No piensen mal: pero ese beso en el agua de Ainhoa Armentia e Iñaki Urdangarin, con las lenguas enterradas en sus respectivas gargantas, es casi porno emocional (dentro hay del otro) y solo puede tener un final. Aquellas exhibiciones de Ana Soria y Enrique Ponce son una peli de Disney (de las antiguas) en comparación con lo de este miércoles.
No nos referimos a los detalles escabrosos del ritual de apareamiento, que son obvios, sino al inminente divorcio que tiene que llegar ya tras una escena pública como ésta, que despeja dudas del nivel de enamoramiento del que disfrutan estos compañeros de trabajo que viven su amor por encima de todo: de sus matrimonios, de sus familias y de la opinión pública. Y del dinero. Porque, ¿de dónde sacan estos dos apasionados tortolitos la pasta para irse a hacer el amor a Formentera?
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Pero hay más: quieren que el mundo entero sepa cuánto se aman. Porque no es que lo exhiban, pero no se esconden tampoco, como lo prueba que varias revistas les hayan fotografiado. Semana también ha cazado a los tortolitos y los lleva a su portada.
Ese nivel de gozo para Ainhoa y Urdangarin es inversamente proporcional al doble calvario de la infanta Cristina: 1) Sufre la amputación sin anestesia del amor de su vida, de un cuarto de siglo con el padre de sus cuatro hijos, por el que pasó por todo. Juntos a donde sea. Ahora ya no.
2) Sufre la humillación de forma pública, cuando aún hoy está formalmente casada con el ex jugador de balonmano. Su madre, la reina Sofía, sabe algo de esto y es de suponer que algún sabio consejo le dará. Pero, ¿y su padre? ¿Qué puede decirle don Juan Carlos a su hija de eso?
De momento, Cristina se refugia en el trabajo y ha aceptado la propuesta de las dos entidades para las que trabaja (la Obra Social La Caixa y la Fundación Aga Khan) de irse a Mozambique, tal y como adelantaba El Confidencial.
Sin duda, a su vuelta iremos conociendo los detalles, ritmos y fechas de su divorcio de Iñaki Urdangarin porque es insostenible un matrimonio así, aunque sea solo un matrimonio formal. Lo de doña Sofía y don Juan Carlos era otra cosa: cuestión de Estado.
Casi porno soft
Las imágenes que publica este miércoles la revista Lecturas en páginas interiores están más cerca de la pornografía soft que de los reportajes al uso en la prensa del corazón. Si el morreo de la portada no les parece suficiente, en las siete páginas del reportaje no falta de nada. Tienen algo de ropa puesta, eso sí, pero a veces es casi peor. En una de las fotos, tumbados Urdangarin y su novia en la arena sobre una toalla, la vasca, en bikini, entrelaza con sus piernas el cuerpo del ex duque "empalmado", atrapado por las extremidades inferiores de su novia. Y no recuperamos el apodo con el que el propio yerno de don Juan Carlos se autobautizó en su día porque sí. Es que el cuñado de Felipe VI, con su bañador amarillo, exhibe en más de una fotografía sin el más mínimo pudor los efectos del calentón, una erección en toda regla, un 'paquetón' tan real como su familia política.