Casas Reales

Lady Di y Camilla Parker Bowles, frente a frente: un día en las carreras

  • 20 años sin Diana

La señorita Spencer fue presentada al mundo cuando se supo que se convertiría en futura esposa del heredero de la corona británica, siendo apenas una adolescente. Diana se casó con 20 años y 20 días, y cuando su coche se estrelló en un túnel de París, hace ahora dos décadas, solo tenía 36 años. Pero su imagen, su vida y su recuerdo la han convertido en un icono comparable a John Lennon, El Ché Guevara o Gandhi. Por contra, la que fue amante de su marido, durante un tiempo, fue la villana de esta tragedia mundial. ¿Cómo está el cuento hoy?

Sin duda, una de las causas del fenómeno, el que ha convertido a Diana de Gales en lo que es, se llama Camilla Parker Bowles, en su día, barragana de Carlos y, en teoría, la personificación de las desdichas de la princesa, junto con su propio marido infiel, por supuesto.

Hoy Carlos y Camilla llevan 12 años de feliz matrimonio y una parte de la opinión pública, minoritaria, ha perdonado casi todo el daño que hicieron. El que esté libre de pecado, que es como decir, 'el que esté libre de amar sin controlar sus sentimientos', que tire la primera piedra.

Pero el leit motiv que convierte la melancólica tragedia vital de Diana Spencer en una historia imposible de rechazar es que el pueblo británico, y por extensión, la Humanidad, no podía creer que Carlos de Inglaterra prefiriese a esa mujer casada (con Andrew Parker Bowles) frente a la bella, dulce y meliflua esposa que le esperaba en sus aposentos. Es algo así como si Felipe VI se liara con Paz Padilla, en traducción libre.

Frente a esta versión británica y rubia de la Sisi Emperatriz del siglo XX, está esa aristócrata, dos años mayor que Carlos (16 años más que la princesa a la que puso los cuernos), de peinados imposibles (hasta para Picasso), de gesto casi antipático, y con cara de padecer mal sabor de boca de por vida, era para los ingleses a la vez la Cruella de Vil de los 101 Dálmatas o la bruja de Blancanieves. Frente a ella, la desdichada Diana, guapa, joven, madre de dos niños de anuncio, pero aparentemente aislada frente al aparato de la Familia Real, que es por lo menos como el del PSOE y el del PP juntos. Diana era una especie de Rebecca a la que el clan de sangre azulísima hacía luz de gas tras los fríos muros de sus palacios, con sus silencios, su flema y la adusta prosa de sus comunicados agravando el percal.

Tenemos por tanto a la fea mala, el malo de orejas gigantes, la buena guapa, la tragedia... Camilla era la personificación de la malvada robamaridos. Tenemos a la ingenua contra la destrozahogares,  a la arpía frente a la virtuosa Diana que sufre en silencio la traición de su marido adúltero junto a la pérfida Camilla.

Las historias que calan en el acervo popular están escritas a menudo con rotuladores de trazo grueso, son cuentos simples: sujeto verbo y atributo. Camilla es mala. Diana es buena, y es princesa. Pero no todo es tan sencillo o tan cierto. La actual duquesa de Cornualles estuvo dispuesta a sacrificar sus sentimientos, porque estaba enamorada de su amante pero le rechazó. Camilla y Diana tenían en común más que un hombre: su origen aristocrático, sus infancias en entornos privilegiados, y su condición de adúlteras. Pero sobre todo su condición de protagonistas de historias de amor complicadas y palaciegas.

Carlos quería tener a Camilla dentro de su vida, o viceversa ("Quiero ser tu tampax") pero no se atrevió a desobedecer a su madre, o a quien fuera que decidió casarle con una adolescente ochentera, monísima, rubia y dispuesta a dar a luz a tantos Windsor como le saliera del moño al destino (a pesar de que él no sabía besarla, Diana y Carlos hacían el amor cada tres semanas). Él creía que, como su padre, podía cumplir con su deber marital, y nacional, y a la vez salir por ahí con su kilt a cuadros pero no siempre con la ropa interior.

La dramática guinda de todo este culebrón basado en hechos tan reales como sus protagonistas llegó hace este jueves 20 años. El trágico destino incluso bautizó el lugar de la muerte de la princesa de Diana con el nombre épico de Túnel del Alma. Además, la ciudad elegida por el azar fue nada menos que la del amor; pero en lugar de luz había oscuridad. Diana Spencer salía del hotel Ritz, con su amante multimillonario, hijo de papá, productor de cine, que había salido con Barbra Streisand, y egipcio (¡Ohh, árabe, y eso que no había llegado el 11-S).

Perseguida por los cabrones de los fotógrafos, en un mercedes negro, negro como un ataúd de azabache, empezó el epílogo de su vida. ¿Cómo no iba a convertirse esta mujer, muerta a los 36 años, en un icono? ¿Cómo no iba a ser el de Diana de Gales un drama popular, una tragedia tan clásica como las griegas?

No solo el último día de su vida: las carreras fueron las protagonistas toda su vida. Contra el tiempo, porque la comprometieron siendo niña y se casó muy joven; contra su oponente, porque no fue capaz de manejar la guerra que mantenía sin saber que combatía a veces; y contra los paparazzi, porque la velocidad a la que iba su coche acabó con su corta vida de golpe.

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