La visita de Felipe VI y Doña Letizia a Auschwitz de este lunes es una oportunidad para recordar los horrores del pasado y reafirmar el compromiso de España con la paz y los derechos humanos. Pero para que este mensaje sea auténtico, debe estar libre de manipulaciones políticas que desvirtúan su significado.
Pedro Sánchez, estratega consumado de las artes propagandísticas, ha decidido emplear la visita de los Reyes de España a Auschwitz, con motivo del 80 aniversario de su liberación, como un recurso sibilino para diluir cualquier atisbo de polémica en torno a los actos conmemorativos del 50 aniversario de la muerte de Franco. No resulta casual que el Gobierno haya designado como acompañante de Felipe VI y Doña Letizia al ministro de Memoria Democrática, Ángel Víctor Torres, en lugar del titular de Exteriores, José Manuel Albares, lo que deja al descubierto la intención de Sánchez de entretejer Auschwitz con el relato de la memoria histórica española, buscando quizás un paralelismo tan artificioso como irreverente.
La visita de los Reyes a Auschwitz debía haberse circunscrito, como corresponde a un acto de semejante magnitud histórica, a la reflexión sobria y universal sobre el horror del Holocausto. Allí, más de un millón de personas fueron asesinadas, víctimas de un odio atroz que deshumanizó a millones en el corazón de Europa. Auschwitz, con sus cámaras de gas, sus hornos crematorios y su brutal maquinaria de exterminio, representa la culminación del totalitarismo nazi, un régimen que elevó el odio a una categoría organizativa, industrial, metódica.
Sin embargo, el Ejecutivo de Pedro Sánchez ha decidido empañar esta ceremonia de dolor colectivo con un trasfondo político. Al enviar al ministro de Memoria Democrática en lugar del de Exteriores, Sánchez exhibe su propósito: relacionar Auschwitz con el franquismo. Esta maniobra resulta no solo absurda en términos históricos, sino también profundamente irrespetuosa. La tragedia de Auschwitz pertenece al acervo universal del dolor humano, y cualquier intento de plegarla a intereses políticos particulares supone una falta de decoro inadmisible.

La intención del Gobierno es clara: aprovechar la solemnidad de Auschwitz para reforzar el relato oficial de la memoria democrática. Este relato, construido desde un maniqueísmo ramplón, traza una línea que identifica el franquismo con la maquinaria del odio nazi, obviando que la historia reciente de España es mucho más compleja y matizada. Al equiparar la dictadura franquista con Auschwitz, el Gobierno no solo falsea la historia, sino que ofende la memoria de las víctimas del Holocausto, cuya tragedia se inscribe en un contexto radicalmente distinto.
No deja de resultar paradójico que Sánchez busque elevar el franquismo al mismo nivel de ignominia que el nazismo, cuando su propio partido y otros actores políticos han reivindicado el papel del régimen soviético —cuyo totalitarismo también dejó una huella sangrienta en el siglo XX— en la liberación de Auschwitz. La complejidad de la historia se disuelve, así, en un discurso político destinado a polarizar a la sociedad española y a instrumentalizar la memoria para fines partidistas.
El acto en Auschwitz, al que asistirán jefes de Estado y representantes de medio centenar de países, debería haber sido un recordatorio de la necesidad de salvaguardar la paz, respetar la dignidad humana y prevenir los horrores del totalitarismo. Sin embargo, la inclusión del ministro de Memoria Democrática, cuyo departamento está más orientado a las disputas políticas nacionales que a la diplomacia internacional, introduce una nota discordante en una ceremonia que exige respeto y solemnidad.
Enmarcar la visita de los Reyes a Auschwitz dentro de los actos del 50 aniversario de la muerte de Franco es un acto de oportunismo político
El simbolismo de Auschwitz —esa fábrica de la muerte donde la brutalidad humana alcanzó su apoteosis— no necesita ser utilizado como herramienta para legitimar un programa político. La presencia de los Reyes de España debía limitarse a honrar la memoria de las víctimas, sin la injerencia de agendas políticas que distorsionan el verdadero significado del acto.
La decisión de enmarcar la visita de los Reyes a Auschwitz dentro de los actos del 50 aniversario de la muerte de Franco es un acto de oportunismo político. Sánchez sabe que el franquismo sigue siendo un tema divisivo en España, y ha encontrado en esta efeméride una oportunidad para reforzar su discurso sobre la memoria democrática. Pero vincular Auschwitz con Franco no solo es un despropósito histórico, sino también una maniobra que busca avivar viejas heridas para cosechar réditos políticos en un contexto de creciente polarización social.

El franquismo fue una dictadura que reprimió libertades y derechos fundamentales, pero resulta descabellado establecer un paralelismo directo con el Holocausto. Este último fue un acto de exterminio planificado contra pueblos enteros, con una dimensión genocida que trasciende cualquier comparación simplista. Al intentar ligar ambas realidades, el Gobierno no solo desfigura los hechos históricos, sino que también trivializa la magnitud del Holocausto.
El uso político de la memoria histórica siempre entraña riesgos, pero cuando se mezcla con tragedias de alcance universal como el Holocausto, las consecuencias pueden ser especialmente perniciosas. Pedro Sánchez ha convertido la memoria histórica en un instrumento de propaganda, desdibujando los límites entre el respeto a las víctimas y el cálculo político.
Esta estrategia no solo instrumentaliza el pasado, sino que también mina la credibilidad de España en el escenario internacional. La ceremonia de Auschwitz debía haber sido un espacio para el recogimiento y la reflexión, no para el proselitismo ideológico. La presencia del ministro de Memoria Democrática envía un mensaje equivocado, que puede ser interpretado como una falta de sensibilidad hacia la naturaleza universal de este acto conmemorativo.
La tragedia de Auschwitz nos recuerda que el odio y el fanatismo pueden conducir a los abismos más oscuros de la condición humana. Este recordatorio no debe ser instrumentalizado para apuntalar agendas políticas particulares, sino que debe servir como un llamado a la unidad, la empatía y el respeto mutuo.
Al incluir la visita de los Reyes a Auschwitz en el marco de los actos del 50 aniversario de la muerte de Franco, el Gobierno de Pedro Sánchez incurre en una instrumentalización del dolor que resulta éticamente cuestionable. En lugar de promover una reflexión sincera sobre las lecciones del pasado, el Ejecutivo ha optado por utilizar este evento como un altavoz para su discurso político, diluyendo la solemnidad y el respeto que merecen las víctimas del Holocausto.