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Almeida y Teresa Urquijo alcanzan alturas insospechadas durante su escapada a las cumbres pirenaicas

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Almeida y Teresa Urquijo

La escapada es esta vez en el aire helado del Pirineo, entre el rumor cristalino de arroyos que bajan impetuosos de las cumbres y el crujido solemne de la nieve bajo las botas. José Luis Martínez-Almeida y Teresa Urquijo mantienen en las alturas aragonesas la chispa de su amor, aunque ya llevan 20 millones de segundos casados.

Parece que fue ayer: aquel 6 de abril, el alcalde de Madrid y la prima veinteañera de los Borbones protagonizaron su boda y su chotis, escenas a la puerta de la Iglesia de la calle Serrano y bailes en la celebración posterior que podían haber sido temas para un cuadro romántico con reyes, princesas e infantes entre los ilustres invitados. A punto de cumplir sus primeros ocho meses de casados, y acompañados esta vez de la pandilla habitual del alcalde madrileño, el edil y su mujer se han adentrado este fin de semana en el corazón de las altas montañas, buscando un estallido de belleza otoñal para enmarcar su felicidad.

En las fotografías publicadas por Almeida en su cuenta de Instagram, el paisaje se convierte en un decorado idealizado donde los blancos amenazan a los ocres que aún sobreviven en los valles, mezclados con el azul celestial que observa las primeras nevadas. Pero lo que verdaderamente roba la atención no es la magnificencia del Ibón de Estanés, el majestuoso laguito del Pirineo aragonés, justo al lado de la frontera francesa. Ni la precisión pulcra de las botas de senderismo de Teresa Urquijo, sino las miradas que ambos comparten. Esa luz que resplandece instalada en sus rostros, ese fuego sutil que presume a los cuatro vientos de amor joven y complicidad intacta.

El reflejo del amor en los días fríos

La comitiva partió temprano, atravesando los senderos cubiertos de escarcha que conducen a los rincones más escondidos de estas montañas, donde Francia se desdibuja entre picos y lagos. Teresa, envuelta en un abrigo verde que destacaba entre los tonos apagados del paisaje, caminaba a la par de Almeida, quien, con su habitual abrigo azul marino, parecía menos un político y más un caminante, nada que ver con Jiro Nagano, el de la novela El Caminante del escritor japonés Natsume Soseki, un soltero que viaja a Osaka para visitar a un pariente y concertar el matrimonio, por encargo familiar. Aquí la soltería ha pasado a la historia y Almeida es un señor casado pero dispuesto cuando su deber se lo permite a perderse en el anonimato del bosque. A su alrededor, las risas de los amigos del alcalde tejían un telón de fondo casi cinematográfico.

El Ibón de Estanés, espejo sereno encajado entre montañas, fue el destino final de la ruta. Allí, las cámaras capturaron el momento: Almeida y Teresa posando juntos, hombro con hombro, mientras sus miradas se entrelazan con esa discreta calidez que solo tienen los enamorados que aún se regocijan solo con compartir la misma senda. A su alrededor, los amigos bromeaban, ofreciendo un contrapunto de desenfado a la serenidad del paisaje y al evidente romanticismo del matrimonio.

Tradiciones que refuerzan los lazos

Este viaje no es casualidad, sino parte de una tradición que Almeida mantiene con sus amigos más cercanos. Invierno tras invierno, se reúnen para recorrer los Pirineos; en verano, el destino cambia a las costas de Motril, donde el calor y el salitre sustituyen al frío seco de las alturas. Sin embargo, la presencia de Teresa Urquijo en esta excursión, su integración en el grupo y la naturalidad con la que comparten estos momentos refuerzan la sensación de que los Martínez no solo han encontrado el amor, sino también un equilibrio.

No es la primera vez que el alcalde comparte destellos de su vida personal, aunque siempre con cautela. Desde que su relación con Teresa Urquijo se hizo pública en 2023, primero bajo los flashes en Las Ventas y luego con su boda en la iglesia de San Francisco de Borja, han optado por un perfil discreto, pero sin obsesiones. Sin embargo, estas fotografías parecen contar una historia diferente: la de un amor que no necesita escudarse en la privacidad, porque encuentra su mejor expresión en la cotidianidad de un paseo, una risa compartida o una pausa contemplativa frente a un lago de alta montaña.

La alquimia de la felicidad

Bajo el cielo plomizo del Pirineo, cada detalle de la escena parece conspirar para contar una historia de plenitud. Los senderos, alfombrados de hojas caídas, se convierten en metáforas de un camino que Teresa y José Luis apenas comienzan a recorrer juntos. Las montañas, eternas y serenas, se alzan como guardianas de un amor que busca arraigarse en la tierra firme de la vida compartida. Y las risas de los amigos, siempre presentes, recuerdan que incluso en las alturas más remotas, la verdadera riqueza radica en las conexiones humanas. Al final del día, cuando el grupo regresa al refugio, dejando tras de sí huellas que el viento y la nieve se encargarán de borrar, queda la certeza de que este viaje, como tantos otros, será una página más en su crónica amorosa. En las fotografías que se publicaron, el amor y la felicidad no están en las palabras, sino en los gestos: en la mano que roza un brazo al caminar, en la sonrisa apenas contenida de Teresa, en el brillo de los ojos de Almeida. Es posible que los Pirineos y sus cumbres fueran testigos del destino no fotografiado de José Luis y Teresa y que fuera al acabar el día cuando alcanzaron las alturas más insospechadas.

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