Si me dieran a elegir entre Tamara Falcó y Giorgia Meloni como únicas opciones para presidir el Gobierno de España, en una imaginaria segunda vuelta al estilo de Francia en las presidenciales, me quedaría con la más joven (la hija de Carlos Falcó tiene cinco años menos que la pos fascista italiana).
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La marquesa, que está en México asistiendo a unas ponencias de la Iglesia más ultracatólica tras el calvario de su ruptura, es una aristócrata cuyas convicciones políticas conocidas se acercan más al Partido Popular que a Ciudadanos, la formación que agradaba a su madre y al novio de Preysler, Mario Vargas Llosa.
Este dato está sin actualizar, claro, porque, aunque hemos visto a la filipina acompañar al premio Nobel a actos de Albert Rivera, hoy en día no tiene demasiado sentido jalear a la formación naranja, que apenas sobrevive a hombros del trío que se han montado Inés Arrimadas, Begoña Villacís y Edmundo Bal.
Isabel Preysler, no lo olvidemos, dejó al padre de Tamara por un socialista: se enamoró, se casó y tuvo una hija con Miguel Boyer, primer ministro de Economía de Felipe González, que estuvo dos años y medio en el cargo, y expropió la Rumasa de Ruiz Mateos. La pobre Isabel Preysler fue objetivo de algún tartazo callejero, perseguida por una hija del empresario jerezano.
Volviendo a la imaginaria distopía de un país gobernado o bien por Meloni o bien por Tamara, uno de los argumentos más estéticos a favor de la influencer nacional es su elegancia frente a la señora de los melones, que posó de esta guisa en redes como cierre a su eficaz aunque muy ordinaria campaña.
@giorgiameloni_ufficiale 25 settembre: ho detto tutto.
? suono originale - Giorgia Meloni
Si la política es imagen, Tamara Falcó podría perfectamente sacarse un escaño al menos. Su discurso, apuntalado en el lema 'O sea', no es peor que el de muchos políticos en activo, y además, un experto podría hacer carrera de ella como Miguel Ángel Rodríguez con Isabel Díaz Ayuso o Iván Redondo en su día con Pedro Sánchez. O sea.
Tamara, desde la visión pija de la vida, haría un programa de derecha moderada. Habla idiomas, es educada y gestiona bien, o al menos se busca buenos asesores que, por cierto, se paga ella, suponemos. Su programa electoral no dejaría tirados a los migrantes, porque su corazón y convicciones se lo impiden, está claramente a favor de los derechos LGTBI, como vemos si repasamos quiénes son algunos de sus grandes amigos. Sí sería por razones obvias una ferviente defensora de endurecer la ley del Aborto, o incluso prohibirlo, y sin embargo, y a pesar de sus fuertes convicciones religiosas, permitiría el divorcio; primero, porque sin él a lo mejor no existiría (su madre dejó a Julio Iglesias para casarse con su padre). Pero además es que ha demostrado militar en el pragmatismo. Al fin y al cabo, y por mucho que ella haya defendido en su ponencia mexicana lo que ella llama la familia convencional, sus padres sumaron siete bodas, y eso sin contar la relación de Isabel Preysler con Mario Vargas Llosa. Conviven desde hace años como un matrimonio. Pero bien es cierto que Tamara es muy distinta a su madre quien, a la edad de Tamara, tenía ya cinco hijos de tres maridos distintos.
Otra virtud de Tamara for President es que sabe manejar los medios, enfrentarse a las cámaras y sobre todo recomponerse tras los revolcones. Y no nos referimos a los que suponemos que se daba con su prometido sino a los que le ha dado la vida a pesar de su privilegiado estatus: la separación de sus padres, sus crisis de identidad, aquel momento en el que engordó mucho, la muerte de su padre y sus desengaños amorosos, especialmente el último. "Nada puede con Tamara, o sea". Este podría ser su lema de campaña.
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