¿Demagogia o fiscalidad? No es lo mismo
Ana Samboal
Todo es blanco o negro en la dictadura de lo políticamente correcto. No hay lugar para la amplísima gama de matices del gris. Los ya célebres papeles de Panamá constituyen el último hito en esa deriva por la que discurre la vida política y social española y que acabará por llevarnos a ningún puerto bueno.
Esas empresas y sociedades radicadas en paraísos fiscales esconden dinero procedente del narcotráfico, el delito fiscal o la corrupción, pero también guardan ganancias legítimamente ganadas por sus propietarios. Cierto es que la opacidad emana un tufo de sospecha y bien harían los bancos, que son los primeros que contribuyen a ello, en facilitar el acceso de las autoridades judiciales cuando lo soliciten.
Pero cada cual es muy libre de poner a buen recaudo, como considere oportuno, sus bienes. Ilícito es el capital producto del crimen organizado o del robo, pero no hay delito alguno en elegir el vehículo de inversión que cada cual juzgue más rentable a sus intereses, siempre y cuando cumpla con las obligaciones tributarias y las leyes.
Por eso, para distinguir unos de otros, el origen del capital en definitiva, la transparencia es imprescindible. Y la coherencia, sobre todo de los responsables públicos.
Pero ¿por qué es condenable que una persona o empresa busque la mejor fiscalidad para sus ahorros legalmente y legítimamente generados y no lo es que otra decida estar mano sobre mano porque vive mejor de las subvenciones que el Estado del Bienestar paga generosamente con cargo al bolsillo del saqueado contribuyente? La respuesta es sencilla: lo es porque vivimos en una dictadura de la demagogia y el populismo, en la que solo unos pocos deciden, sin contestación alguna, sin esperar siquiera a la apertura de juicio, qué es lo políticamente correcto.