En esta tragicomedia llamada vida, donde los títulos nobiliarios no siempre van de la mano de la dignidad, la infanta Cristina se ha convertido, sin quererlo, en el personaje más estoico de una obra con demasiados giros absurdos. El telón de fondo lo compone un divorcio que, aunque formalizado hace casi un año, sigue siendo un campo de batalla económico. Frente a un exmarido que ahora exige más dinero para mantener su tren de vida, la hija del rey emérito ha decidido trazar una línea en la arena: "hasta aquí hemos llegado".
La infanta Cristina, acostumbrada a la discreción forzada y a cargar con el peso de los errores ajenos, ya tuvo que lidiar con el escándalo público y las consecuencias legales del caso Nóos, que convirtió a su familia en un titular eterno de los medios. Sin embargo, ni los paseos por los tribunales, ni la cárcel de su exmarido, ni el desprecio social que tuvo que soportar parecen haberla endurecido tanto como las recientes pretensiones de Iñaki Urdangarin, quien ahora, con la serenidad de quien siempre ha vivido del otro, solicita un aumento en su pensión compensatoria.
Es un detalle fascinante: quien antaño fue un prestigioso jugador de balonmano, digno de las portadas deportivas, ahora se encuentra en las páginas de sociedad exhibiendo un estilo de vida que, como bien han señalado los allegados de Cristina, no corresponde a sus posibilidades. ¿Camboya en verano? ¿Londres en otoño? ¿Una casa de alquiler en Ciudad Jardín, donde los precios oscilan entre los 1.200 y los 1.800 euros mensuales? Todo ello acompañado de su nueva novia, Ainhoa Armentia, en una suerte de escapismo sentimental que, más que idílico, parece financiado con el esfuerzo de otros.
La infanta, que paga religiosamente 3.000 euros mensuales según el acuerdo de divorcio, ha decidido no ceder ante lo que considera un chantaje emocional disfrazado de necesidad económica. Según se rumorea, la paciencia de Cristina, tan proverbial como su discreción, ya no da más de sí. "No está dispuesta a aceptar más chantajes", dicen quienes la conocen. Y tiene razón. Urdangarin no solo busca un aumento, sino también perpetuar un estilo de vida al que ya no tiene derecho, si es que alguna vez lo tuvo.
Es curioso cómo el exduque de Palma parece no haber entendido que los cuentos de hadas terminan cuando el castillo se derrumba. Ahora, sin empleo estable y con una reputación destrozada, sigue viviendo como si las facturas fueran responsabilidad de otros, ignorando que los privilegios tienen fecha de caducidad. Cristina, por su parte, ha asumido su papel de madre responsable, asegurando que a sus hijos nunca les falte nada. Pero no piensa extender esa generosidad a un hombre que ya tuvo más de lo que merecía.
Lo cierto es que la infanta, a quien muchos critican por no haber roto antes con Urdangarin, ha encontrado finalmente su voz. Y lo ha hecho desde la sensatez y la dignidad, negándose a financiar las escapadas de un hombre que eligió marcharse con otra. Porque, en el fondo, lo que Urdangarin busca no es una pensión, sino un salvavidas para no enfrentarse a la realidad.
Mientras tanto, el exdeportista continúa disfrutando de su papel en esta tragicomedia, rodeado de flashes y rumores, como si el espectáculo no pudiera continuar sin él. Pero esta vez, la infanta Cristina ha decidido bajarse del escenario. Y ha dejado claro que no va a aplaudir.
Relacionados
- La infanta Cristina se planta tras la mudanza de Urdangarin: su ex quiere vivir por encima de sus posibilidades
- La otra vida de la infanta Cristina sin marido y sin hijos: paz suiza, lujos exclusivos y una familia rota
- Ni Ginebra ni Madrid: la ciudad donde la infanta Cristina ha comprado su pisazo de soltera