Detrás de los muros de Zarzuela y del protocolo regio, hay vidas silenciosas que esconden capítulos fascinantes. Una de ellas es la de Irene de Grecia, hermana menor de la reina Sofía. La princesa discreta, la tía Pecu (por peculiar), a sus 83 años es uno de los rostros más entrañables de la gran realeza europea. Figura habitual junto a la emérita, tanto en actos oficiales como en sus retiros estivales en Mallorca, la vida sentimental de la princesa ha permanecido bajo llave durante décadas, alimentando así un halo de misterio que ha despertado la curiosidad de biógrafos y admiradores.
Desde hace años, Irene de Grecia (Ciudad del Cabo, Sudáfrica, 11 de mayo de 1942)se ha convertido en el mayor apoyo emocional de su hermana, especialmente tras los complicados años vividos por doña Sofía a raíz de la abdicación de don Juan Carlos, la muerte de su hermano Constantino y las distintas polémicas que han sacudido a la familia real. Su presencia constante, su carácter afable y su perfil bajo han consolidado su papel como una figura clave en el núcleo más íntimo de la emérita. Vive desde hace tiempo en el Palacio de la Zarzuela, donde recibe el cariño de los nietos de la reina Sofía y participa activamente en la vida familiar. Pero, ¿quién fue Irene fuera de la sombra de su hermana? ¿Tuvo romances? ¿Estuvo alguna vez cerca del altar? Aunque nunca contrajo matrimonio ni tuvo hijos, su vida amorosa no ha sido precisamente una página en blanco.

El hermetismo de una princesa discreta
A diferencia de otros miembros de la realeza, que han vivido sus relaciones sentimentales bajo la atenta mirada de los medios, Irene optó siempre por la discreción. La escritora Eva Celada, autora del libro La princesa rebelde, intentó sin éxito que Irene rompiera su silencio sobre este tema. La respuesta fue clara: "He estado enamorada, naturalmente, pero no quiero contar ninguna historia de amor que he vivido por discreción", confesó la princesa que dio nombre a su sobrina nieta, la pequeña de la infanta Cristina y Urdangarin.


Quizá Irene nunca necesitó casarse para sentirse plena, ni formar una familia tradicional para dejar huella. Su vida es ejemplo de lealtad, fortaleza y discreción. Y aunque sus romances nunca llegaron a pasar por el altar, sus amores —ocultos o no— han sido parte esencial de su biografía. Con ellos, la princesa Irene no solo ha tejido su propia historia, sino que ha enriquecido en silencio la de toda una familia real.

La razón, según ella misma explicó, era sencilla y elegante: "Mis relaciones amorosas implican a terceras personas y no deseo perjudicar a nadie". Su negativa no fue una forma de evitar la pregunta, sino más bien una muestra de respeto hacia aquellos que formaron parte de su intimidad y que, por elección o por circunstancias, no ocuparon un lugar oficial a su lado. A pesar de ese férreo hermetismo, hay nombres que han trascendido con el paso de los años. Uno de los primeros fue el príncipe Mauricio de Hesse, perteneciente a una de las casas más prestigiosas de la nobleza alemana (no tanto como ella). También se relacionó a Irene con Michel de Orleáns, conde de Évreux y miembro de la familia real francesa. Sin embargo, su madre, la reina Federica de Grecia, no veía con buenos ojos estos vínculos, quizá condicionada por el altísimo listón que había dejado Sofía al casarse con quien sería rey de España.

A principios de los años 80, la prensa situaba a Irene muy próxima a Gonzalo de Borbón, primo del rey Juan Carlos. Más tarde se la vinculó sentimentalmente con Jesús Aguirre, intelectual español y posterior duque de Alba tras su boda con Cayetana Fitz-James Stuart. Aunque nunca se confirmaron oficialmente estos romances, los rumores y confidencias de palacio apuntaban a relaciones intensas y muy reales.

Fue Guido Brunner, embajador alemán en Madrid entre 1987 y 1992, quien más tiempo compartió con la princesa
No obstante, fue Guido Brunner, embajador alemán en Madrid entre 1987 y 1992, quien más tiempo compartió con la princesa y quien pareció ganarse un espacio especial en su vida. Brunner, además de diplomático de gran prestigio, tenía intereses culturales y humanistas muy afines a los de Irene. Se les veía compartir cafés, paseos y largas conversaciones. Pero el romance no prosperó del todo. Según algunas fuentes cercanas a Zarzuela, el rey Juan Carlos no aprobaba del todo la relación, y las presiones familiares pudieron influir en que la historia no llegara a buen puerto. Brunner falleció en Madrid en 1997, víctima de un cáncer.

Más allá de sus amores, lo que define a Irene de Grecia es su espíritu solidario y su vocación de servicio. Desde muy joven estuvo vinculada al hinduismo, a causas humanitarias, fundaciones y actividades culturales. Es políglota, amante de la música clásica y apasionada por la literatura. Su vida, lejos de haber sido vacía por no tener descendencia o un matrimonio, ha estado llena de significado en otras áreas. Quienes la conocen destacan su carácter afable, su calidez y su humildad. La familia real española la adora. Los nietos de doña Sofía la ven como una abuela más. Y su presencia en Zarzuela es vista como un bálsamo frente a los tiempos convulsos que ha vivido la monarquía.
La relación entre las dos hermanas es mucho más que estrecha. Sofía e Irene son, según quienes las conocen, inseparables y complementarias. Mientras una ha soportado las exigencias del trono, la otra ha sido su refugio emocional, su confidente y su mayor aliada. Las hemos visto juntas en numerosos actos oficiales, y no faltan cada verano a su cita en el Palacio de Marivent. Esperemos verlas pronto.