Entre lágrimas de emoción por la despedida encontramos desde Serena Williams a Pau Gasol o Sergio Ramos. Una lista interminable en la que no podían faltar Federer y Djokovic. Y no es de extrañar que de nuevo surja la pregunta: ¿cuál es el mejor tenista de la historia y cuál el más admirable?
ATP ha colgado un vídeo en el que numerosos rostros despiden al deportista, para muchos el mejor español de todos los tiempos. Aparecen otros españoles como Carlos Alcaraz (con quien ha formado una unión y rivalidad en los últimos meses que han pasado a la historia del deporte español), Sergio Ramos, Marc Márquez o Pau Gasol. También sus eternos rivales Federer y Djokovic, así como Serena Williams o Stéfanos Tsitsipás. Ana Botín, que se confiesa fan incondicional de Rafa y se muestra orgullosa de la decisión de ficharle como embajador del Santander, también aparece.
Dear Rafa, we have some very special messages for you ? pic.twitter.com/gDW2dRJPC9
— ATP Tour (@atptour) November 20, 2024
La presidenta de la entidad bancaria también le ha dejado un post en Instagram: "En el año 2000, un jovencísimo Rafa Nadal fue el abanderado del equipo español en la final de la Copa Davis, la primera que ganó España. Cuatro años después, la ganaría como jugador - y lo haría cuatro veces más. Ayer, en esta misma competición, Rafa disputó su último partido como tenista profesional y, como siempre, lo hizo dándolo todo".
Y añade: "Desde que comenzó a colaborar con Banesto en 2007, hemos seguido de cerca al que sin dudas es uno de los mejores atletas del mundo y el mejor deportista español de todos los tiempos, con 92 títulos como profesional. Y desde el primer día nos hemos identificado con los valores que le hacen único: su espíritu ganador y su capacidad de superación. Gracias, Rafa, te deseamos lo mejor en esta nueva etapa".
¿Quién es mejor?
El tenis de los últimos veinte años ha sudo un escenario de gestas que parecen extraídas de epopeyas clásicas. Bajo la luz limpia de las canchas han cruzado sus espadas tres titanes: Rafael Nadal, Roger Federer y Novak Djokovic. Con estilos distintos y naturalezas opuestas, estos súper hombres, estos dioses de la raqueta, han dado forma a una mitológica.
Rafael Nadal ha anunciado su despedida del circuito profesional, y con él se va algo más que un campeón: se retira un guerrero que siempre jugó como si la vida entera se resolviera en cada punto. Con él se apaga una luz que no solo iluminó las pistas de arcilla, hierba y cemento. Su retirada no es la de un atleta cualquiera, sino la de un hombre que convirtió cada golpe de raqueta en un acto de resistencia frente al dolor y la adversidad.
De Nadal aprendimos que rendirse no es una opción, ni siquiera cuando el cuerpo implora reposo. Es el hombre de los rituales obsesivos, de las botellas alineadas con precisión militar, del gesto inevitable y obsesivo al ajustar su ropa antes de cada saque. Pequeñas manías que, según confiesa Federer en su carta de despedida, terminaban por encantarle en secreto: "Eran tan tú", escribe. Botellas alineadas como soldados, el cabello detrás de la oreja, la ropa ajustada en un gesto repetitivo. "Todo eso era tan único, tan tú", reza la cariñosa nota del suizo.
Esos pequeños actos, que en su momento podían parecer insignificantes, son ahora reliquias de la memoria. Porque el tiempo, como las derrotas, erosiona los trofeos, pero nunca los detalles que hicieron a Nadal único. Como un personaje de novela épica, el mallorquín obligó a sus rivales a alcanzar alturas que quizás ellos mismos no sabían que existían. Y viceversa.
Tres héroes, tres formas de eternidad
Roger Federer llegó primero, como una ráfaga de aire puro en un deporte ávido de perfección. Era un bailarín en la pista, un escultor que tallaba cada golpe con la precisión de un mármol renacentista. Ganó con tanta gracia que parecía imposible imaginarle derrotado. Y sin embargo, apareció Rafael Nadal, un joven mallorquín que desbordaba furia y pasión. Con sus bíceps al descubierto y una cinta que cruzaba su frente como una corona de laurel, Nadal se plantó frente al suizo en Miami, en 2004. Fue el inicio de una rivalidad que pronto sería leyenda.
