Casas Reales

La fascinante historia de Ana de Inglaterra: la princesa infalible cumple 75 años de rectitud, lealtad y pocos amores

La princesa Ana en 1969 y en una imagen de 2024

Hay en Inglaterra una mujer que camina como si arrastrara, invisible, el eco de las trompetas de coronación, y sin embargo vive de espaldas al oropel que la vio nacer. La princesa Ana, hija de una reina y hermana de un rey, cumple 75 años este 15 de agosto con la misma determinación pétrea con la que ha despachado ceremonias, jineteado caballos y plantado cara a los paparazzi durante medio siglo. Es la hebra que cose la monarquía larga, inmóvil, de Isabel II, con el reinado todavía joven, y no exento de tormentas, de su hermano Carlos.

La princesa Ana con sus padres y su hermano mayor, Carlos, en octubre de 1957
La princesa Ana con sus padres y su hermano mayor, Carlos, en octubre de 1957

El rey, a quien Ana llama en privado Old Bean —la vieja alubia, según el humor británico que suena seco y tierno a la vez—, ha ordenado acuñar una moneda con su perfil. Un gesto para recordar que estos 75 años de una mujer que ha ejercido el oficio real con una ética de trabajo que en Palacio llaman "de granja" y que en la calle se traduce como respeto puro. No en vano, días antes de soplar las velas, la homenajeada despachó cualquier alarde con una frase que podría figurar en su escudo: "Yo no celebro los cumpleaños que acaban en cinco, solo los que acaban en cero". Ana de Inglaterra siempre ha preferido las salas discretas a los salones de gala. Donde hay una placa que inaugurar en un centro de salvamento marítimo, allí aparece; donde se corta la cinta de un hospital rural, ahí está su silueta. Es un sentido práctico que la ha acompañado desde que, hace décadas, decidió que sus hijos, Zara y Peter, no tendrían títulos nobiliarios. "Quiero que crezcan lo más cerca posible de la normalidad", dijo. Y lo consiguió: Zara se casó con Mike Tindall, rugbista, y vive rodeada de caballos y niños; Peter, a punto de casarse por segunda vez, cría a sus hijas con igual discreción.

La primera Windsor en competir en unos Juegos Olímpicos, Montreal 1976

La fortaleza de Ana es de establo y pista de arena. La forjó el oficio de amazona, que la llevó a ser la primera Windsor en competir en unos Juegos Olímpicos, Montreal 1976, en la exigente disciplina del concurso completo. Una aristócrata que la conoce bien asegura que "la dureza de su carácter está hecha de madrugones, caídas y el olor de los caballos antes del alba". De ahí que, cuando acompaña a su hija en competiciones, su mirada no sea de espectadora, sino de juez implacable. Y que, si la prensa acosa, su flema se quiebre: "¡Hombres despreciables! ¡Plagas asquerosas!", gritó una vez, como si de pronto asomara el volcán bajo el glaciar.

En 1974, con apenas 23 años, un hombre armado intentó secuestrarla cuando regresaba a Buckingham. Él quiso arrastrarla fuera del coche; ella respondió con una frase que vale por un escudo y una espada que: Not bloody likely (esperemos que no se manche de sangre). Desde entonces, en los pasillos de Palacio, ese episodio se recuerda como la medida exacta de su temple.

En los álbumes de las organizaciones benéficas hay fotos suyas que parecen arrancadas del polvo. En los setenta, como presidenta de Save the Children, visitó Biafra y Etiopía, y más tarde Bosnia. Allí no se le vio la corona, pero sí las botas manchadas de barro. "Su credibilidad nació en el barro", dice un exdirector de la ONG. Ese compromiso le valió en 1987 el título de Princesa Real, otorgado solo siete veces desde el siglo XVII.

Una conmoción cerebral y amnesia temporal

Hace apenas unos meses, en junio de 2024, un caballo la derribó en su finca de Gatcombe Park. La caída le provocó una conmoción cerebral y amnesia temporal. Cinco noches en el hospital y tres semanas después reapareció en un evento ecuestre. "Insistió en volver porque su sitio estaba allí", recuerda un allegado. Lo mismo hizo en Montreal, cuando terminó su prueba con la cabeza sangrando. En su vida, caerse es apenas un trámite para volver a levantarse. Con rango de almirante y comandante en jefe de las mujeres de la Marina Real, recorre trincheras, cubiertas y hangares con la precisión de un oficial que conoce a cada soldado por su nombre y su herida. En el funeral de su padre, en 2021, caminó sola tras el féretro. Después escribió: "Fue mi maestro, mi sostén y mi crítico. Hago su duelo sirviendo". Esa frase condensa la liturgia de toda su existencia.

