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Urkullu y Puigdemont, el huevo y la castaña

  • El PNV ha pactado mejoras en los PGE y será recibido en Europa
  • El PdeCAT se ha perdido todo esto por el independentismo
<i>Foto: Dreamstime | elEconomista.es</i>

Carmelo Encinas

Soñar es legítimo y perseguir los sueños también. Lo que no lo es tanto es perjudicar a quienes con esos ideales pretenden supuestamente beneficiar. En España nadie extremó tanto tal perversión como los militantes de ETA y los cómplices de su entorno que no dudaron en tornar el sueño independentista en la peor pesadilla, especialmente para el pueblo al que decían defender. Por fortuna, este país se sacudió hace años aquel oscuro delirio y muy pronto Euskadi experimentó los saludables efectos de su derrota. A ello contribuyó generosamente la eficacia y la sensatez de las últimas hornadas de dirigentes del PNV, que han venido demostrado un pragmatismo y un nivel político altamente rentable para los ciudadanos a los que representa.

El último exponente de esa forma de hacer ha sido la puesta en valor de sus cinco escaños en el Congreso durante la negociación de los Presupuestos Generales del Estado. No solo han logrado la devolución de 1.400 millones de euros de la liquidación correspondiente a los 10 últimos años del llamado Cupo vasco. Obtienen, además, una actualización para el año en curso casi en línea con lo que demandaba la Hacienda vasca al margen de potenciar notablemente las infraestructuras regionales, especialmente las que afectan al desarrollo del AVE. Dicho de otra manera, Mariano Rajoy les pone en casa presionado por la necesidad de sacar adelante las grandes cuentas nacionales para asegurarse dos años de estabilidad, toda vez que el proceso de primarias del PSOE no termina de conjurar el fantasma de Pedro Sánchez.

Ni al PNV ni al diputado de Nueva Canarias Pedro Quevedo, que terminará aportando el voto que falta para obtener los 176 escaños que conforman la mayoría absoluta, se les puede reprochar el que saquen el mayor brillo posible a la oportunidad que les ofrece la aritmética parlamentaria. Es, incluso, su obligación porque solo se debería estar en política para mejorar, en la medida que puedan, la vida de sus representados. Lo demás es politiqueo.

Entiendo que estos acuerdos provoquen recelo entre los barones del PP y que reprochen al PSOE, como hace Núñez Feijóo, el que no haya entrado en la negociación de los presupuestos. De haber sido así, las mejoras obtenidas habrían sido, no solo para los vascos y los canarios, sino para todos los españoles.

Lo que ya no acierto a entender es la indisimulada envidia mostrada por otros grupos nacionalistas y, en particular el PDECat, hacia el PNV cuando esta formación se negó incluso a sentarse en la mesa de la financiación autonómica. Inmersos como están en el delirio independentista, por ellos mismos creado, dejan de jugar todas las bazas que las circunstancias les ofrecen. Esta vez, a Cristóbal Montoro no le faltó razón cuando, tras un encendido discurso en el Congreso del portavoz económico del PDECat, Ferrán Bel, acusando al Gobierno de no haberle ofrecido nunca a Cataluña un trato semejante, les dijo "si están en otra cosa, no se quejen de que no tienen dinero".

Es obvio, que el independentismo catalán está "solo en sus cosas" y no en el interés general de los ciudadanos de Cataluña. Además, el señor Bel ignora, o deliberadamente olvida, que Jordi Pujol tuvo en 1983, durante la negociación de la primera reforma del Estatut, la posibilidad de defender un modelo de concierto económico como el del País Vasco por el que, por cierto, sí apostaba ERC. Si entonces lo descartó fue por entender que la situación, en medio de aquella crisis industrial galopante, no aconsejaba el establecimiento de una Hacienda catalana. Debió pensar que cuanto mayor amparo le prestara el Estado español mejor les iría.

Acertada o no, esa fue su opción, como también lo fue posteriormente el prestar su apoyo al candidato José María Aznar y hacerlo presidente del Gobierno a cambio de sustanciosas compensaciones económicas que hubimos de aportar entre todos los españoles. Así que ese victimismo amnésico ya no cuela.

En la actualidad, el contraste entre la forma de entender el nacionalismo en Ajuria Enea y los partidos que gobiernan la Generalitat es brutal. Cuando Urkullu afirmaba meses atrás en una entrevista en un diario nacional que el concepto nacionalista era decimonónico no estaba transmitiendo solo un titular. Por encima de todo, la idea que vende es la de un País Vasco estable y próspero con altas cotas de autogobierno y la posibilidad de sacarle el mejor de los provechos a sus entornos español y europeo.

Un año lleva Carles Puigdemont pidiendo una entrevista al presidente de la Comisión Europea, Jean Claude Juncker, y "por motivos de agenda" nunca logra ser recibido. Son "motivos" similares a los que han encontrado como respuesta en todas las Cancillerías y organismos internacionales donde han mendigado apoyo para su causa.

Iñigo Urkullu programó una recepción oficial en Bruselas el próximo miércoles con motivo de su visita a las instituciones europeas y Juncker lo recibirá en su despacho. La sensatez suele abrir puertas y, en eso, Urkullu y Puigdemont se parecen como un huevo y una castaña.