Hay vidas que uno no sabe si están contadas en serio o en broma, vidas que parecen haberle ocurrido a otro o, quizás, haber sido inventadas. La de Lorenzo Queipo de Llano, por ejemplo. No sería extraño que nos la contaran en una tertulia de madrugada, como quien cuenta un chiste, con el gesto de quien sabe que no le vamos a creer. Pero resulta que este Lorenzo existe, aunque no sabemos hasta qué punto.
Es hijo de un conde, el noveno conde de Toreno, y su madre era de la alta nobleza, una Fernández de Villavicencio descendiente de la duquesa de Algete. Entre el linaje de los Queipo de Llano y su propio nombre podría parecer que su vida estaba destinada a discurrir en una cómoda monotonía de palacios y cenas interminables. Sin embargo, Lorenzo tenía otros planes.
Con trece años, en un viaje a Tetuán, descubrió que le gustaba el polvo en las botas más que el de las alfombras. A los dieciocho, se lanzó solo a África, como si allí estuviera esperando algo que ni él mismo podía nombrar. En Sudán, junto a los Nuba, sobrevivió dos años entre mosquitos y animales salvajes, lo cual da la impresión de ser una metáfora de algo, aunque no sabemos de qué. Allí conoció al fotógrafo Antonio Cores, otro asturiano extraviado, y juntos pasaron muchas noches mirando la oscuridad como si en ella fuera a revelarse algún misterio.
Después recaló en Nairobi. Se ganaba la vida organizando safaris para ricos ociosos que querían ver a un león sin moverse del asiento del todoterreno. Lorenzo, que venía de un linaje de lujo, empezó a construir muebles con madera de la sabana. No sabemos si por necesidad o por inspiración, pero esos muebles, rústicos y sólidos, terminaron gustando. Primero, a un magnate saudí, Adnan Khashoggi, que le pidió decorar un campamento; después, a Carolina Herrera, que le encargó piezas a medida. Uno pensaría que Lorenzo estaba destinado a unirse al jet set internacional como decorador. Pero no. Lorenzo Queipo de Llano no es de los que se dejan arrastrar.
En 1995, regresó a Madrid y abrió Vaova, una tienda de muebles coloniales en el barrio de La Latina. Pero Vaova era más que una tienda; tenía una barra en el sótano donde servía copas en la oscuridad. La gente iba porque allí podían beber sin ser vistos. Los Reyes Felipe y Letizia pasaron por allí en sus días de amor secreto, como si el sótano de Lorenzo fuera el último escondite de un romance real. Pasaron también Eric Clapton, Naomi Campbell, John Malkovich… Allí, en la penumbra, Lorenzo servía a personajes imposibles de imaginar juntos en otra parte.



Sin embargo, el amor es algo que Lorenzo no ha querido solo servir, sino también vivir. Entre sus historias destaca la de Amparo Muñoz, la Miss Universo que fue "la mujer más bella del mundo". Fue un amor tan salvaje que Lorenzo perdió los límites, y con ellos, casi se pierde él mismo. Pasó por un infierno de adicciones, pero volvió. Algo en él siempre supo volver.

Hoy vive en Toledo, en una finca alejada del ruido, con su esposa y tres perros teckel. Lorenzo ha pasado de servir copas en un sótano a dar largos paseos por el campo. A veces, se sienta a mirar el horizonte, como si aún buscara respuestas. Y cuando sonríe, uno no sabe si sonríe de alivio, de ironía o de nostalgia. Lorenzo Queipo de Llano sigue siendo ese hombre imposible de saber del todo, pero que a uno le gustaría seguir escuchando.