Casas Reales

Pilar Eyre destapa la verdadera relación de la reina Sofía con sus cuñadas, las infantas Pilar y Margarita

La reina Sofía y sus cuñadas

Pilar Eyre desnuda una vez más el relato conocido de la familia Borbón para mostrar el lado frágil y a veces cruel de quienes habitan en ella. Y aunque el tiempo ha cubierto con un velo de silencio los desencuentros entre doña Sofía y sus cuñadas, la articulista de Lecturas resucita aquellas tensiones como un recordatorio de que, en los palacios, los muros no solo protegen, también aíslan.

En las fachadas de los palacios todo es mármol, estatuas ecuestres y coronas doradas. Pero detrás de esas paredes frías habita el drama de las familias reales, un cúmulo de silencios, recelos y heridas nunca cicatrizadas. Eso cree Pilar Eyre, cronista implacable de la dinastía borbónica, que esta vez pone el foco en una historia que, a pesar del tiempo transcurrido, sigue proyectando sombras sobre la Casa Real: la relación entre la reina Sofía y sus cuñadas, las infantas Pilar y Margarita. Lo que para muchos fue una alianza familiar, para la princesa griega se convirtió en un campo minado de humillaciones y desencuentros.

Corría 1962 cuando la joven Sofía de Grecia, hija de la poderosa reina Federica, aterrizó en España como la prometida del entonces príncipe Juan Carlos. No venía como una visitante cualquiera; su misión, diseñada con precisión helénica por su madre, era clara: conquistar a Franco y asegurar que su marido ascendiera al trono. En palabras de Eyre, "Sofía no se casó con el sucesor del sucesor, se casó con el futuro rey".

Lausana, Suiza, septiembre de 1961: anuncio del compromiso matrimonial entre el príncipe Juan Carlos de Borbón y la princesa Sofía de Grecia: Juan Carlos de Borbón, la Reina Victoria Eugenia de Battenberg, Sofía de Grecia, Rey Constantino de Grecia, princesa Irene de Grecia, Reina de Federica de Grecia, don Juan de Borbón.

Desde el principio, la princesa entendió que debía rendir pleitesía no a don Juan, el legítimo heredero, sino al dictador que tenía en sus manos el destino de la monarquía española. Con movimientos calculados, escribió cartas, ofreció halagos y, durante su luna de miel, visitó a Franco a espaldas de su suegro. "Era un tablero de ajedrez, y Sofía jugó sus piezas con maestría", relata Eyre. Sin embargo, esta estrategia no cayó bien entre los Borbón, que veían en "la griega" a una intrusa manipuladora. La tensión fue inmediata, y tanto don Juan como sus hijas, Pilar y Margarita, dejaron clara su incomodidad.

Humillaciones y ninguneos: las cuñadas al ataque

La hostilidad entre Sofía y sus cuñadas no tardó en hacerse evidente. Eyre recuerda episodios que muestran la profundidad del desencuentro. En la boda de Pilar, los invitados gritaron "¡Viva el Rey, no viva Juanito!", en un gesto de desprecio hacia el príncipe Juan Carlos y su esposa. Sofía, ajena a los juegos familiares de Estoril, evitaba cualquier visita a los Borbón siempre que podía, afirmando que no tenía nada en común con ellos. Las infantas, Pilar y Margarita, no facilitaban la integración de la princesa en la familia. Pilar, ya fallecida, conocida por su carácter enérgico y desenfadado, y Margarita, más reservada pero igualmente leal a su padre, se posicionaron junto a don Juan, el hombre que veía cómo su derecho al trono se desmoronaba. El distanciamiento llegó a tal punto que, cuando Franco designó a Juan Carlos como su sucesor, don Juan prohibió a sus hijas asistir al acto. "Ni Pilar ni Margarita acudieron al momento más trascendental de la vida de su hermano", señala Eyre.

Sofía, la estratega al servicio de la institución

Si algo ha definido a Sofía a lo largo de su vida es su lealtad absoluta a la Corona. Según Pilar Eyre, su madre, la reina Federica, le inculcó desde joven que su deber estaba por encima de los sentimientos. "Tú no tienes que alabar a ese hombre que nunca será rey. Tu misión es conquistar a quien tiene tu destino en sus manos", le dijo.

Sofía cumplió con ese mandato a rajatabla. Fue ella quien insistió a su marido para que pidiera a su padre, don Juan, que renunciara a sus derechos dinásticos. Fue ella quien se acercó a Franco para garantizar que Juan Carlos fuese el elegido. Y fue ella quien, con el tiempo, relegó a un segundo plano a las infantas Pilar y Margarita, para quienes la lealtad al padre superaba cualquier vínculo con su hermano o con su cuñada.

Con los años, y ya convertida en reina, Sofía intentó suavizar las relaciones con sus cuñadas, pero el daño estaba hecho. Pilar y Margarita nunca aceptaron del todo a Sofía, y esta, aunque mantenía las formas, tampoco sentía afecto por ellas. Las reuniones familiares eran encuentros formales donde reinaba la cortesía, pero no la calidez.

A pesar de ello, las tres mujeres compartían un punto en común: su papel secundario en un mundo dominado por hombres y reglas patriarcales. Sofía vivía para ser reina, Pilar encontró su refugio en las causas benéficas y la cocina, y Margarita, la más discreta, se apartó de los focos mediáticos.

Hoy, la reina Sofía, a sus 86 años, es una figura respetada y admirada, pero su historia con las infantas Pilar, ya fallecida, y Margarita revela que la vida en la Casa Real no ha sido nunca un cuento de hadas. Los recelos, las intrigas y los enfrentamientos familiares han sido la norma, y la relación entre estas mujeres fue un reflejo de las luchas internas que definieron una época.

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