Casas Reales

Juan Carlos I, su escala catalana, la próstata, los impuestos y la batalla soterrada con Zarzuela

Juan Carlos I libra una batalla de negociaciones contra el aparato que trata de descontaminar a la Corona de quienes infectan la pulcra imagen que la sostiene. Moncloa y Zarzuela luchan contra el reloj para evitar la visita del Emérito a Barcelona, una escala que tratan de parar o, al menos, ocultar a la opinión pública. Si el Emérito desvela su llegada a España o su encuentro privado con Carlos III antes de la coronación, Moncloa filtra a El País el desvío de fondos del dinero del Emérito en Jersey a una ONG y aborta, vía diplomática, la reunión con el hijo de Isabel II. Un toma y daca que ilustra la dimensión de las tensiones.

Adelantábamos en primicia el pasado 10 de abril que el Rey Juan Carlos tenía intención de pasar por Barcelona en su inminente visita a España antes de dirigirse a Galicia y participar en las regatas de Sanxenxo. También explicábamos los porqués de ese destino del padre de Felipe VI.

Como hemos publicado, el Emérito abandonará por unos días Abu Dabi, donde reside desde hace años, para participar con El Bribón en la competición náutica el próximo 19 de abril, pero es muy relevante la escala catalana que quiere evitarse o al menos ocultarse porque es el frente donde ahora tiene lugar la batalla mediática que libran por un lado Zarzuela y el Gobierno y por otro las huestes del Rey Juan Carlos.

Se le ha pedido que sea discreto y no convoque a las fanfarrias y las cámaras que hicieron de su anterior visita, hace justo un año, una feria de vanidades, poniéndole en el foco lo suficiente como para abrir telediarios durante varios días mientras era jaleado por el pueblo en olor de multitudes. Pero si en Galicia le aclamaban, lo de Barcelona puede ser peor porque Canalejas podría ser la Plaza de la Revolución.

La realidad es que en esta ocasión don Juan Carlos ha vuelto a prender la mecha del debate nacional filtrando a través de Fernando Ónega o Susanna Griso (vía María Zurita) las intenciones de volver al lugar del pecado mediático, aquel que le costó la regañina en palacio de su propio hijo, reunido a puerta cerrada con don Juan Carlos en Zarzuela durante cuatro horas y sin dejarle quedarse a dormir en palacio.

El mismo viaje que enfureció al Gobierno, desde donde se reivindicó públicamente que pidiera disculpas por su conducta, "nada ejemplar", por mucho que haya esquivado las embestidas de los tribunales, bien pagando lo que debía regularizando su situación tributaria, bien gracias a su inviolabilidad en la época en que era jefe de Estado o bien gracias a prescripciones, es decir, fechorías que el tiempo nos obliga a perdonar, según la ley. Además, están las sucesivas apariciones de ex amantes, de Corinna y sus juicios londinenses, a Bárbara Rey, que ha pasado a la acción total, con serie, documentales y todo un festival de escándalos en prime time.

"Juan Carlos puede venir cuando quiera e incluso residir aquí: es él quien no desea quedarse en su país"

El resumen de aquella bronca real es que en el futuro Juan Carlos no hiciera ruido, que su presencia en sus visitas a España fuera al menos discreta; pero no se le dijo que no viniera. De hecho, una fuente palaciega de absoluta solvencia nos confirma que "el Rey puede venir a España cuando quiera", y añade que "puede incluso residir aquí", y explica que "es don Juan Carlos quien no desea quedarse en su país".

La fuente no especifica las razones por las que el antiguo monarca no vuelve a instalarse en España cuando "es libre de hacerlo cuando quiera". Pero entendemos que tiene que ver con su fortuna y sus obligaciones fiscales, ya que en Abu Dabi no hay impuestos que le obliguen a dar cuenta de su patrimonio y de sus ingresos. Es más, a sus 85 años, cobra relevancia su fabuloso testamento, del que se beneficiarán como herederos varios miembros de su familia, como sus hijas y sus nietos, y no conviene que reciban en España el legado inmenso que se va a repartir porque es mucho más fácil ocultar la grandiosidad de esa fortuna lejos de la vigilancia de María Jesús Montero o el ministro de Hacienda que esté llegado el momento. Algunos expertos calculan que hablamos de unos dos mil millones de euros. No olvidemos que aquellos famosos 65 millones de euros que regaló a Corinna son una minúscula punta del iceberg que se filtró a la opinión pública. Parece lógico pensar que quien puede regalar esa cantidad posee un patrimonio exponencialmente mayor. 

El sistema fiscal de Arabia Saudí es mucho mejor para él

Pero que don Juan Carlos quiera por esa razón impositiva tener su residencia en el Golfo Pérsico no significa que haya perdido su apego a España, a su familia, a algunos de sus amigos y a sus aficiones, ya sean deportivas, taurinas o culinarias. Y no digamos sanitarias, porque sus médicos están en Barcelona y cuestiones tan delicadas como las relacionadas con el aparato urinario es mejor tratarlas con galenos de confianza.

La batalla entre la oficialidad que protege a la Corona y el entorno (aún muy poderoso) del juancarlismo se hace casi evidente a pesar de la maquinaria que trabaja a destajo para disimular las ampollas que levanta el antiguo rey entre los políticos, o las discrepancias, desencuentros y vaivenes familiares. Son dos polos opuestos que representan el Yin y el Yang de una institución que basa una parte esencial de su propia existencia en la imagen.