A ese binomio, que ya parecía suficiente para sostener la historia del tenis, se unió Novak Djokovic, el intruso que se negó a aceptar el papel de comparsa. Djokovic es el perfeccionista implacable, un estratega que convertía la pista en un tablero de ajedrez donde cada movimiento del rival era calculado y contrarrestado con precisión milimétrica. Federer era la elegancia y la belleza de precisión suiza; Nadal, la fortaleza indestructible del aplomo infinito, y Djokovic era el cerebro que a veces sufrió hasta el ataque de nervios pero que finalmente descifró ambos enigmas, el suizo y el español.
Juntos, estos tres hombres reescribieron las reglas de lo posible
Roger Federer, Rafael Nadal y Novak Djokovic. Durante dos décadas, este trío de titanes convirtió al tenis en algo más que un deporte: lo elevaron a la categoría de arte y épica. Federer fue el primero en llegar. Parecía un dios de mármol, esculpido para transformar cada golpe en una sinfonía. Cuando jugaba, no se escuchaba solo el sonido de la pelota, sino un susurro de perfección que acariciaba las almas. Era, como diría alguien, el Mozart del tenis.
Pero luego apareció Nadal, el bárbaro con camiseta sin mangas y bíceps tallados por el fuego del esfuerzo. No llegó a rendirse a la armonía de Federer, sino a desordenarla. En 2008, le arrebató el cetro en la célebre final de Wimbledon, un partido que no fue solo un duelo, sino una batalla bajo la penumbra del atardecer londinense. Nadal rompió el orden perfecto de Federer para imponer su caos fértil, su garra indomable.
Y entonces llegó Novak Djokovic, el intruso que no aceptó ser un simple espectador. Fue el estratega implacable, el que convirtió cada partido en un juego de ajedrez. No tenía la suavidad de Federer ni el ímpetu de Nadal, pero poseía algo igual de temible: un amor propio que no admitía fronteras. Djokovic demostró que para derrotar a los mejores hay que ser capaz de romper no solo el espíritu del rival, sino el propio cuerpo si es necesario.
Un duelo eterno
No fue solo tenis lo que vimos en las pistas. Lo que estos tres hombres nos ofrecieron durante años fue un relato sobre la condición humana. Federer nos mostró la belleza, la gracia del hombre que parece ajeno al sufrimiento. Nadal, en cambio, representó al héroe que se forja en el barro, que se levanta una y otra vez con los puños llenos de polvo. Y Djokovic, el outsider, nos enseñó que incluso cuando todos los focos iluminan a otros, el talento y la ambición pueden volverse imparables.
¿Quién es el mejor? Es una pregunta inevitable, pero también absurda. Federer posee el don de la eternidad: no importa cuántas veces lo hayas visto jugar, siempre quedará algo más por admirar en su revés a una mano. Djokovic es el competidor absoluto, el hombre que domina todas las superficies con una versatilidad inhumana. Y Nadal es el gladiador que nunca aceptó rendirse, ni siquiera cuando las lesiones lo reducían a un esqueleto que luchaba contra sí mismo.
El privilegio de vivir esta era
La verdadera respuesta a esa pregunta no está en los números, aunque sean impresionantes. No está en los Grand Slam, los trofeos o las semanas como número uno. La respuesta está en el corazón de quienes los vieron. Federer nos hizo llorar con su belleza; Djokovic nos enfureció y nos asombró con su determinación; Nadal nos rompió el alma con su capacidad para sufrir y volver a levantarse.
Si tuviera que elegir, quizás me quedaría con Rafa. Porque en un mundo que glorifica la victoria, él nos enseñó que la derrota no es el fin, sino una oportunidad para volver más fuerte. En cada partido, su cuerpo parecía decir: "Aquí estoy, roto pero invencible". Ese es su legado: no solo cómo ganó, sino cómo luchó.
Y, sin embargo, elegir entre ellos es traicionar la esencia misma de lo que representaron. No importa si eras un fiel seguidor de Federer, un devoto de Nadal o un admirador de Djokovic. Lo importante es que todos ellos, juntos, nos hicieron mejores. Nos regalaron finales que quedarán grabadas en la memoria colectiva y nos recordaron que, en el deporte y en la vida, lo que realmente importa no es el destino, sino el viaje.
Así que gracias, Rafa, por ser el espejo de la lucha. Gracias, Roger, por la poesía que dejaste sobre la hierba. Y gracias, Novak, por la lección de que la ambición es combustible para reclamar tu lugar en la historia.
A los tres pertenece el trono de la eternidad. Mientras tanto, nosotros, aficionados, los espectadores, seguiremos siendo los verdaderos ganadores.