A nadie le importan las calificaciones crediticias
- El pasivo de Japón equivale al 240% del PIB y no afecta a su crédito
Matthew Lynn
Si se aproxima más a abandonar la Unión Europea, el Reino Unido podría perder su calificación crediticia según ha advertido la agencia Standard & Poor's. En Portugal, mientras se forma un gobierno de coalición, se dice que podría perder su calificación de grado de inversión. Arabia Saudí baja un punto con la caída del precio del petróleo, que pone a prueba las finanzas del país.
Las agencias de calificación crediticia realizan su trabajo de valorar la deuda soberana y decidir si es asequible o no. Los medios informan de ello y se sacan de la manga a unos cuantos analistas preocupados por las repercusiones cataclísmicas de la bajada.
En realidad, lo interesante no es lo mucho que se mueven los mercados sino lo poco que lo hacen. A nadie le importan ya las calificaciones de deuda soberana. Triple A o C menos, qué más da. No hay vigilantes de bonos al acecho para sacar a los políticos derrochadores del escenario ni levantamientos de inversores. La disponibilidad de los bancos centrales a respaldar a los gobiernos lo ha superado. Hay muchas cosas que deben preocupar a los inversores pero la deuda soberana y las calificaciones crediticias ya no están entre ellas.
Rebobinemos el reloj cinco años: los mercados se obsesionaban con las calificaciones. En la cúspide de la eurocrisis, los mercados estaban pendientes de cada palabra de las grandes agencias. En las elecciones británicas de 2010, el triple A del país fue un tema importante, al igual que en la política estadounidense cuando el país perdió finalmente su triple A, en 2011, en plena batalla entre el congreso y la Casa Blanca por temas de gasto.
A menudo parecía que el cielo se iba a derrumbar si se rebajaba a un país y sin duda se consideraba una humillación política. Las agencias de calificación crediticia siguen publicando informes aparentemente honestos sobre deuda soberana y siempre cabe que haya un becario empollón en los sótanos de algún banco de inversión que se los lea.
En ocasiones todavía intervienen en el debate político. Lo más absurdo, de lejos, fue la advertencia de S&P el mes pasado de que dejar la UE podría costarle al Reino Unido un par de puntos. Fue muy difícil extraer el sentido de lo que en realidad decían. En realidad, la membresía de la EU puede ser crítica para el papel político de Gran Bretaña en el mundo pero importa más bien poco para la economía en un sentido u otro, y puesto que el país es un gran aportador neto del presupuesto de la UE, las finanzas públicas podrían incluso verse mejoradas si se saliera. El país podría permitirse pagar sus deudas, o no, pero el resto de Europa no importa. La pretensión de la agencia de que sí importaba pareció inútil.
En pleno drama político en Portugal, ha sobrevenido el mismo ataque. Resulta que a Portugal no le queda precisamente mucha calificación. Sus socios de la eurozona ya la han rescatado una vez. Aun así, mientras en el país se intenta formar un gobierno tras unas elecciones generales inconcluyentes, con la posibilidad de que un partido de izquierdas anti euro se suba al poder, el resto está inevitablemente en la diana.
La agencia de calificación DBRS ha dicho que revisará su calificación a finales de la semana y podría rebajarla otra vez. Un informe de la BBC cita a un analista de Commerzbank que se queja de la "irregularidad de las calificaciones" en el mercado. ¿En serio? Lo cierto es que no hay muchos indicios de ello. El rendimiento de la deuda a 10 años de Portugal ha subido como la espuma? del 2,6% a principios de mes al 2,84% ahora. Si esa es la gravedad de la crisis, vamos a dormir todos tranquilos. Las demás rebajas tampoco asustan mucho.
Las finanzas de Arabia Saudí se cuestionan por su dependencia del petróleo. Hay cierta justificación en ello pero cuesta imaginar que el país vaya a quebrar en un futuro cercano. Mientras Cataluña se prepara votar otra vez la secesión de España, espere oír muchos avisos de gravedad sobre las implicaciones para la calificación. Lo mismo ocurre con Escocia si decide celebrar otro referendo por la independencia en los próximos años. En realidad, tanto Cataluña como Escocia son lugares perfectamente prósperos, con industrias propias. No hay razón para pensar que no serán capaces de mantenerse si llegana separarse de sus respectivos estados.
Con tanta controversia creada hace unos años, las agencias de calificación y la deuda soberana se han sumido en la intranscendencia. Japón ha acumulado deudas del 240% del PIB y sigue pudiendo pedir prestado por casi nada. Si alguien sabe cómo va Italia a repagar sus deudas de más del 150% del PIB con una economía que no es mayor que hace quince años, se lo tiene muy bien guardado. ¿Y a quién le importa? Todavía puede incluso llegar a pedir prestado al 1,59%.
La explicación es sencilla. Sabemos de dónde vendrá el dinero para pagar estas deudas si hace falta. Los bancos centrales lo imprimirán. Antes de 2010, ese poder era, Japón aparte, puramente teórico. Ahora lo hemos visto una y otra vez. Es más, la flexibilización crediticia no parece tener ninguna consecuencia adversa. No genera inflación como decían algunos. No crea burbujas de activos huidos. Puede que no reviva exactamente la economía pero tampoco la destruye.
¿La conclusión? La deuda soberana no es realmente un problema. El banco central puede crear suficiente dinero como para seguir pagándola. Mientras tanto, la próxima vez que lea un titular que diga que S&P advierte de esto o a Fitch le preocupa aquello, no preste atención porque no importa y nadie hace caso. Quizá la deuda soberana volverá a ser importante un día pero, por ahora, no es un gran problema.