En Dinamarca, el Año Nuevo no comienza con explosiones de pólvora ni gritos en las plazas, sino con el eco ceremonial de una cena de gala en el Palacio de Amalienborg. Este 1 de enero, sin embargo, la tradición ha adquirido un brillo especial: por primera vez, Federico y Mary han presidido el banquete como reyes. Bajo las arañas de cristal y rodeados de terciopelos y tiaras, los nuevos monarcas han ofrecido algo más que un despliegue de pompa; han presentado un espectáculo en el que el simbolismo se convierte en el salvoconducto para superar los vaivenes de los escándalos familiares.

La estrella de la noche fue Mary, quien, como toda buena reina, sabe que cada detalle de su atuendo es un mensaje en clave. Eligió un vestido verde de terciopelo y encaje, el mismo que había usado en sus primeras fotografías oficiales de gala. Este gesto, lejos de ser casual, parecía un tributo a los años en los que su llegada a la corte danesa transformó su vida y la de la monarquía. Pero el verdadero centro de atención fueron las esmeraldas que lucía: parte de las joyas de la corona, su brillo era un recordatorio de la estabilidad que la institución representa, incluso cuando tambalea.

En el pecho, prendía la insignia de la Family Order, con la imagen de Federico X. Este pequeño retrato, reservado solo a las mujeres de la familia, es un símbolo silencioso del deber y la continuidad, un mensaje que Mary llevó con la serenidad de quien ha hecho de la tradición un refugio personal.

El nuevo rey, Federico X, parecía cómodo en su papel, aunque bajo la pulcritud de su uniforme y el brillo del collar de la Orden del Elefante se podía adivinar el peso de las expectativas. Este primer banquete como anfitrión fue también una prueba: reunir a toda la familia bajo un mismo techo, incluyendo a su hermano Joaquín, con quien los rumores de tensiones no han cesado.

Con palabras medidas, Federico dedicó un espacio de su discurso a su hermano y su cuñada, Marie, quienes viajaron desde Washington para asistir a la gala. "Me alegra que hayan encontrado su lugar," dijo, un comentario que podría interpretarse como una tregua.

En la esquina del salón, el príncipe Christian, heredero al trono, vivió su primer gran evento como parte central de la monarquía. Con un traje impecable y una sonrisa juvenil que no ocultaba el nerviosismo, Christian simbolizaba el futuro, una promesa de continuidad en un mundo donde la tradición es el pilar de lo eterno. La cena de gala de Año Nuevo no es solo un evento social, es un escenario donde cada gesto, cada palabra y cada prenda de vestir cuentan una historia. Bajo las luces de Amalienborg, la familia real danesa mostró que los escándalos y tensiones internas no se enfrentan con declaraciones, sino con la precisión de un ritual que enaltece la imagen del deber cumplido.
Federico y Mary, con el respaldo de joyas ancestrales y la mirada atenta de Margarita II, demostraron que la pompa y el simbolismo siguen siendo las armas más efectivas para enfrentar las tormentas. Al final, mientras los invitados alzaban sus copas, quedó claro que la monarquía danesa, como un diamante, puede resistir cualquier presión sin perder su fulgor.