Evasión
Dónde ver el documental de Sara Montiel y su joyero de humo: la última función de una diva inmortal
- La serie, creada por Valeria Vera, se puede ver en la plataforma de streaming Max
- El hijo de Sara Montiel, junto a Norma Duval, Bibiana Fernández y Alaska en el estreno de la docuserie sobre su madre: "Orgulloso"
- Aparece en México una mujer que asegura ser hija de Sara Montiel y del actor Pedro Infante
Lucas del Barco
Por un instante, imaginemos a Sara Montiel avanzando por un salón dorado de espejos, dejando tras de sí una estela de perfume almizclado, lentejuelas de otro siglo y rubíes que quizás brillaban más en su memoria que en los catálogos de Sotheby's. Hay divas que se visten con diamantes, pero hay otras, como Saritísima, que hacen que los diamantes se vistan con ellas.
En estos días de revisionismo sentimental y tributos con filtro sepia, la plataforma Max ha resucitado a la más internacional de nuestras estrellas con el documental Súper Sara, dirigido por Valeria Vera. La serie reconstruye con mimo de vitrina una figura que fue puro exceso, melodrama y marketing emocional. Sara Montiel no fue solo actriz ni cantante: fue un género en sí misma. Como Marlene Dietrich, pero a la española. Como María Félix, pero más castiza. Como Elizabeth Taylor, aunque con piedras algo más modestas.
Porque si hay un capítulo donde el mito se mezcla con el bisuterio más barroco, es el de sus joyas. Ahí, entre collares que parecían diseñados por un joyero de Bollywood y anillos que uno no sabía si besar o empeñar, Montiel construyó un personaje más allá del celuloide. No hay anécdota de Sara que no acabe con una joya. Y no hay joya que no terminara en su joyero, aunque fuera en sueños.
El babero de la discordia
Entre todas, ninguna pieza más comentada que el famoso "babero" de esmeraldas y diamantes: un collar que, según la propia actriz, hizo temblar de envidia a Elizabeth Taylor. Sara lo describía como una obra maestra traída desde Brasil por un joyero gallego al que se le atribuyen más méritos que a Cartier. La actriz se fotografió con él tantas veces que parecía haber nacido con esa joya sobre el pecho.
Pero los expertos, que no se dejan deslumbrar fácilmente, han empezado a pinchar la burbuja. Pablo Milstein, joyero de vocación forense, asegura que las esmeraldas eran "bonitas, pero normales". Una frase que en el mundo de la alta joyería equivale a decir que un Picasso tiene buena caligrafía. Las tallas, los cortes, los colores: todo tenía más de espectáculo que de excelencia. Incluso se ha dicho que comparado con el famoso babero de Carmen Franco, el de Sara era un guiño simpático de la bisutería fina.
El garbanzo de los noventa millones
Otro objeto de devoción fue su anillo, al que ella misma bautizó como "el garbanzo". Una piedra descomunal que, según la leyenda, fue tasada en noventa millones de pesetas en los años noventa. La cifra mareaba, pero quizás no tanto como el tamaño de la sortija, que en cualquier otra mano habría parecido un pisapapeles. En la suya, en cambio, era una extensión de su personaje: exuberante, rotunda, imposible.
Sara no coleccionaba joyas, coleccionaba historias. Decía que muchas de sus piezas eran regalos de amores intensos y admiradores desmedidos. Como aquel collar de diamantes que le regaló Anthony Mann, su primer marido, con el que vivió la gloria de Hollywood y la tristeza de perder un hijo. O el collar de diamantes y rubíes que lució en su boda religiosa en Roma, como si quisiera redimirse ante el público español por haberse casado antes con un judío divorciado.
Joyas con memoria
Cada pieza de su colección parecía guardar un capítulo de su biografía emocional. Algunas eran auténticas, como una pulsera Art Decó de Cartier tasada en 200.000 euros. Otras eran réplicas de su propia leyenda, joyas más llamativas que valiosas, más teatrales que excepcionales. Porque Sara, como buena estrella, entendía que la autenticidad era un detalle irrelevante cuando se tenía presencia escénica. Y ella tenía toneladas.
En el documental, figuras como Norma Duval, Loles León, Alaska o incluso el exministro José Bono se turnan para reconstruir su mito. Su hijo, Zeus Tous, participa también, entre el homenaje y la protección de una memoria que aún deslumbra. Todos coinciden en lo mismo: que más allá de su joyero, el verdadero tesoro era ella.
El misterio de la herencia brillante
Tras su muerte en 2013, muchos esperaban una subasta fastuosa, digna de Christie's, donde las joyas de Sara pasarían a manos de jeques y millonarios excéntricos. Pero el joyero nunca apareció. Ni babero, ni garbanzo, ni rubíes de Balmain. Se dijo que su hija, Thais Tous, podría lucir alguna pieza en un futuro homenaje. Se intentó hacer una exposición en el Museo del Traje, pero quedó en humo de escenario. Las joyas están, al parecer, en algún lugar, pero como los buenos trucos de magia, nadie sabe muy bien cómo se hicieron ni dónde acabaron.
Milstein insiste: muchas piezas eran de "nivel medio", sin firma reconocida ni piedras de gran calidad. Ni Yanes ni Ansorena, los grandes orfebres españoles, figuraban en su joyero. Pero eso no impidió que brillaran como si lo fueran. Porque a fin de cuentas, lo importante no era el quilataje, sino la actitud. Y ahí, Saritísima tenía un doctorado.
Sara sin joyas, pero inmortal
En un país donde las divas escasean y los ídolos se desgastan con las repeticiones de la sobremesa, Sara Montiel sigue siendo un monumento a la impostura gloriosa. La joya más brillante era ella. Cantando Fumando espero con ese deje de tragedia contenida. Entrando en la Gran Vía como si la estuviera rodando Josef von Sternberg. O encendiendo un puro como quien prende el candelabro de un camerino sagrado.
Tal vez sus esmeraldas eran de segunda, y sus diamantes no pasaban la prueba del espectrómetro. Pero a nadie le importaba. Porque Sara supo hacer de cada joya un escenario, y de cada mentira una gran verdad escénica. Por eso, ahora que su figura regresa en formato documental, lo hace como debe: entre luces, reflejos y enigmas.
Y si alguna vez vemos el famoso babero en el cuello de su hija o bajo la vitrina de un museo, será solo eso: una joya sin voz. Porque la única piedra preciosa que Sara no dejó en herencia, fue ella misma. Inimitable, inacabable. Saritísima para siempre.