El invierno, que tiñe de un blanco absoluto el paisaje de los Pirineos, también parece cubrir con un velo de indiferencia los sucesos que ocurren en las cumbres. El bullicio de la política, tan frenético y a menudo mezquino, se ahoga en el silencio majestuoso de los valles, donde los picos se alzan como un eco de la eternidad. Es en este escenario de nieve impoluta y cielo plomizo donde Pedro Sánchez y su esposa, Begoña Gómez, han decidido refugiarse durante unos días, como si la vastedad de las montañas pudiera diluir los gritos que les persiguen desde las calles de Madrid o las tribunas del Congreso.
Gómez y Sánchez han elegido el hotel Casa Cornel, según avanza este viernes El Debate. Se trata de rincón acogedor en el corazón del pueblo de Cerler, que combina el encanto de la tradición aragonesa con el confort de un alojamiento moderno. Allí, entre gruesos muros de piedra y vigas de madera que crujen como si narraran historias antiguas, buscaron algo de calma. Pero la calma, como suele ocurrir en la vida de los políticos, nunca es completa. El rastro de Pedro Sánchez, inconfundible para los ojos atentos, pronto llamó la atención de los vecinos y visitantes del lugar.
Una postal de invierno con grietas
En apariencia, la escena podría haber sido una postal navideña: el presidente del Gobierno y su esposa paseando por un pequeño pueblo del Pirineo, rodeados por un paisaje de ensueño, con la nieve cubriendo los tejados y un aroma a leña quemada flotando en el aire. Sin embargo, la realidad de esta escapada estaba lejos de ser idílica. En un mundo donde la política se ha vuelto más visceral que nunca, la figura de Sánchez no suscita indiferencia ni siquiera en la quietud de un remoto valle.
Begoña Gómez, con su porte elegante y discreto, fue la primera en salir a recorrer las calles de Cerler, mientras su marido permanecía en el hotel, revisando quizás algún dossier o preparando con su equipo de seguridad los detalles de la jornada. Más tarde, fue el propio Sánchez quien se aventuró hasta una pequeña tienda del pueblo, acompañado por un escolta. Allí adquirió varios complementos femeninos, piezas modestas, de apenas treinta euros cada una. Dentro del establecimiento, los clientes que lo reconocieron optaron por guardar silencio, quizá por respeto o por simple desconcierto. Pero al salir, la atmósfera se crispó: un hombre se acercó lo suficiente como para que su voz retumbara en el aire frío y le lanzó un insulto seco y certero: "¡Mamonazo!". Así lo cuenta El Debate.
Debió ser un instante fugaz, pero está cargado de simbolismo. El presidente, protegido por su equipo de seguridad y escoltado por dos coches que aguardaban en las inmediaciones, apenas reaccionó. Habituado a este tipo de interpelaciones, probablemente se limitó a seguir adelante con el rostro imperturbable, como si aquel grito fuera solo un murmullo perdido en el viento helado del valle. Pero el insulto quedó flotando en el aire, como una grieta en la fachada de aquella escapada bucólica.
Un regreso con sabor a nostalgia
Para Pedro Sánchez, el valle de Benasque no es un destino nuevo. Su historia con Cerler se remonta a su infancia, cuando, siendo un niño de 12 años, viajó hasta allí con su colegio para disfrutar de la Semana Blanca. Desde entonces, las pistas de esquí de este rincón del Pirineo han sido testigos de su crecimiento, no solo como persona, sino también como figura pública. A lo largo de los años, Sánchez ha regresado en varias ocasiones, a veces solo, otras acompañado por su familia. La última vez que se le vio en las pistas fue en 2018, antes de que las crecientes tensiones políticas y las preocupaciones por su seguridad personal lo mantuvieran alejado.
Begoña Gómez, por su parte, ha mantenido una relación más constante con el lugar. En repetidas ocasiones ha viajado hasta allí, alojándose en el mismo hotel donde ahora comparte estancia con su marido. En estos parajes, rodeados de montañas que parecen inmutables frente al paso del tiempo, Gómez ha encontrado un refugio para escapar, aunque sea momentáneamente, de las presiones de su vida pública.
El peso de la política en las alturas
Pero las montañas, aunque imponentes y aparentemente ajenas a las pasiones humanas, no pueden proteger del todo a quienes cargan sobre sus hombros el peso de la política. El Pirineo aragonés, con su atmósfera de pureza y aislamiento, no ha sido inmune a las controversias que rodean a la figura de Sánchez. En los últimos años, su nombre ha estado asociado a decisiones y polémicas que han dividido al país. Incluso en un entorno tan remoto como Cerler, esas tensiones parecen seguirlo como una sombra.
El caso del empresario Carlos Barrabés es un ejemplo de cómo los ecos de la política llegan hasta los rincones más apartados. Barrabés, un destacado empresario de la zona, recibió recientemente 15,6 millones de euros en contratos del Gobierno. Su nombre está ligado no solo al desarrollo económico del valle, sino también a la tienda de material de montaña que lleva su apellido, situada en el centro del pueblo. Las coincidencias, en política, rara vez pasan desapercibidas, y la presencia del matrimonio Sánchez-Gómez en el hotel Casa Cornel, días después de firmar aquella carta de apoyo, ha levantado suspicacias entre los locales.
Un contraste de destinos
No es la primera vez que Sánchez y Gómez eligen el Pirineo como destino para sus escapadas. Sin embargo, el contraste entre su actual estancia en el acogedor Casa Cornel y su viaje anterior al lujoso Sport Hotel Hermitage, en Andorra, no ha pasado desapercibido. En aquella ocasión, el matrimonio optó por alojarse en un cinco estrellas que, en temporada alta, puede alcanzar precios exorbitantes. Allí asistieron a competiciones del campeonato del mundo de bicicletas todoterreno, un deporte que fascina a Sánchez desde hace años.
La elección de destinos y alojamientos, como tantos otros aspectos de la vida de los políticos, está cargada de simbolismo. Mientras que el hotel andorrano representaba el lujo y la exclusividad, el hotel aragonés parece buscar un aire más cercano y discreto, aunque no por ello menos estratégico. Las montañas, al fin y al cabo, ofrecen tanto refugio como exposición: esconden a quienes las habitan, pero también los colocan en el centro de miradas que no siempre son amables.
El peso del insulto
El grito que recibió Sánchez al salir de la tienda no fue solo una manifestación de desaprobación; fue también un recordatorio de que, en la era de las pasiones desbordadas, la figura del líder político se convierte en un blanco fácil para las emociones más viscerales. En ese insulto, siempre reprobable, no tenemos que se concentra el eco de muchas voces: las de quienes se sienten traicionados, las de quienes están en desacuerdo y, tal vez, las de quienes simplemente buscan ser escuchados.
Quizás, mientras desciende las pistas de esquí o contempla el paisaje desde la ventana del hotel, encuentre un momento para reflexionar sobre las cumbres y los abismos que marcan la montaña rusa de su trayectoria.