De joven, tuvo un romance con Andrew Parker Bowles, hoy exmarido de Camilla. En su madurez, su estilo se ha vuelto más sobrio, casi monástico: cardado intacto, trajes reciclados desde antes de que la moda llamara a eso sostenibilidad. No hay en ella escándalos de portada ni guiños a la frivolidad. Fue la primera de los hijos de Isabel II en divorciarse, pero lo hizo sin ruido. Su segundo matrimonio, con Timothy Laurence, es una alianza sólida, sin aspavientos. En el tablero de la monarquía británica, Ana no ocupa la casilla más visible, pero sí la más constante. Su influencia se mide en el número de compromisos que cumple cada año: más que cualquier otro miembro de la familia. Si la reina era la piedra, ella es el acero que no se oxida. La princesa Ana no es muy de discursos televisados ni de joyas heredadas.

En estos días de homenajes, el retrato que devuelve su moneda conmemorativa es el de una mujer que nunca se ha peinado el alma para salir en la foto. Tiene en los ojos la claridad de los amaneceres en los establos y en las manos la firmeza con que se sujeta una rienda. Cumple 75 años sin fiesta de confeti, porque su verdadero aniversario es cada día en el que llega a tiempo, estrecha manos y escucha con atención a quienes nunca pisan la alfombra roja. Puede que, en los próximos años, la Corona británica cambie de forma, de ritmo o de discurso. Pero mientras exista una agenda de servicio que llenar, una cinta que cortar en un pueblo remoto o un soldado que saludar en un muelle ventoso, allí estará la princesa Ana, puntual como un reloj de bolsillo heredado, con su cardado eterno y su paso firme. Así, cuando se hable de ella, no se dirá que fue reina, sino que fue imprescindible.

Los matrimonios y la vida sentimental de la princesa Ana

La historia personal de la princesa Ana, tan discreta como constante, también ha estado marcada por dos matrimonios que revelan tanto su carácter independiente como su resistencia a las convenciones. En 1973, con apenas 23 años, Ana contrajo matrimonio con el capitán Mark Phillips, un oficial del 1st Queen's Dragoon Guards al que había conocido cinco años antes, en 1968, durante una reunión para amantes de la equitación. La conexión entre ambos nació en torno a la pasión por los caballos, una constante en la vida de la princesa. El compromiso se anunció el 29 de mayo de 1973, y el enlace se celebró el 14 de noviembre de ese mismo año en la Abadía de Westminster. La ceremonia, televisada, fue seguida por alrededor de 100 millones de espectadores en todo el mundo, reflejo del interés que los tortolitos reales despertaban entonces.

Tras la boda, fijaron su residencia en Gatcombe Park, la finca campestre que sigue siendo el hogar de la princesa. De acuerdo con la tradición, a Phillips se le ofreció un condado, pero ambos rechazaron el título, lo que significó que sus hijos —Peter, nacido en 1977, y Zara, en 1981— no recibieran tratamiento nobiliario. La decisión fue deliberada: Ana buscaba que crecieran con la mayor normalidad posible, libres de las obligaciones y restricciones que impone la vida en la realeza. Hoy, esa determinación es vista como una muestra temprana de su visión pragmática y su deseo de que sus descendientes forjaran sus propios caminos. Sin embargo, la relación con Phillips se fue deteriorando. En agosto de 1989, el matrimonio anunció su separación. Llevaban tiempo apareciendo poco juntos en público y la prensa los vinculaba sentimentalmente con otras personas. Aunque inicialmente afirmaron que no planeaban divorciarse, la ruptura se formalizó en abril de 1992, apenas diez días después de que la princesa presentara la demanda.

La Princesa Real con su segundo marido, el vicealmirante Sir Timothy Laurence (2014)
La Princesa con su segundo marido, el vicealmirante Sir Timothy Laurence, en una imagen de 2014

Su segundo esposo, el comandante Timothy Laurence, oficial de la Marina Real

Ese mismo año, y pocos meses después de disolver su primer matrimonio, Ana volvió a casarse. Su segundo esposo fue el comandante Timothy Laurence, oficial de la Marina Real, a quien había conocido a mediados de los años ochenta cuando él servía como ayudante de campo de la reina Isabel II a bordo del yate real Britannia. La relación entre ambos se había mantenido en la discreción hasta que, en 1989, el tabloide The Sun reveló la existencia de cartas privadas enviadas por Laurence a la princesa. La boda tuvo lugar el 12 de diciembre de 1992 en Crathie Kirk, cerca del castillo de Balmoral, en Escocia, ante apenas 30 invitados. La elección de la Iglesia de Escocia no fue casual: a diferencia de la Iglesia de Inglaterra, Escocia permitía entonces el matrimonio de personas divorciadas bajo ciertas condiciones. Ana, vestida con un conjunto blanco sencillo y un ramillete de flores en el cabello, rompía así con más de un siglo de historia al convertirse en la primera persona de la familia real británica divorciada en volver a casarse desde la princesa Victoria Melita, nieta de la reina Victoria. Laurence, que no recibió título nobiliario, fue nombrado caballero en 2011. Desde entonces, ha acompañado a la princesa con la misma discreción que ella defiende, compartiendo una vida alejada de la ostentación y centrada en el servicio público.

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