De un lado tenemos a Felipe VI, Letizia y sus hijas. Podemos sumar a la reina Sofía, cuya profesionalidad made in Germany la hace resistente a casi cualquier humillación o escándalo, sea el enésimo asunto de faldas de su marido, de su hija Cristina y su yerno corrupto y picaflor o la sonada bronca de la misa de Pascua con su nuera.

Al otro lado del tablero están los que restan, los que desde luego no suman en esta labor de construcción y mantenimiento de una Monarquía ejemplar, intachable, cercana, y nada arrogante, aunque tampoco campechana. En este cuento, los cuatro jinetes del Apocalipsis que manchan el vértice de nuestra forma de Estado no son la Guerra, el Hambre, la Peste y la Muerte pero algo hay en esta historia de guerra, sin duda. Iñaki Urdangarin, Froilán el juergas, su hermana la influencer Victoria Federica y don Juan Carlos cabalgan contra la admirable conducta de el Jefe del Estado, su esposa, la heredera al Trono y la infanta Sofía. Pero sólo uno de los cuatro jinetes pertenece aún hoy a la Familia Real y se llama Juan Carlos I.

Frenar este caballo es prioritario y, si no se puede detener, el objetivo pasa por minimizar al menos el impacto de sus andanzas. La escala barcelonesa del Emérito, adelantada el pasado 10 de abril por este digital, no conviene publicitarla. Una presencia notoria de Juan Carlos I en la Ciudad Condal podría ser mucho más nociva que su paso por el municipio pontevedrés de Sanxenxo por razones obvias. El rey tiene tanto derecho a ir a la capital catalana como cualquier ciudadano pero por otra parte, sería terrible que su presencia despertará el monstruo independentista o levantara polvaredas en las calles, y más a poco más de un mes de las elecciones municipales y autonómicas que se avecinan. Además, Barcelona es el lugar donde si hija la infanta Cristina y su yerno Iñaki Urdangarin construyeron el palacio de su pecado de corrupciones y el casoplón de Pedralbes fue un monumento de la corrupción de sangre azul que tanto daño y hizo y aún hoy hace a la institución. 

Destino de sus curas con grandes especialistas médicos

Pero Barcelona es también como explicábamos al dar la noticia de esta escala secreta de don Juan Carlos un destino muy apetecible para el anterior jefe del Estado porque allí ha curado sus males históricamente el antiguo monarca, pasando por los mejores centros sanitarios de la capital catalana. Ha visitado don Juan Carlos Barcelona en muchas ocasiones por razones de salud. Desde siempre acudió a la clínica Planas, que fue durante años su centro sanitario de referencia. Solo cambió el anterior jefe del Estado de sanatorio cuando Manuel Sánchez, uno de los pioneros en medicina antienvejecimiento, fundó su propia clínica y se llevó con él a su ilustre paciente. Hace ahora seis años que el doctor Sánchez fundó su propio centro y en diciembre de 2019 supimos que el Rey estuvo allí.

Años atrás, en 2010, también en Barcelona, el emérito se sometió a una intervención en el hospital Clínic de Barcelona a manos del doctor Laureano Molins para la extirpación de un nódulo en el pulmón derecho, cuyo estudio permitió descartar la existencia de células malignas. El 30 de septiembre, Zarzuela certificó que se había recuperado totalmente.

En 2001 pasó por quirófano también en la capital catalana para eliminar unas varices de su pierna derecha en la clínica Sant Josep de Barcelona. Cada año don Juan Carlos visitaba esa clínica para hacerse revisiones anuales, muchas de ellas relacionadas con el aparato urinario. De hecho, el Rey se trataba allí las revisiones de próstata, y a los 85 años es absolutamente lógico que requiera revisiones periódicas.

Y en Barcelona es donde está su nieto Pablo Urdangarin (octavo en la línea de sucesión al trono), al que ya fue a ver jugar en Sanxenxo en año pasado, y allí está su querido amigo Josép Cusí, el armador catalán al que conoció hace más de 40 años, y que se recupera a sus casi 89 años, de un accidente cerebrovascular. En el otoño de 2017, días antes del referéndum ilegal del 1 de octubre, don Juan Carlos visitó a Cusí en la mansión que el armador posee en la Cerdanya. El Emérito llegó en helicóptero desde Madrid. En aquella ocasión los dos amigos pasaron el día de paseo por el valle, y se avituallaron en un restaurante en Baltarga.

Sin embargo, una imagen de don Juan Carlos en Barcelona puede hacer saltar una chispa de disturbios nada apetecible para el Gobierno ni para Zarzuela. Tratarán por tanto de evitar a toda costa esa visita o, al menos, de ocultarla a los ojos de las cámaras porque esa foto sería mucho peor que aquella tomada en Londres en el funeral de la reina Isabel II, donde coincidió con los actuales Reyes, Felipe y Letizia. En Atenas, en la despedida de su cuñado, Constantino I, se filtró un beso de padre e hijo, que fue incluso bonito. Y en París, donde estuvo invitado por Mario Vargas Llosa, y se encontró también con el presidente Emmanuel Macron, no había peligro de revoluciones porque a los Borbones hace ya 230 años que no les guillotinan en París, de donde vinieron tras mil años de monarquía francesa. En Barcelona no serían tan excesivos como los galos con aquel otro Borbón, Luis XVI, pero no es descartable que saltaran chispas en Canalejas. 

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