¿Por qué se equivocan los bancos centrales?
- El aumento de liquidez anima la economía, pero puede tener efectos dañinos
Las decisiones y medidas del BCE en los últimos años, especialmente desde el pasado junio de 2014 y las anunciadas el 22 de enero, a semejanza de las de la Fed como respuesta a la crisis, obedecen a la idea de que ante situaciones de recesión, desánimo o descensos en la producción, la actividad y el empleo, es adecuada y conveniente una política monetaria expansiva de liquidez que ayude al sector real de la economía, haciendo retornar el ánimo y el crecimiento.
Largo tiempo he dedicado a explicar, de manera evidente y contundentemente infructuosa, lo errado de ese principio general, empezando por la falacia de que hay una economía real y otra monetaria o financiera como si de dos mundos o ámbitos distintos se tratase. No tal, pues el ámbito monetario o financiero no se entienden, ni siquiera existe, sin la mal denominada economía real (¡como si la otra no lo fuese!) y viceversa. Se trata de una confusión atávica que nunca ha entendido, posiblemente porque la economía no es intuitiva ni fácil, el ámbito de lo no material y que, por ende, lo reprueba.
Contrariamente, las cosas suceden al revés. No es primero más dinero o activos financieros y después (eso significa) más producción, actividad, productividad, intercambios, planes de inversión, empleo, etc., como implícitamente defienden quienes postulan políticas monetarias activas (expansivas o depresivas), sino que primero son las mejoras en la productividad general de la economía, los aumentos en la actividad, producción o riqueza, que el dinero simplemente representa y, todo lo más, los sigue o eso debiera.
Así, todo aumento de dinero, liquidez o necesidades de financiación que no obedece con suficiente precisión a aumentos de esas variables tiene efectos perversos o dañinos, entre los que se encuentra, pero no sólo ni siempre, la inflación.
En economía, los movimientos o cambios -los procesos- tampoco son inmediatos ni sencillos; de manera que una medida como inyectar 1,14 billones de euros, a razón de 60.000 millones de euros al mes hasta septiembre de 2016, primero tiene evidentes efectos de animación, por diversas vías, del gasto -en consumo e inversión-, los préstamos y las operaciones financieras de todo pelaje, así como cambios en los precios que, como nos enseñó en el siglo XVIII Cantillon, no lo son en un principio de forma generalizada o en todos los precios sino en los precios relativos, alterando las decisiones de los agentes, allí donde queden afectados, respecto de sus ofertas y demandas y distorsionando la eficiencia de tales decisiones, con la consiguiente perturbación en los procesos de generación y evolución de expectativas. De hecho lo descrito no es sino reproducir de dónde venimos, es decir, qué había sucedido en las economías, hasta su estallido en septiembre de 2007.
Es por ello que, sin saber ni cuándo ni en qué lugar, sector o mercado se producirá, dadas las políticas expansivas de la mayoría de bancos centrales en respuesta a esta crisis, que además han estado reforzadas con expansiones (sí, expansiones y no austeridad) del gasto y persistencia de los déficit públicos, puede afirmarse que hoy estamos preparando y cocinando la próxima burbuja que tendrá lugar en algún momento, salvo que se reviertan determinadas políticas y medidas. No es que los economistas no sepamos ver qué acontece; es que no sabemos ni cómo, ni cuándo lo hará. Pero eso sucede en otras profesiones (médicos, meteorólogos, ingenieros...).
Debo insistir en que a corto plazo, es decir de forma más o menos inmediata, la inyección de liquidez animará la economía por un tiempo. Eso, que es lo que se ve, lleva a muchos a creer que las políticas monetarias expansivas son bondadosas y no tienen problemas (costes, decimos). Casi siempre tiende a percibirse o subrayarse el beneficio de una política pero no sus costes, y eso lo aprovechan los gobernantes.
Sólo cuando hay una quiebra tal de las expectativas; un hundimiento total de la confianza; una pérdida definitiva del crédito (también entendido como credibilidad); una ausencia de operaciones, acuerdos e intercambios en los mercados por falta total o mínima de certidumbre, tranquilidad, seguridad... etc., sólo ahí es bienvenida e imprescindible la intervención de la autoridad monetaria proveyendo (y emitiendo) ese bien al que todo el mundo acude, al menos inicialmente y si las autoridades no lo han deteriorado en exceso, que es el dinero (también metales preciosos, diamantes, ciertos commodities, etc.). Pero eso sólo ha sucedido realmente (no valen otras muchas alarmas interesadas de las autoridades públicas) dos veces en la historia reciente de la economía mundial: en 1929 y en 2008 (tal vez otro poco en 2012 y por torpeza gubernativa). No es ni ha sido el caso ahora, aunque sirva para aminorar riesgos de la distorsión griega.
Fernando Méndez Ibisate, de la Universidad Complutense de Madrid.