lleno de tensiones y posiblemente manipulación. Algunos sugieren que Sancho se sentía atrapado, que su relación con Arrieta lo empujó al límite. Otros ven en el joven chef a un hombre con una máscara de normalidad que escondía una capacidad inquietante para la frialdad.
Lo que sí es cierto es que el caso de Sancho plantea preguntas más amplias sobre la justicia, la culpa y la redención. En un sistema judicial tan implacable como el tailandés, ¿es posible que se haya pasado por alto un diagnóstico crucial? ¿Hubo algún indicio de enfermedad mental, algún detonante que pudiera haber cambiado el rumbo de los acontecimientos? Estas preguntas, al igual que las imágenes de cámaras de seguridad y las confesiones grabadas, son ahora parte de un expediente cerrado.
Daniel Sancho tiene frente a él una vida entera de encierro. La posibilidad de una reducción de condena depende de factores inciertos: el comportamiento en prisión, el tiempo transcurrido, las negociaciones entre gobiernos. Pero incluso si lograra regresar a España algún día, el estigma lo acompañará siempre. Su nombre estará para siempre ligado a un crimen que conmocionó al mundo, y su vida anterior, la del joven chef con un futuro prometedor, quedará como un recuerdo distante.
En Tailandia, los días son largos, el calor es insoportable, y la esperanza es un lujo que pocos pueden permitirse. Para Daniel Sancho, cada amanecer es un recordatorio de la decisión que tomó aquella fatídica noche. Un acto que, en tres horas, cambió el curso de dos vidas para siempre. Ahora, lo único que le queda es el peso de la culpa, el silencio de su celda y el eco de un nombre que ya no tiene el brillo de antes. En este rincón del mundo, rodeado por el ruido del mundo que sigue girando, Sancho enfrenta su castigo. Es un hombre roto, una vida en pausa, y un recordatorio de que incluso los actos más terribles tienen un rostro humano.