Cuenta su biografía escolar que un día al príncipe de Asturias le encerraron en el armario en el que los alumnos colgaban la ropa. A la hora de comenzar la clase, Felipe no aparecía por ningún sitio. El colegio se movilizó y, para acabarlo de agravar, en esos momentos telefoneó doña Sofía. Deseaba hablar con su hijo. ¿Cómo se le dice a una madre, sea o no Reina, que su hijo se ha perdido en la escuela?
En el relato de Jaime Peñafiel se dice que el príncipe no fue muy feliz en el colegio de Los Rosales, donde estudiaba. "Había días en que iba más a gusto que otros. Dependía de lo que allí me esperaba", reconocía el hoy jefe del Estado. Tal vez por ser alto, rubio y con los ojos azules o pertenecer a la Familia Real algunos compañeros sentían cierto rechazo o envídia hacia si persona. Tener amigos no era en esa época tarea fácil. En 1976 sufrió lo que puede considerarse como su primera humillación pública. Fue el 18 de abril. Felipe regresó a su casa, el palacio de la Zarzuela, llorando. "¿Por qué lloras?", le preguntó su madre. Y entre lágrimas el niño le explicó que no había sido invitado a la fiesta de cumpleaños que un compañero daba en su casa.
Doña Sofía, herida en lo más profundo como madre, no lo dudó un momento. Buscó el teléfono del compañero y llamó. "Perdone que les moleste, pero es que mi hijo Felipe tiene un disgusto terrible porque no ha sido invitado a la fiesta y le gustaría mucho estar en ella". "De qué Felipe se trata, señora", preguntó la mujer al otro lado del teléfono. "De Felipe, del príncipe", respondió la Reina.
Desconcertada, la mujer, sin saber qué decir, le pasó el teléfono a su marido, quien le explicó a doña Sofía que no había sido invitado porque no sabían "qué protocolo utilizar". "¡Ninguno, ninguno!", respondió la reina. "Si no tiene inconveniente, ahora mismo le llevo".
Esta anécdota concuerda en el tiempo con la época en la que era muy difícil ver sonreír al niño príncipe, con doce años. "Siempre parecía enojado", explica Jaime Peñafiel en Pronto. El propio Rey Emérito ha contado que, durante su estancia en la Academia Militar, le hicieron pagar a base de bien por lo que representaba"Muchos no me tragaban", confesó en su día don Juan Carlos. "Me obligaban a hacer la serpiente, arrastrándome a lo largo del dormitorio, pasando por encima y por debajo de las camas alternativamente. También a dormir con 'la novia', que consistía en acostarme desnudo abrazado al sable; o el 'tiro de pichón', en el que me encerraban en la estrecha taquilla o en el armario de la ropa, con los ojos vendados. A la voz de 'pájaro' tenía que salir para recibir una lluvia de todo tipo de objetos", contaba el propio don Juan Carlos.