Como la silueta de un buque. Así era el edificio de la emblemática piscina Stella, que despuntaba en el número 231 de la calle Arturo Soria de Madrid. Un soplo de libertad, de fiestas y del glamour de los primeros bikinis que se lucieron en España . Y todo este despertar se produjo en pleno franquismo y se hizo fuerte con el tiempo. En Los días ligeros (Editorial Plaza & Janés), Yolanda Guerrero se zambulle en la cinematográfica historia de esta finca, icono de la modernidad en una época de grisura y pecado. "Se levanta con la forma de un enorme barco blanco varado sobre una colina como por un milagro, un arca de Noé encima del monte Ararat después del diluvio", describe la autora la propiedad, aún en pie.
En la década de los 40, Manuel Pérez-Vizcaíno y Pérez-Stella convence a su padre para levantar una piscina sobre la finca familiar de más de 8.000 metros cuadrados que acoge unos viveros. La propiedad, en el barrio de Ciudad Lineal, próxima a la base norteamericana de Torrejón de Ardoz, tiene una gran acogida entre los militares. Despega como club de élite con peluquería, restaurante, pista de baile y gimnasio. El éxito desbordante lleva la familia Pérez-Vizcaíno a afrontar una ampliación que encargan al arquitecto de vanguardia Luis Gutiérrez Soto, firmante del Madrid moderno. Fue en 1952.
Bikinis y topless
La alta sociedad madrileña frecuenta el Stella para ver y dejarse ver en el agua, bajo las sombrillas, en los solarium y en el restaurante. Lujo, elegancia y modernidad, cócteles en bandejas, martinis a pie de hamaca, bikinis y topless. Un ambiente de estrellas, algunas planetarias, como Aba Gardner, Xavier Cugat, los duques de Windsor o Antonio Machín y un mini Hollywood, que contrasta con el otro mundo, el del exterior del club. Un mundo de necesidades y estrecheces y una moral restrictiva, censora y arcaica.
En ese ambiente se movió como pez en el agua la diva estadounidense, que recaló por primera vez en España para rodar Pandora y el holandés errante en Tossa del Mar (Costa Brava) en 1951. Cinta que propició su amor por el torero y poeta Mario Cabré. Tras Las nieves del Kilimanjaro, junto a Gregory Peck (1952), Mogambo, con Clark Gable (1953) y Cruce de destinos, de George Cukor (1956), su éxito era imparable. Ava conoció ese Madrid de los 60, con Chicote, el Corral de la Morería y el Villa Rosa. Apasionada del flamenco, le gustaba compartir mesa con Lola Flores; y sus tardes de toros junto a Luis Miguel Dominguín en Las Ventas. Coincidió con Hemingway y Orson Wells en Santa Ana y con Sinatra en el Cock. La actriz se instaló en una suite del Castellana Hilton, se mudó a La Moraleja y después al lujoso ático en el número 11 de la calle Doctor Arce.
La autora de Los días ligeros hace una fotografía de ese oasis en plena dictadura franquista. Al Stella llegan tres jóvenes de diferentes estratos sociales: Sara , sobrina del director del club; Amparo, la nueva ayudante de cocina y Julia, con vocación religiosa. Las tres amigas, en el Stella, conocerán a Ava Gardner. También, aprenderán a vivir y se enamorarán. Unos asesinatos pondrán su amistad en peligro y marcarán sus vidas.