En estos tiempos donde la vida se narra en capítulos de Instagram y se paga en exclusivas, Alejandra Rubio y Carlo Costanzia, flamantes padres del niño más rentable del invierno, nos han dejado un aperitivo: una mesa decorada con fruta, crepes y crema de cacao. No hay bebé a la vista, ni rastro de la sonrisa fatigada de la nueva mamá, pero sí un bodegón doméstico digno de un anuncio de vida saludable en familia. Porque, aunque a los tiempos felices les pega un poco de azúcar y mermelada, la clave sigue siendo la fruta. Y el dinero, por supuesto.
Alejandra, heredera del linaje Campos, donde el primer llanto de cualquier recién nacido suena a portada de revista, lleva las reglas del juego mediático incrustadas en el ADN. Desde que el pequeño —del que todavía desconocemos el nombre porque cada letra tiene su precio— llegó al mundo, todo ha sido un ejercicio de cálculo perfecto: un posado improvisado a las puertas del hospital, unas lágrimas emocionales, algún detalle liviano en una llamada telefónica a Vamos a Ver (donde también cobra) y, desde entonces, silencio sepulcral. La criatura está reservada para el gran acontecimiento: esa exclusiva que ya debe estar bordada en oro y contratada con anticipo.
Merienda crepes y cacao
Pero, por supuesto, el silencio absoluto no vende ni emociona. Hace falta algo que alimentar a las masas, aunque sea con pequeños gestos. Así que Alejandra, con esa sutileza que le caracteriza, ha decidido enseñarnos lo que de verdad importa: su merienda. Porque la fruta da vida y sugiere paz espiritual, pero además adorna mucho en Instagram. Una foto de la mesa montada para dos en su salón, con sus crepes y su cacao estratégicamente colocados, basta para que medio país respire aliviado. Todo está en orden en casa de los Rubio-Costanzia. Hay dulces y hay amor, y eso, en el fondo, nos llega al corazón colectivo de las redes sociales.

Naturalmente, la fotografía no incluye a Alejandra, que se reserva su mejor perfil para las cámaras de pago, ni a Carlo, quien ahora mismo parece una especie de mito urbano. Desde que descendió de su pedestal hospitalario con gesto solemne, el hombre ha desaparecido del mapa como si estuviera en un retiro espiritual postnatal. Si alguien quiere verle el rostro de papá orgulloso, tendrá que esperar a la exclusiva; los detalles del parto y los ojitos del bebé se entregarán con la pompa y circunstancia que merecen, envueltos en un jugoso cheque. Mientras tanto, no hay mejor táctica que desaparecer, que los grandes misterios siempre cotizan más alto.

Por supuesto, Alejandra no ha olvidado sus deberes como influencer. Que una es madre, sí, pero también profesional. Hace unos días, entre pañales y noches sin dormir, sacó tiempo para colar una promoción en redes sociales. Una prenda por aquí, un "colaborador habitual" por allá. Al fin y al cabo, el tirón mediático no dura eternamente y nunca es pronto para recordar que hay que facturar. El niño, que en un gesto de generosidad suprema ha permitido que su madre siga trabajando, ya está amortizando su cuna dorada.
Mientras Alejandra calienta el ambiente con miguitas digitales —un bizcocho de mamá Terelu por aquí, unos crepes con fruta por allá—, el resto de los Campos vigilan la escena con interés. La abuela, Terelu, lleva días ejerciendo su papel de matriarca y visitando a la feliz familia con la constancia de quien ya sabe cómo se juega este juego. Terelu entra, sale, trae bizcochos y hace declaraciones contenidas, midiendo las palabras porque sabe que las cámaras están a la espera y cada movimiento tiene un valor añadido.

El bebé, al parecer, es de momento un asunto de Estado. Nadie le ha visto la carita, ni un pie, ni siquiera el forro del carrito, lo que le convierte en la criatura más deseada del papel couché. El único testimonio gráfico, de momento, es una fruta fotogénica y un cuenco con crema de cacao. Pero todos sabemos que el gran destape llegará cuando la pareja decida que es el momento. Entonces, en un gesto perfectamente ensayado, Alejandra y Carlo posarán sonrientes, y las revistas harán caja, mientras el resto de los mortales comentaremos la escena en redes como si nos fuera la vida en ello.
Mientras tanto, el planazo sigue en casa: crepes, cacao, fruta y un bebé que llora en la habitación contigua. Carlo, desaparecido; Alejandra, centrada en su papel de madre e influencer; y nosotros, como espectadores resignados, saboreamos esta pequeña porción de vida edulcorada que nos han lanzado como carnada. Porque la fruta está bien, pero todos sabemos que aquí lo que más gusta es el dinero. El postre ya está servido. El plato fuerte, como siempre, lo veremos en exclusiva.