Firmas
El FMI: la teoría y la práctica
Enrique Verdeguer Puig
Recuerdo en mis años universitarios que prácticamente todas las asignaturas tenían varias horas de teoría y normalmente una de práctica. La teoría la daba un catedrático o profesor titular mientras que las prácticas las solían dar profesores ayudantes bastante más jóvenes, en general. De alguna forma, se podía concluir que lo importante de la asignatura era la parte teórica y que lo aplicado era algo menos relevante.
Es evidente que sin unos buenos fundamentos es imposible tener una práctica adecuada de cualquier materia. Siendo esto cierto, no lo es menos que saberse el manual pero no ejecutarlo o hacerlo de manera errónea puede ser igual de insuficiente.
Creo que existen bastantes ejemplos de este abismo entre la teoría y la práctica. Siempre, por ejemplo, me ha sorprendido el mensaje que se genera desde muchas administraciones sobre las bondades de la libertad de horarios comerciales, cuando al mismo tiempo resulta imposible hacer determinadas gestiones con dichas administraciones fuera de las mañanas de lunes a viernes.
En este sentido, las referencias a la economía española en la reciente actualización de las Perspectivas Económicas Mundiales del Fondo Monetario Internacional (FMI) me han vuelto a recordar esa brecha entre lo que se dice y lo que se hace. En síntesis, el informe viene a afirmar que en el corto plazo, el comportamiento macroeconómico español es excelente, prácticamente, sin comparación con ninguna de las grandes economías avanzadas del mundo. A más largo plazo, surgen debilidades que será necesario afrontar, entre las que destacan la sostenibilidad de nuestro sistema público de pensiones y el excesivo desempleo, especialmente entre los jóvenes y en el de larga duración.
En palabras de la directora gerente del FMI, Christine Lagarde, dado que nos encontramos ante el fin del populismo, sería el momento de plantearse congelar las pensiones y buscar fórmulas privadas para complementar las pensiones públicas. Dichas declaraciones me suscitan al menos tres reflexiones. La primera es sobre si realmente estamos o no ante el fin del populismo. Obviamente, esto requeriría consensuar en primer lugar qué se entiende por populismo. En este sentido, una de las definiciones más generalizas del mismo es aquélla que lo vincula con los movimientos que proporcionan respuestas simples y poco elaboradas a problemas complejos y con multitud de aristas. Si esto es así, me temo que es bastante prematuro celebrar dicho entierro, entre otras cosas, porque los tiempos actuales y las tecnologías imperantes no parecen facilitar excesivamente el rigor o la moderación. Es más, uno hasta podría pensar que el propio FMI es el primero en incurrir en cierto populismo, por lo repetitivo de su recetario, a pesar de la complejidad de las situaciones.
Mi segunda reflexión va en esta línea, y es que llevamos bastantes décadas escuchando sin demasiado matiz fórmulas de mejora de la economía vinculadas a ciertos lugares comunes, como desde mi punto de vista lo empiezan a constituir las manidas reformas estructurales. Liberalizar mercados, empezando por el del trabajo y acabando por determinados bienes y servicios se ha convertido en una receta probablemente tan necesaria como recurrente y poco diferenciada.
Todos somos conscientes de que con las tendencias demográficas y de empleo dominante, nuestro sistema de pensiones dista mucho de ser sostenible y de garantizar compensaciones adecuadas para el futuro. El problema es que el ahorro, como bien saben las economías menos avanzadas, no deja de ser una elección que no está al alcance de todo el mundo. De nuevo, por muy razonable que sea el comentario, contrasta el liberalismo que propugna el FMI con las condiciones en las que sus propios empleados trabajan, tanto desde el punto de vista de la estabilidad de los puestos como de las condiciones de su jubilación. De nuevo, como nos pasa a todos, es más sencillo predicar que dar trigo, es decir, teoría y realidad vuelven a divergir.
Dicen que vivimos en una cultura VICA, ya saben, tiempos dominados por la volatilidad, la incertidumbre, la complejidad y la ambigüedad. Particularmente, aun reconociendo que son características que definen con bastante certeza la época actual, creo que existe una cierta miopía y un cierto mirarse el ombligo en dicha caracterización. Pienso por ejemplo en las sociedades agrícolas, es decir, la mayoría de los años de la historia de la Humanidad, y creo que eran tiempos, por ejemplo, tan inciertos y volátiles como los actuales.
Desde mi punto de vista, lo que más afecta hoy en día a las organizaciones, no es tanto el elemento VICA como la falta de credibilidad, la ausencia de autenticidad o, perdonen el anglicismo, una verdadera accountability. El FMI ha desempeñado y sigue desempeñando un papel innegable en el sistema capitalista tras la Segunda Guerra Mundial, pero creo que no estaría de más, junto con otras organizaciones multilaterales, reconstruir su credibilidad que, a base de separar la teoría y la práctica, está algo en entredicho. En este sentido, seguir recurriendo al argumento de que sin estas instituciones hubiéramos estado peor, siendo muy probablemente cierto, ya no es suficiente.