Evasión

La Frick Collection reabre en Nueva York tras cinco años cerrada y una inversión de 220 millones de dólares


Lucas del Barco

La Frick Collection se reafirma no solo como el museo más bello de Nueva York, sino como su alma mejor guardada. Un rincón donde el tiempo ha aprendido a quedarse quieto.

En una esquina solemne de la Quinta Avenida, donde el murmullo de los taxis se mezcla con el perfume efímero de los magnolios en flor, renace una de las joyas más discretas y, a la vez, más intensamente amadas del arte en Nueva York: la Frick Collection. No es un museo, sino un eco de otro tiempo. Una casa donde el arte vive como si acabara de regresar del paseo por Central Park, se hubiera quitado los guantes y dejara su bastón junto al Rembrandt.

Tras cinco años cerrada y una inversión de 220 millones de dólares en su renovación —que bien podrían haber servido para construir un rascacielos de vanidad o financiar una ópera perpetua—, la antigua mansión de Henry Clay Frick vuelve a abrir sus puertas. Y lo hace sin haber perdido un gramo de su alma. A diferencia de otros museos, que con cada reforma parecen perder una capa de polvo y con ella su historia, la Frick ha sabido conservar su silencio aristocrático, ese tono de conversación murmurada entre una lámpara de araña y un Van Dyck.

La obra ha estado dirigida por la arquitecta Annabelle Selldorf, quien no ha querido redibujar el pasado, sino ampliarlo como quien añade una estancia secreta a un palacio que solo se revela a los invitados. Su intervención, más que una cirugía, ha sido un gesto de buen gusto: se han abierto nuevos espacios, como la segunda planta de la mansión, donde antaño dormía la familia Frick, y que ahora ofrece salas expositivas, una cafetería refinada y una tienda que huele a papel impreso y a marcos dorados.

La piedra caliza que recubre las nuevas salas viene de las mismas canteras de Indiana que surtieron a los arquitectos Carrère y Hastings en 1914. Los suelos, de roble, crujen con la misma elegancia que hace un siglo. Los mármoles —hasta 138 tipos distintos— brillan bajo una luz que no hiere, sino acaricia. Todo ha sido ejecutado con una obsesión por la continuidad que roza lo romántico. En tiempos de arquitectura desechable, aquí se ha preferido escuchar a las paredes.

El museo, fundado en 1935 con la colección privada del industrial Frick, siempre fue más que un museo: era la intimidad del arte. Ninguna otra institución de la ciudad ofrecía ese raro milagro de ver a Vermeer en pantuflas, a Goya tomando el té entre cortinas de terciopelo. Ahora, con el doble de espacio expositivo, la colección respira sin perder su atmósfera de hogar exquisito. El Greco, Rembrandt, Gainsborough, Vermeer, todos siguen allí, no colgados como en una galería, sino suspendidos como en la memoria.

Para celebrar su reapertura, la Frick ha optado por una floritura que solo podía concebir un lugar donde la estética es una forma de cortesía: la exposición Jardín de porcelana del artista ucraniano Vladimir Kanevsk. Por sus salas florecen lirios, granadas, tulipanes de porcelana que muchos visitantes intentan oler, olvidando que no son flores, sino sueños petrificados. Como aquellas naturalezas muertas del siglo XVII que, sin quererlo, hablaban de la eternidad.

Junto a esta fantasía botánica, también se exhiben dibujos de Degas, Goya y Rubens: obras íntimas, a medio camino entre la idea y el trazo final, como si uno pudiera ver el pensamiento mismo del artista antes de posarse sobre el lienzo. Todo este despliegue floral y gráfico no hace más que subrayar una certeza: la Frick ha vuelto, sí, pero nunca se había ido del todo. Estaba esperando, tal vez, a que los artesanos terminaran de pulir una escalera o a que la primavera trajera de nuevo su perfume.

Como broche, entre el 26 de abril y el 11 de mayo, la institución celebrará un Festival de Música de Primavera, donde el barroco se abrazará con las composiciones contemporáneas en un diálogo de siglos que hará vibrar los muros recubiertos de historia. Porque el arte, aquí, no es solo lo que se mira: es lo que se respira, se camina y se escucha.