La 'gran noche' del candidato con freno y marcha atrás
José María Triper
Tranquilo, sereno, satisfecho de sí mismo y henchido por el momento que estaba protagonizando. Así compareció el candidato Pedro Sánchez a su particular test de estrés para anunciar la buena nueva de un gobierno de cambio que él mismo reconoce, hoy no puede conseguir y que su intervención de ayer tampoco ayudó a cambiar un resultado conocido de antemano.
Con un discurso de 96 minutos, el más largo de una investidura que superó por dos minutos a Felipe González, el candidato alternó las contradicciones con las buenas intenciones, las ambigüedades económicas con precisiones en la política social, y los guiños a diestra y a siniestra con muchas lagunas en política exterior y comunitaria, para terminar convirtiendo el primer round de la investidura en un yo o el caos sin ocultar que para Sánchez el caos tiene nombre de Rajoy.
En las tribunas, con algunos claros, arropaban al postulante sus tres fontaneros: Jordi Sevilla, Enrique Serrano y Rodolfo Ares; tres presidentes autonómicos: el valenciano Ximo Puig, el extremeño Guillermo Fernández-Vara y el castellanomanchego Emiliano García-Page; y dos exministras: Carmen Alborch y Rosa Conde; además de su mujer Begoña Gómez, y sus padres.
Junto a ellos, el presidente del Senado, Pío García-Escudero; los secretarios generales de CCOO y UGT, Ignacio Fernández Toxo y Cándido Méndez; el fundador de Podemos, Juan Carlos Monedero y con cara de nostalgia el exportavoz de CiU, Josep Antoni Duran i Lleida. Convidados de piedra que junto a más de 300 periodistas, daban al espectáculo el colorido de los grandes acontecimientos.
Y ante esta su tarde estelar, Pedro Sánchez ni defraudó ni convenció. Cumpliendo escrupulosamente el guión y sin improvisaciones, arrancó hablando de tiempo de cambio y pidiendo diálogo y acuerdo para desmentirse con sus acusaciones, ataques y descalificaciones a Rajoy y al Partido Popular. Curiosa forma de tenderles la mano y de respetar a sus más de 7 millones de votantes, como dijo.
Pero, probablemente, lo más significativo del discurso de Pedro Sánchez fue lo que no dijo. Porque, sorprendentemente y aunque estaba escrito en los papeles que llevaba, el candidato omitió la referencia a la supresión de las Diputaciones, y silenció también, entre las medidas de regeneración, la eliminación de los aforamientos y la limitación a ocho años de la Presidencia del Gobierno. Tres puntos fundamentales del acuerdo con Ciudadanos. ¿Olvido, distracción u omisión deliberada?. Sus palabras en los pasillos, al término de la sesión eliminaban cualquier duda: "he hecho el discurso que quería hacer". Más claro, agua.
Ante ello, un Albert Rivera casi hierático durante toda la sesión, no pareció dar importancia al "lapsus" y sólo cambio el gesto para sonreír ligeramente cuando Sánchez le agradeció, personalmente y a su partido, la "valentía y el coraje" de haber firmado un pacto. Alusión que, por cierto, fue aplaudida con un entusiasmo burlesco por Pablo Iglesias, Íñigo Errejón e Irene Montero. Los tres dirigentes de Podemos que se sumaban a la ovación de la bancada socialista con irónicas sonrisas y estirando significativamente los brazos para subrayar la chirigota.
Tampoco hubo sorpresas en la prolija enumeración de propuestas y medidas que, incluso el portavoz del Partido Popular, Rafael Hernando, admitía que algunas le gustaban, pero que Sánchez no quiso o no supo decirnos, cuánto cuestan y de dónde va a sacar el dinero para pagar el Plan de Emergencia Social, el Ingreso Mínimo Vital o el Complemento Salarial Garantizado, por ejemplo. Eso y que pasó de puntillas sobre las pensiones limitándose a ofertar el consenso en el Pacto de Toledo.
Eso sí, en un alarde de sinceridad que le honra, el candidato reconoció que venía con freno y marcha atrás porque "no hay mayoría suficiente para formar un gobierno de izquierdas" y que salvo milagro no va a conseguir la investidura, ni hoy, ni el viernes. La solución empieza a partir de la próxima semana.