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Farah Diba: la sombra del trono y la luz de la memoria de la última emperatriz de Irán tendrán versiones en documentales sobre su vida

En medio de una oleada de cambios en Oriente Medio y del renovado interés global por las figuras históricas del siglo XX, emerge nuevamente la imagen de Farah Diba, última emperatriz de Irán. La cineasta Emily Atef prepara uno de los proyectos documentales sobre "la vida de Shahbanou Farah Pahlavi, centrándose en la resiliencia de una mujer que, a pesar de un exilio de más de 45 años y el duelo de su marido y dos hijos, permanece profundamente dedicada a su deber como soberana y apegada a su tierra natal". La ex emperatriz lo confirmaba, como recogíamos hace semanas en este portal: "Me interesa que se cuente mi historia a través de un documental y un proyecto con guión". Quiere que todo vaya "más allá": "Deseo mostrar qué es Irán y quiénes son los iraníes. Quiero que hablen de mi país, especialmente de su historia y cultura, que son muy importantes para mí".

La vida de Farah Diba es reflejo de una época y de sus contrastes: modernidad y tradición, esplendor y tragedia, pertenencia y desplazamiento. Hoy, convertida en un ícono de la memoria colectiva iraní, representa un puente entre un pasado monárquico que muchos idealizan y un presente en el que la diáspora sigue buscando su lugar. Su nombre resuena como símbolo de elegancia, cultura y resistencia. Hoy, a sus 86 años, conserva una presencia firme, con la misma dignidad con la que enfrentó las turbulencias de una vida marcada por el esplendor y el desarraigo.

A pesar del tiempo, la emperatriz mantiene firme su mirada en el porvenir. Su fortaleza, forjada en la adversidad, la ha mantenido en pie cuando todo parecía derrumbarse. Y si algo demuestra su figura en el contexto actual es que hay historias personales capaces de trascender décadas, fronteras y sistemas políticos. Farah Diba es incluso hoy un símbolo para muchos, tanto dentro como fuera de Irán.

Farah nació en Teherán en 1938. Estudió arquitectura en París, donde se formó bajo la influencia del arte y el pensamiento occidental. Fue precisamente en esa ciudad donde conoció al Sha Mohamed Reza Pahlaví, con quien contrajo matrimonio en 1959. Su llegada a la corte no solo transformó su vida, sino que también representó un momento clave para la monarquía iraní. Con el nacimiento del príncipe heredero Reza, el trono aseguraba continuidad tras años de incertidumbre dinástica.

Durante dos décadas, la figura de Farah se consolidó en Irán. Promovió las artes, defendió los derechos de las mujeres y apoyó iniciativas sociales y educativas. Su papel fue mucho más que ceremonial. Encabezó instituciones culturales, patrocinó exposiciones y fomentó el acceso a la educación para las mujeres. Su labor le valió respeto incluso entre quienes se oponían al régimen. En un país marcado por tensiones internas, se convirtió en una figura de cohesión.

Sin embargo, el régimen del Sha sometía a la población a abusos, como ocurre con los sátrapas: fue una dictadura corrompida, absoluta, antidemocrática y protegida y favorecida por los amos de la geopolítica mundial que preferían un dictador manejable que lo que llegó después. Pero la revolución triunfó precisamente por los abusos. La supuesta estabilidad que rodeaba al trono se desmoronó con la revolución islámica de 1979. En pocos meses, Farah y su familia tuvieron que abandonar Irán. Comenzaba así un largo y doloroso recorrido lejos de su patria, una ruta de asilos temporales que los llevó a Marruecos, Bahamas, México, Panamá, Estados Unidos y finalmente Egipto, donde el Sha moriría en 1980, aquejado por el cáncer y consumido por el desgaste político.

La desaparición de su esposo fue solo el inicio de un capítulo sombrío. Años después, la tragedia volvería a golpear a la familia. Su hija menor, Leila, falleció en Londres en 2001 por una sobredosis. La joven había luchado contra problemas emocionales durante años. En 2011, Alí Reza, otro de sus hijos, también murió, víctima de una profunda depresión. Ambos habían sentido con intensidad el peso del exilio, la desconexión con su país de origen y las exigencias de una identidad real sin reino.

Pese a estas pérdidas, Farah ha mantenido una vida activa y comprometida. Su residencia se reparte entre Estados Unidos y Francia, donde participa en eventos culturales y se mantiene en contacto con la comunidad iraní en el exterior. Aunque hace más de cuatro décadas que salió de Irán, conserva intacto el amor por su tierra. "El alma de una persona no se desarraiga de sus orígenes", comentó en una entrevista reciente. Esa conexión se mantiene viva no solo a través de sus recuerdos, sino también por medio de su familia. En los últimos meses, su historia ha vuelto a captar la atención internacional gracias a dos proyectos audiovisuales en desarrollo. Uno de ellos estará dirigido por la reconocida cineasta Emily Atef, cuyo enfoque promete ser íntimo y humano. Según fuentes cercanas a la producción, el contenido explorará no solo los años de gloria, sino también los momentos más duros: la pérdida, el desplazamiento, la reconstrucción de una identidad lejos de casa.

Farah ha expresado su deseo de que estas obras sirvan para mostrar no solo su trayectoria, sino también la riqueza cultural de Irán. "Quiero que se hable de mi país con respeto. Irán no es solo política; es arte, poesía, historia", afirmó. Esta intención revela una constante en su discurso público: el empeño por preservar y difundir una imagen de Irán más allá del conflicto. Recientemente, la emperatriz fue vista en París durante la ceremonia religiosa de su nieta Iman, hija de Reza Pahlavi. El enlace, celebrado con gran elegancia y rodeado de rostros conocidos del exilio iraní, marcó un momento de alegría en la vida de Farah. Fue también un acto simbólico, una reafirmación de la continuidad familiar, pese a todo lo perdido.

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