Felipe Juan Froilán de Marichalar y Borbón, de 26 años, no es hijo del presidente de los EEUU pero sí es nieto de Juan Carlos de Borbón e hijo de la infanta Elena, sobrino de Felipe VI, primo de Leonor y Sofía, y hermano de Victoria Federica. El hijo de Jaime de Marichalar es uno de los personajes de la familia del Rey que más quebraderos de cabeza ha dado, si bien su hermana, ahora estrella televisiva, trata de hacer que nos olvidemos de los tiros en el pie de su hermano. Froilán nunca fue buen estudiante, pero se hizo muy mediático por sus escándalos y fiestas. Froilán, ocho años mayor que Barron Trump, es más bajo y parece que algo mas travieso, si bien dicen que desde que reside con su abuelo "ejemplar" en el Golfo Pérsico ha sentado la cabeza o al menos no nos enteramos de sus idas y venidas.
A diferencia de Barron Trump, Froilán ocupa el cuarto lugar en la línea de sucesión a la jefatura del Estado por detrás de su madre y sus primas la princesa Leonor y la infanta Sofía. Pero algo nos dice que es más fácil que Barron suceda a su padre dentro de algunas décadas que ver a Froilán recibiendo a presidentes de Gobierno los veranos en Marivent. Con todas estas diferencias hay algo inexplicable y si quieren absurdo que nos lleva a unir a estos dos personajes tan extraños: Barron y Froilán.
Nos ha llamado mucho la atención Barron tras las escenas de entronización de su padre como presidente de los EEUU. Dejando de la do el sombrero de su madre, Barron ha sido una de las grandes sorpresas. Con su retrato tal vez descubramos que la bisectriz entre Barron y Froilán nos señale hacia dónde va una juventud emergente en el vasto escenario de la sociedad que viene por América.
El nombre de Barron Trump empieza a despuntar con el rumor sordo, pero persistente, de quien no necesita gritar para ser escuchado. A sus dieciocho años, este joven, alto como un ciprés de los Apalaches y esbelto como un junco, camina entre las sombras que proyecta el apellido paterno, ese que ha alzado imperios y provocado tempestades.
Barron, el benjamín de los hijos del expresidente Donald Trump, se presenta ante los ojos del mundo como una figura casi de novela: discreto, reservado, pero con el brillo inquietante de quien guarda más de lo que muestra. Sus movimientos recientes en los círculos empresariales y su primer paso firme en el ámbito universitario despiertan murmullos entre los adeptos al viejo ideal americano. "De tal palo, tal astilla", dicen los admiradores del clan, buscando en el joven la continuidad de una saga que ha sabido combinar el lujo con la polémica.
Nacido en un entorno de opulencia que ni siquiera los relatos de la más florida imaginación podrían exagerar, Barron Trump llegó al mundo como el quinto descendiente del magnate, fruto de su matrimonio con la exmodelo eslovena Melania. Desde niño, ocupó un lugar singular, entre el rigor elegante de su madre y el carácter arrollador de su padre. Sin embargo, y a diferencia de los mayores de la estirpe, Barron no alzó la voz ni se hizo notar con extravagancias o discursos rimbombantes; su juventud ha estado marcada por un silencio que intriga tanto como impresiona. A su ingreso en la Casa Blanca en 2017, con apenas diez años, Barron asumió el papel del niño que observa y calla, mientras el mundo gira con estrépito a su alrededor. Pero no fue su silencio lo que llamó la atención en la toma de posesión de su padre, sino un gesto que, aunque breve, fue suficiente para encender los ánimos de los conservadores. Tras la ceremonia de jura, el joven extendió la mano hacia el presidente Biden y la vicepresidenta Kamala Harris, un acto de cortesía inesperada que algunos interpretaron como símbolo de madurez y otros como una promesa de liderazgo futuro.

Los negocios como escuela del carácter Si bien la política parece ser una senda que, con cautela, podría transitar en un futuro, Barron, fiel a la tradición familiar, ha iniciado su andadura en los negocios. El pasado verano fundó junto a dos compañeros una empresa inmobiliaria, Trump, Fulcher & Roxburgh Inc., con un objetivo tan ambicioso como el apellido que la encabezaba: crear un imperio de bienes de lujo, con campos de golf y propiedades exclusivas en los vastos parajes de Utah, Idaho y Arizona. Aunque la empresa fue disuelta poco después, debido a la tormenta mediática que rodeó las elecciones de 2024, el proyecto dejó clara la intención del joven Trump de emular, con discreción y determinación, los pasos de su progenitor. "Barron tiene madera de líder", afirman quienes lo conocen de cerca, aunque ese liderazgo se insinúe más en gestos que en palabras. Una nueva generación en la Casa Blanca La historia de los hijos presidenciales en la Casa Blanca es, en su mayoría, un desfile de figuras que han evitado los focos políticos.
Chelsea Clinton optó por el activismo y la literatura; las hijas de los Obama, Sasha y Malia, persiguen carreras creativas y académicas alejadas de la política. Sin embargo, Barron parece romper ese molde, tal vez arrastrado por el peso de un apellido que, para bien o para mal, lo liga irremediablemente al poder. A diferencia de las hijas presidenciales que le precedieron, el menor de los Trump, con su imponente físico y su aparente timidez, evoca más a un personaje galdosiano que a un típico protagonista de las sagas norteamericanas. Su altura de más de dos metros es la metáfora perfecta de un joven que se alza sobre las expectativas, con una mirada que parece calcular cada paso en un tablero de ajedrez que abarca tanto los negocios como la política.

En las redes y los círculos conservadores ya corre la idea de un Barron Trump como futuro líder, quizás incluso aspirante a la presidencia. Algunos ven en su discreción una virtud que contrasta con la vehemencia de su padre, una señal de que, en el joven, la paciencia y el cálculo podrían dar paso a un liderazgo menos impetuoso, pero igualmente efectivo. Sin embargo, el tiempo dirá si este joven, cuya vida parece escrita con tintas doradas y matices de incertidumbre, seguirá el camino que muchos ya auguran.