En la biografía de María Jesús Montero todo parece un juego de equilibrios imposibles. Su vida se mueve entre extremos que se rozan sin mezclarse: la fe católica y el agnosticismo, la devoción por Andalucía y su ascenso en la política nacional, la formación científica y el combate por la justicia social. Ahora, la ministra de Hacienda y vicepresidenta primera del Gobierno se prepara para cerrar el círculo. Regresa a su tierra, Andalucía, con el objetivo de reconquistarla para el PSOE en las elecciones autonómicas de 2026. Tiene año y medio para recuperar para los socialistas la comunidad autónoma más extensa y más poblada.
Nacida en el sevillano barrio de Triana, Montero creció entre el bullicio de patios de vecinos, procesiones de Semana Santa y un firme sentido de comunidad que sus padres, ambos docentes, le inculcaron desde la infancia. Su padre, Manuel, profesor del colegio José María Izquierdo, representaba el rigor académico. Su madre, Conchita, era el núcleo emocional que combinaba la tradición con un progresismo latente. En ese caldo de cultivo, Montero aprendió a ver el conocimiento como un arma de cambio y la fe como un pilar, no un dogma.
La vocación por la medicina surgió pronto, pero su paso por la universidad en la Sevilla de los años 80 desvió ligeramente su rumbo. Por un lado, se unió al Partido Comunista, atraída por la promesa de justicia social que esa militancia le ofrecía. Por otro, su formación religiosa la llevó a participar en movimientos cristianos de base como la Juventud Obrera Cristiana. En sus propios términos, nunca vio contradicción alguna: "Mi fe siempre me ha hablado de cuidar al prójimo, y eso es política en su forma más pura", declaró un vez.

Fue en esa época de efervescencia ideológica cuando conoció a Rafael Ibáñez Reche, por entonces, un joven estudiante de Derecho que militaba en Izquierda Unida. Ateo confeso y defensor de la lucha obrera, Ibáñez representaba el polo opuesto a lo que Montero había conocido en casa. Sin embargo, entre debates acalorados y largas noches compartidas, surgió un vínculo que desafió cualquier pronóstico. Contra todo convencionalismo, se casaron por la Iglesias, y de esa unión nacieron dos hijas, que con los años se convertirían en el epicentro de su vida. Montero siempre ha sido una mujer de paradojas. Mientras construía su carrera política, ascendiendo desde la gestión sanitaria en Andalucía hasta los despachos del poder en Madrid, mantenía una relación ambivalente con su fe. A pesar de su formación religiosa, sus posturas políticas desafiaban a menudo las líneas más conservadoras de la Iglesia. Defendió leyes progresistas y, desde su posición como ministra de Hacienda, ha impulsado políticas que según ella buscan reducir la desigualdad social.
En 2019, la relación con Ibáñez atravesó un punto de inflexión. Él, retirado de la política activa, encontró refugio en su labor como abogado en CC.OO., mientras ella seguía acumulando responsabilidades en el gobierno central. Aunque nunca hubo un anuncio oficial de divorcio, ambos hablaron públicamente de una "separación afectiva". Fue un giro en su vida personal que, como tantos otros, Montero asumió con la discreción que la caracteriza. Hoy, a sus 57 años, vuelve a Andalucía con una mezcla de ambición y nostalgia.

Entre el Che Guevara y Lina Morgan
En el acto donde anunció su candidatura para liderar el PSOE andaluz, la ministra se presentó con el desparpajo de quien conoce las raíces de su tierra. Entre aplausos, citó primero al Che Guevara y luego a Lina Morgan, alternando guiños ideológicos con otros más ligeros que provocaron risas entre los militantes. "Andalucía es mi casa y mi motor", afirmó. Su discurso, marcado por referencias a la sanidad, la educación y los servicios públicos, puso de manifiesto su intención de recuperar la confianza de una comunidad que el PSOE gobernó durante 37 años antes de perderla en 2018. El reto no es menor. Juanma Moreno, actual presidente de la Junta y líder del PP andaluz, ha consolidado una mayoría que parece inquebrantable. Sin embargo, Montero confía en su capacidad de conectar con las bases. Sabe que su experiencia como consejera de Salud y Hacienda durante los gobiernos socialistas andaluces le da credibilidad. Y, sobre todo, cree en el poder de la movilización. "Esto es una carrera de fondo, y la política, como la vida, es una carrera de relevos", afirmó en un gesto hacia Juan Espadas, el líder saliente del PSOE andaluz.
Durante su intervención, Montero no eludió las sombras del pasado. Reconoció errores, pero también reivindicó los logros históricos de su partido en Andalucía. "Hemos cometido fallos, pero también hemos construido esta tierra. Es hora de mirar al futuro sin renunciar a nuestra historia". La música de Medina Azahara resonaba al fondo, subrayando las palabras de una mujer que combina el pragmatismo de una política experimentada con el carisma de quien conoce bien su tierra. "Me duele Andalucía", dijo con una emoción que no parecía impostada. "Pero también sé que esta tierra tiene más talento que ninguna otra. Vamos a alzar la voz". Mientras los asistentes coreaban su nombre, Montero se tomó un momento para saludar a los más jóvenes del partido. "Esto no va de mí, sino de vosotros. La fuerza de Andalucía está en su gente".
María Jesús Montero vuelve a casa como una mujer marcada por las contradicciones y, al mismo tiempo, fortalecida por ellas. Católica y comunista en su juventud, esposa de un ateo y madre devota, médica y gestora, defensora de la fe y las leyes laicas, es un reflejo de la complejidad de la Andalucía que ahora aspira a liderar. Como el Guadalquivir que serpentea entre márgenes opuestos, su vida es un testimonio de cómo los opuestos no solo pueden coexistir, sino complementarse.
El camino hacia las elecciones de 2026 será arduo, pero si algo ha demostrado Montero a lo largo de su trayectoria es que sabe cómo navegar en aguas turbulentas. Quizás, después de todo, sea precisamente esa capacidad para reconciliar lo irreconciliable lo que la convierta en la figura que Andalucía necesita para enfrentar el futuro.