Firmas

Los pactos entre bloques como solución el 10-N

    Sánchez, Casado, Rivera, Iglesias, Abascal. Foto: Archivo

    Víctor Arribas

    A estas alturas de la precampaña electoral parece universalmente asumido por todos los actores políticos que si no hay acuerdos transversales entre los dos supuestos bloques que arrojaron las elecciones de abril, no habrá salida a la gobernabilidad del país. Lo ha asumido el partido del gobierno en funciones, que se mantiene sin embargo firme en su posición de que los demás le apoyen a cambio de ningún compromiso visible, mucho más si implica cesiones en su posición ideológica muy acusada (por mucho que ahora se nos pinte de centrismo sobrevenido). Y parecen haberlo asumido también las dos fuerzas mayoritarias de lo que se ha dado en llamar el "centroderecha", PP y Ciudadanos. Éste último, por el último giro insospechado de su posición respecto al PSOE y a la figura del presidente. Y el primero por sus apelaciones más o menos voluntarias a un necesario gran acuerdo de coalición a la alemana con los socialistas para salvar al país, propuesta que tiene la pesada carga de asumir que la victoria de Pedro Sánchez el 10 de noviembre está asegurada y que no va a haber sorpresas en la intención mayoritaria de voto.

    Podríamos aceptar que las voces del PP que hasta ahora han defendido con grandes titulares esa gran coalición están fuera o en la periferia de la dirección popular, como Mariano Rajoy en su conferencia a dúo con Felipe González en La Toja y Alberto Núñez Feijoo en alguna entrevista de portada. Pero el debate está lanzado, y resultará imposible evitar que las preguntas en cada rueda de prensa, que las referencias en cada tertulia vayan por esa alianza que presupone la asunción de la derrota por parte del partido conservador. Ellos sabrán si aceptan ese juego que beneficia sólo a quien defiende título y cancha, porque tiene la victoria casi asegurada a poco que sea mínimamente ambicioso. Mucho peor es el escenario "bizcochable", como está de moda decir, del partido de Albert Rivera, que trata de frenar la previsible hemorragia lanzándose de cabeza a un posible acuerdo con quien ni siquiera accedió a hablar hace pocas semanas. 

    Si se cumplen las encuestas, Ciudadanos será la formación política más castigada dentro de cinco semanas, pero el varapalo al candidato socialista no será menor aunque gane, e incluso aunque mantenga su representación en el entorno de los 123 escaños que ya tiene. Sería la confirmación de que el capricho personal de Pedro Sánchez de repetir las elecciones para conseguir una mayoría más amplia y quitarse de al lado al molesto partido de Pablo Iglesias habrá fracasado, y todo habrá sido evitable. El reparto sobre las cartas en el tapete le ha dejado una mano claramente perjudicial, la de la economía que entra en una pendiente peligrosa hacia una nueva crisis, pero también otra muy ventajosa que Sánchez ya se ha lanzado a explotar: la radicalización del independentismo por la sentencia inminente del 1-O. Ya estamos viendo al gobierno que aceptó una mesa y un relator para hablar de la independencia de Cataluña amenazar con drásticas medidas a los mismos actores políticos que le auparon al poder. Y todo ello aderezado con sus pactos en ayuntamientos y alguna Diputación, y con el voto contrario a la censura del presidente catalán que arropa a una presunta célula terrorista que había planificado atentar en pocos días. El anunciado voto socialista en la moción de censura del Parlament es como si Podemos se hubiera negado a apoyar la moción de censura de Sánchez por considerarla oportunista. Pero entonces nada de lo que vemos estos días habría ocurrido nunca.