Casas Reales

La princesa Leonor y su encuentro en Nueva York con Victoria de Hohenlohe, duquesa de Medinaceli

Victoria de Hohenlohe-Lagenburg y la princesa Leonor

Por un instante, las grandes estirpes parecen perderse en el anonimato entre los rascacielos de Manhattan. Ni el eco de los títulos, ni las genealogías bordadas en oro sirven de salvoconducto en la ciudad donde el linaje no pesa, y donde el único escudo válido es el del silencio. Allí, en el centro del mundo, vive ahora Victoria de Hohenlohe-Langenburg, la mujer con más títulos nobiliarios de España, y sin embargo, la más discreta, la menos previsible, acaso la más contemporánea.

Desde el mes de marzo, la duquesa de Medinaceli habita Nueva York junto a su marido, el financiero franco-argentino Maxime Corneille, alejados de focos, lejos del murmullo de las revistas del corazón que solo saben latir cuando alguien se expone. Allí, como dos sombras entre millones, trabajan, caminan, se sumergen en la rutina profesional sin hacer ruido, como si llevaran una capa de invisibilidad bordada en inglés. La ciudad les ofrece lo que Europa les negó: anonimato. No hay fotógrafos que acechen su entrada a los museos, ni alfombras rojas esperándolos. Ella, con sus duquesados, marquesados y condados —más de cuarenta títulos en total—, parece una figura extraída de una novela de Henry James que ha decidido, de forma voluntaria, desaparecer del relato.

Pero esta semana, otra vuelta de tuerca hace resonar su nombre. El motivo es un encuentro de alto simbolismo: este jueves 5 de junio, Victoria se encontrará en Nueva York con la princesa Leonor de Borbón, heredera al trono de España, que arriba a la ciudad a bordo del Juan Sebastián Elcano, el buque escuela que la ha llevado de travesía por América. Dos generaciones de la alta nobleza española se cruzarán en el epicentro del nuevo mundo. No será una aparición pública, pero sí un gesto con vocación histórica. Victoria trabaja actualmente en el departamento de ESG y Sostenibilidad de MJ Hudson, una firma británica con oficinas en Londres, Ámsterdam, Madrid y Nueva York. En tiempos de discursos vacíos, ella ha elegido la acción. No hay impostura en su preocupación por el medio ambiente; colabora activamente con Plant for the Planet España, una fundación que busca combatir el cambio climático mediante la reforestación. Su trayectoria laboral anterior incluye Attalea Partners, una consultora financiera donde fue adquiriendo ese perfil técnico que hoy la mantiene firme frente al vértigo de los mercados.

Su marido es el retrato de la sobriedad: licenciado en Ciencias Económicas por la Universidad Bocconi de Milán y con un máster en Gestión Empresarial por el Instituto de Empresa de Madrid, trabaja en Arcano Partners, firma especializada en activos alternativos y asesoría financiera. No frecuenta eventos, no tiene presencia en redes, y prefiere que su nombre quede en el ámbito de los balances y las cifras. Él, como ella, ha hecho del perfil bajo una forma de nobleza. En Madrid tenían una vida sólida, aunque lejos del oropel. La duquesa se dejaba ver solo en momentos contados: los premios Escaparate en Sevilla, algún desfile de moda flamenca en enero, o la Feria de Abril entre farolillos y mantones. Pero incluso entonces, su aparición era breve, fugaz, casi fantasmal. Más que mostrarse, parecía que se deslizaba. Nacida en Málaga, Victoria se trasladó a Múnich a los siete años tras la separación de sus padres. Allí creció entre dos mundos: el de los archivos nobiliarios y el de las ideas modernas. Cosmopolita por destino, habla varios idiomas y se mueve entre culturas con una naturalidad que a veces incomoda a quienes aún creen que nobleza y tradición deben ir de la mano. Ella ha optado por una nobleza funcional, silenciosa, eficaz. Una nobleza que trabaja en sostenibilidad y no en apariencias.

Diez veces Grande de España

Victoria de Hohenlohe-Lagenburg es la noble con más títulos de Europa, nada menos que 44, diez de ellos con Grandeza de España y es la actual jefa de la Casa de Medinaceli. Nacida en Málaga el 17 de marzo de 1997, es hija de Marco de Hohenlohe y Sandra Schmidt-Polex. El padrino de su boda fue su hermano menor, Alexander (su padre falleció en Sevilla el 18 de agosto de 2016). La ceremonia religiosa fue oficiada por Ignacio Jiménez Sánchez-Dalp (el sacerdote que casó a la duquesa de Alba y Alfonso Díaz), al que Victoria conoce desde niña.

Nueva York les ofrecía esa promesa: ser nadie. Y lo han aprovechado. No hay fotos suyas en inauguraciones de galerías, ni en cócteles con cristalería de Murano. Allí no es la duquesa de Medinaceli, sino Victoria, la profesional de ESG. Pero esta invisibilidad tiene fecha de caducidad. El traslado es temporal, un paréntesis necesario mientras cumplen con sus compromisos laborales en la ciudad que nunca duerme. Luego, volverán a España, quizás a Madrid, quizás a Sevilla, ciudad que la duquesa adora y donde se la ha visto en las Madrugás y en la Feria, paseando sin ostentación, como una más entre volantes.

La historia de los Medinaceli no se ha escrito sin sobresaltos. Enfrentada con el duque de Segorbe por la gestión del patrimonio familiar, Victoria ha tenido que defender su posición incluso en los tribunales. Esa batalla, además de judicial, fue íntima. La familia, como tantas veces ocurre entre apellidos ilustres, se partió en dos, y la herencia, más que económica, fue emocional. Sin embargo, ella se mantuvo firme, recogiendo el legado de su antepasada, la icónica princesa de Medinaceli, con serenidad y sin escándalos. Su boda con Maxime, celebrada en octubre de 2024 en Jerez de la Frontera, fue elegante, íntima y sin ruido. Entre los invitados, amigos verdaderos, no curiosos de salón. Fue la afirmación de una nueva forma de pertenecer a la aristocracia: sin fastos, pero con raíces.

Quizás eso es lo que más desconcierta de ella. Que no quiera brillar como una joya heredada, sino vivir como una piedra pulida por el tiempo. Su poder está en su ausencia, en su negativa a convertirse en personaje. A veces, para ser relevante, hay que desaparecer un poco. Y eso, en una época de exposición compulsiva, es toda una revolución. Cuando Victoria y Leonor se encuentren este 5 de junio, no será un desfile de princesas ni un gesto frívolo. Será el cruce de dos modelos de representación: la monarquía constitucional y la nobleza contemporánea. Ambas jóvenes, ambas formadas, ambas alejadas de los clichés. La una destinada a reinar, la otra decidida a no dejarse gobernar por la tradición. Nueva York, como siempre, será testigo mudo de este encuentro. Y luego, probablemente, volverá a engullirlos entre taxis amarillos y brumas de vapor. Porque hay lugares que, con suerte, permiten olvidar quién eres. Y personas que, incluso rodeadas de historia, prefieren vivir en presente.

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