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Begoña Villacís despierta tras el asesinato de su hermano: "La sedación no ha entrado en mis planes"

El 2024 fue para la ex vice alcaldesa un año maldito, un año bisiesto, de esos que parecen llegar con la clara intención de torcer destinos. Para Begoña Villacís, el año vino con la pérdida, con el luto y con una silla vacía en la mesa. Pero también con la fortaleza de quien ha decidido enfrentar el dolor a pecho descubierto, sin refugiarse en el olvido fácil o la sedación de la mente.

En su casa, esta Nochevieja no fue un momento cualquiera. Treinta y cuatro personas, entre familia y amigos, llenaron el hogar de calor y ruido, como si el bullicio pudiera amainar el eco del silencio que dejó su hermano. "Siempre he sido una persona de acción", dice en una entrevista para El Mundo.

Esa acción es la que la mantiene en pie, cocinando lentejas y cocido como si las cucharas fueran armas contra la tristeza, como si el humo de la olla pudiera disipar los recuerdos más duros.

"El 2024 fue tremendo", confiesa con la serenidad de quien ha aprendido que la vida también es dolor, y que el dolor enseña. Villacís sabe bien que no hay manera de huir del sufrimiento sin perder algo esencial en el camino. "Cuando sientes dolor de verdad, y te concedes sufrirlo aunque sea insoportable, luego consigues ver todo con mucha más perspectiva", contesta en el citado periódico.

Lecciones del abismo

Habla de su hermano con una mezcla de orgullo y ternura. Era la persona que más la cuidaba, porque ella también lo había cuidado antes, cuando la vida de él pendía de un hilo. "Hay gente a la que le cuesta transmitir sus sentimientos; él era todo lo contrario". Su muerte fue un golpe seco, un disparo al alma. Pero la cabeza de Villacís, optimista por herencia, y su necesidad de cuidar a otros la salvaron.

Cuidar es su forma de sanar. Sus hijas, dice, se han comportado como "unas auténticas mujercitas", devolviéndole el amor con una generosidad que sorprende y consuela. Y aunque le cuesta dejarse mimar, reconoce que muchos han intentado ayudarla, incluso desde trincheras políticas que alguna vez fueron adversas. "Recibí mensajes de apoyo de personas de todos los grupos políticos: PP, Vox, Podemos…".

Sin embargo, no todo fue luz. Hubo quien no estuvo cuando más lo necesitó, y los titulares de prensa, esa maquinaria implacable, no se lo pusieron fácil. "El 60% de lo que se publicó era mentira", dice, con la contundencia de quien ha aprendido a distinguir la buena de la mala fe. Pero no se hundió en el ruido. No quiso leer nada al principio, porque sabía que la verdad y el dolor ya eran bastante.

Villacís dejó la política, pero la política, como una amante despechada, no la ha dejado del todo. Ahora la ve con un escepticismo que roza el desprecio: predecible, elemental, casi estúpida. Albert Rivera le dijo alguna vez que no terminaba de desintoxicarse, pero ahora, dice, empieza a encontrar tedioso el circo que antes la apasionaba.

"Soy bastante rockera", comenta como si esa chispa de rebeldía aún fuera el motor de su vida. Habla de sus amigos gays, de su torpeza al aparcar, de las multas que nunca ha intentado evitar. Desprende una humanidad sencilla, de alguien que sabe que la felicidad no necesita grandes gestos ni declaraciones públicas.

Cuando le preguntan si está feliz, responde sin rodeos: "Pues… sí". Y en esa afirmación cabe todo lo que ha aprendido en un año de pérdida, de lucha y de renacimiento. Porque Begoña Villacís sabe que la vida sigue, con todo su peso, y que llorar limpia y renueva. Y al final eso es lo que la mantiene despierta.

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