Por qué el radicalismo en Italia no debería asustar a los mercados
Matthew Lynn
Los mercados de bonos se están poniendo nerviosos. Los bancos se tambalean. La Bolsa de valores de Milán está nerviosa y las empresas están buscando las salidas. Como una extraña coalición populista de la Liga y el Movimiento 5 Estrellas se preparan. Acaban de cerrar un pacto de Gobierno en Italia, y se seguirán escuchando opiniones sobre cómo los mercados están a punto de castigar al país por su imprudencia y cómo los inversores lo evitarán como a una plaga. Estarías mejor con tu dinero en Grecia, Venezuela o incluso Zimbabwe.
Pero espera. La sabiduría convencional, como ocurre tan a menudo, bien puede resultar ser cien por cien errónea. De hecho, los mercados deberían estar animando el audaz experimento italiano de radicalismo económico. ¿Por qué?
Porque después de dos décadas fallidas, el país necesita desesperadamente algo de pensamiento fresco; porque mientras algunas de las ideas de la coalición sean alocadas, otras serán bastante buenas; y porque hasta ahora los gobiernos populistas están dando muy buenos rendimientos a los inversores. Si los mercados italianos se hunden, podría ser una oportunidad de compra.
Según los estándares europeos actuales, Italia no ha tardado tanto en formar un Gobierno tras las elecciones de principios de marzo. La alemana Angela Merkel tardó casi seis meses en preparar una coalición. En España, hubo una elección y luego otra, después de que nadie pudiera llegar a un acuerdo, antes de que el presidente Mariano Rajoy se las arreglara para seguir tropezando durante un par de años más. Bélgica pasa a menudo un año o dos sin gobierno. Por el contrario, los apenas dos meses que han tardado los italianos en llegar a un acuerdo parecen relativamente rápidos y eficaces.
El problema es la naturaleza de la Administración. La Liga es un partido radical de derecha, mientras que el Movimiento 5 Estrellas, fundado por el cómico Beppe Grillo, es una mezcla intrigante de anarquismo, tecnoutopismo, socialismo y populismo. Ambos están fuera de la corriente principal de la política europea y, lo que es más importante, son hostiles tanto a la UE como a su sistema de gobierno. Es como si el UKIP, los Verdes y el DUP formaran una coalición para tomar el poder en Gran Bretaña. Todos nos estaríamos preguntando qué podría pasar exactamente después.
Sin duda, es fácil entender por qué los mercados se sienten nerviosos. Italia tiene una de las ratios de deuda en relación con el PIB más altas del mundo, con un 132%. Cuenta con una de las mayores reservas de deuda pública mundiales. Es la octava economía más grande del mundo. Es un miembro clave del euro. Si dejara de pagar sus deudas, o se desplomara fuera de la moneda única, hundiría al sistema financiero mundial en un grave pánico. Si el nuevo Gobierno se toma en serio sus promesas, podemos esperar leer muchas advertencias serias sobre el caos que creará.
Y, sin embargo, eso podría estar fuera de lugar. ¿Quizás un cierto radicalismo no sea tan mala idea? Cuando uno se detiene a examinarlas, algunas de las ideas de la plataforma acordadas por los socios de la coalición son perfectamente sensatas. E, incluso, las más locas podrían valer la pena llevarlas a cabo. Una propuesta es tener un impuesto único a tanto alzado del 15%. Si siguiera adelante, ese sería uno de los experimentos más audaces en la reforma tributaria que cualquier economía importante haya intentado jamás.
Habrá gritos de indignación en el mundo de la política. Podemos esperar que el FMI emita furiosas advertencias sobre imprudencia e irresponsabilidad. Pero, en realidad, los impuestos fijos son una buena idea. En los casos en que se han implantado -en Hong Kong, por ejemplo- han funcionado bien, recaudando más ingresos, incentivando a las empresas para que inviertan más y a la gente corriente para que trabaje más, y simplificando drásticamente el sistema, mejorando los índices de recaudación y reduciendo la evasión (lo que en Italia, por decirlo educadamente, no es una cuestión menor). ¿Por qué no intentarlo?
En segundo lugar, propone una "moneda paralela" que coexista con el euro. Es una idea compleja, pero que en los últimos años ha ganado fuerza en Italia. El Gobierno emitiría pagarés, esencialmente una forma de dinero, y entonces las empresas y los individuos podrían decidir con qué quieren comerciar. Dos formas de dinero circularían una al lado de la otra, una idea con la que los griegos también jugaron en el punto álgido de su crisis. Una vez más, puede que funcione, y puede que no. Pero ciertamente sería mejor que quedarse dentro de un sistema monetario que ha encerrado al país en una depresión permanente. Y si tuviera éxito, podría ofrecer una solución elegante a algunos de los desequilibrios creados por la moneda única. Una vez más, es difícil ver qué tiene de terrible.
Finalmente, la coalición introducirá un ingreso básico y garantizado. Es una idea de moda a la izquierda, impulsada por radicales que piensan que hará frente al auge de la robótica y que la sociedad sea más igualitaria. De hecho, suena como una propuesta terrible, principalmente porque romperá el vínculo entre el trabajo y la renta, que es fundamental para el éxito de cualquier economía. Pero, ¿quién sabe? ¿quizás eso también tiene algo que ver? Si un país le da una oportunidad, al menos habremos aprendido algo.
No es que Italia haya tenido un gran éxito económico en los últimos veinte años. Desde su incorporación al euro, su tasa media de crecimiento ha sido cero. Sí, lo has leído bien: niente como se diría en Italia. En comparación, Francia un 0,84%, España un 1,08%, Alemania un 1,25%. El desempleo es paralizante y la pobreza aumenta sin cesar año tras año. Nada de eso es inevitable.
Después de todo, en el pasado el país ha tenido períodos de notable éxito económico -de 1961 a 1980, Italia creció a ritmos de casi un 4% anuales, solo ligeramente por detrás de España, y significativamente más rápido que Francia o Alemania-. Es difícil argumentar que no vale la pena intentar algo diferente.
Cuando los políticos populistas llegan al poder, siempre hay predicciones de catástrofe por parte de la clase dirigente económica. Pero no les va tan mal. Donald Trump puede ser un bufón odioso (y eso, en un buen día), pero su mezcla de recortes de impuestos y desregulación están ayudando a impulsar el crecimiento. A Polonia le está yendo muy bien bajo su gobierno populista, a pesar de la amenaza de castigo por parte de Bruselas -se pronostica que se expandirá otro 4% este año, también Hungría-.
Con un crecimiento miserable, un comercio parado, una productividad estancada y una enorme acumulación de deuda con la que nadie sabe realmente qué hacer, la economía mundial necesita urgentemente nuevas ideas, y romper con un consenso que apenas ha dado grandes resultados. ¿Impuestos planos, múltiples divisas, condonación de deudas, ingresos básicos? También podríamos probarlas todas en alguna parte y ver si alguna de ellas tiene el poder de iniciar una nueva ráfaga de prosperidad.
Con el nuevo Gobierno italiano, es posible que la Bolsa de Milán se hunda y que los rendimientos de los bonos se vayan al alza. En realidad, los mercados deberían animar algunas ideas nuevas, y los inversores comprar en un país que podría estar a punto de revivir.