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Revive la historia de amor de Luis Bárcenas y Rosalía Iglesias: de la opulencia a la humillación, de la cárcel a la libertad… ¿Y el dinero?

  • El extesorero del PP, puesto en libertad condicional 

Por fin, Luis Bárcenas, a sus 68 años, camina otra vez en libertad, aunque quizás sin el aplomo de antaño, cuando sus zapatos italianos pisaban alfombras mullidas y el sonido del terciopelo lo envolvía todo. Ahora, el extesorero del Partido Popular ha salido de su encierro, con la misma resignación con la que un hombre observa, al amanecer, las ruinas de su propia fortaleza. Por su lado, Rosalía Iglesias, su esposa y compañera en esta travesía, de 64 años, ha compartido ese descenso al infierno con la perseverancia callada que otorgan la edad y el orgullo intacto de quien no quiere rendirse ante el descrédito.

Hablar de Luis Bárcenas y Rosalía Iglesias es como narrar un folletín por entregas escrito con el cinismo del mejor siglo XXI: dos protagonistas encumbrados en la burbuja de la opulencia, siempre sonrientes, siempre impecables, hasta que un día los espejos se agrietaron y empezaron a mostrar lo que había detrás. Primero fue la sospecha, después la prueba, y por último la condena. Y entonces comenzó el espectáculo.

Todo empezó en los años dorados, aquellos en los que Bárcenas, con su semblante siempre bronceado y gesto altivo, atesoraba dinero ajeno con la soltura de un pianista que interpreta un repertorio conocido, uno que ya hubiera querido Willy Bárcenas para Taburete.

Eran los tiempos en los que el tesorero del PP no solo manejaba las finanzas del partido, sino que viajaba a Suiza con la misma despreocupación con la que otros van a un bar de barrio. Luis y Rosalía eran los reyes de una esfera en la que el lujo y el poder son la misma cosa: cuadros de gran maestro, trajes a medida, vacaciones en paraísos a los que el resto del mundo solo accede en sueños.

Rosalía, que siempre aparecía perfectamente vestida y con una serenidad casi marmórea, vivía en una nube adornada con los oropeles de la buena vida. Era el complemento ideal de su marido, como si de un cuadro renacentista se tratara. Pero aquel lienzo se fue agrietando cuando apareció el nombre de Luis Bárcenas en la primera página de todos los periódicos. No fue solo el caso Gürtel lo que dinamizó la caída; fue el relato, tan grato para el morbo nacional, de un hombre que pasó de manejar millones a pasear entre barrotes.

Rosalía lo acompañó, primero en el silencio y luego en la desesperación. La detención de Luis fue un golpe seco que partió en dos sus vidas. El matrimonio pasó de organizar cenas en salones dorados a escribir cartas desgarradoras desde la prisión. Rosalía Iglesias también fue condenada y, en un giro dramático, su entrada en la cárcel se convirtió en un símbolo más: la mujer que había vivido como una reina, ahora lloraba tras una verja.

La cárcel, como siempre, no solo redime o castiga, sino que transforma. Luis Bárcenas fue el protagonista de una tragedia clásica: de su pedestal al suelo, y del suelo a un rincón de arrepentimiento. Cumplió su condena con el temple de quien sabe que ya no puede perder más, y dicen que incluso encontró un cierto sosiego en los programas para delincuentes económicos. Rosalía, por su parte, esperó, con el amor testarudo de quien se niega a soltar la mano en mitad de la tormenta.

Hoy, Luis Bárcenas ha salido de prisión, la Audiencia Nacional le pone en libertad condicional, con su condena parcialmente pagada y un "arrepentimiento" que más parece una formalidad que una confesión sincera. El juez, con un frío cálculo legal, ha concedido la libertad condicional, y ahora el matrimonio enfrenta el reto más difícil: volver a un mundo que ya no es el suyo, donde los relojes caros y las cuentas suizas solo existen como un recuerdo en blanco y negro. Qué gran letra de canción para su hijo.

En este punto, hay algo casi conmovedor en la historia de Luis y Rosalía. Porque, a pesar de los juicios y de la vergüenza pública, nunca dejaron de ser un binomio inseparable. El amor, si podemos llamarlo así, resistió como resisten las últimas piedras de un castillo derruido. Rosalía bajó del pedestal junto a su esposo y pisó, sin reparos, el mismo barro que él.

Ahora, cuando caminan en esta libertad condicionada, es probable que ya no haya aplausos ni vítores. Las alfombras han sido enrolladas, los relojes guardados, y la vida que les queda solo puede ser contada a través de los silencios. Pero, como en cualquier historia de amor que se precie, uno imagina a Luis Bárcenas y Rosalía Iglesias cenando juntos en una mesa discreta, hablando de cómo sobrevivieron a la tormenta. No importa lo que el mundo piense: ellos siguen ahí, uno al lado del otro, mientras el resto del país pasa la página. La pregunta es: ¿les queda por ahí dinero para vivir como les gustaba hacerlo?

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