Evasión

Películas para recordar a Abraham Lincoln: 160 años del asesinato (en viernes Santo) del presidente más cinematográfico

Henry Fonda en 'El joven Lincoln'.

Sara Tejada

Fue un viernes santo de 1865. En el palco del Teatro Ford de Washington, un disparo sonó como un portazo que cerraba una época y abría una herida. Abraham Lincoln, el hombre del sombrero alto y la barba sin bigote, el leñador que llegó a presidente, cayó abatido mientras asistía a una comedia. Qué irónica manera de morir para alguien que jamás pareció reír del todo.

Aquel disparo no solo mató al presidente de la Unión, sino que inauguró un género: el de los mártires democráticos con vocación de inmortalidad. Desde entonces, Lincoln dejó de ser un hombre para convertirse en símbolo. Y ningún lugar mejor para inmortalizar símbolos que el cine, ese artefacto capaz de resucitar muertos con una luz parpadeante de 24 fotogramas por segundo.

Hoy, 160 años después de aquel disparo, su figura sigue proyectándose sobre la pantalla como un faro antiguo. Porque América y por tanto casi todo el planeta cada vez que se mira al espejo, goza al ver allí la sombra de Abraham Lincoln: honesto, austero, libre. Como una película que se repite cada generación, para no olvidar nunca del todo qué significa ser justo.

El rostro de Lincoln está esculpido en piedra en el Monte Rushmore, pero también ha sido esculpido una y otra vez por actores de todos los calibres. A veces con la solemnidad de un santo, otras con la osadía de un héroe de cómic. Porque Lincoln ha sido muchas cosas: abogado, estadista, orador, mito, vampiro cazador, juguete de Lego e incluso inspiración divina en los monólogos de Clint Eastwood.

Su vida, si se cuenta bien, tiene todos los elementos del gran drama americano: infancia pobre, ascenso político a fuerza de talento autodidacta, guerra fratricida, redención moral, triunfo político, asesinato teatral. El guion perfecto que Hollywood no ha dejado de rodar desde que aprendió a encender una cámara.

Según la revista Time, Abraham Lincoln es el presidente más representado en el cine: 153 veces. Le siguen George Washington y Richard Nixon, pero ellos carecen de ese carisma melancólico que hace de Lincoln una figura esbelta entre la niebla. Tal vez Kennedy, también víctima de un magnicidio, pudiera competir.

Ya en el cine mudo, Francis Ford —hermano del célebre John Ford— lo encarnó nueve veces. Y David Wark Griffith le regaló un final fúnebre en El nacimiento de una nación, donde el asesinato se convirtió en tragedia griega con acento sureño.

Luego llegó el Lincoln de John Ford, el verdadero. El joven Lincoln (1939), con Henry Fonda en estado de gracia, mostraba al futuro presidente en sus días de abogado rural. Allí ya se intuía al político austero, al orador persuasivo, al hombre honrado. Lo llamaban así: "el honesto Abe". Ford, que sabía más de la épica americana que los propios Padres Fundadores, no necesitó la guerra ni el despacho oval para hacer de Lincoln un mito. Le bastó un árbol, una causa justa y la luz crepuscular de una nación aún por nacer.

En 1940, Raymond Massey lo encarnó en Lincoln en Illinois, con esa solemnidad que solo tienen los retratos oficiales. Pero pasaron décadas hasta que Steven Spielberg, el gran mitógrafo de nuestro tiempo, lo resucitó con toda su gloria y sus dudas en Lincoln (2012). Daniel Day-Lewis, camaleón del alma, se transformó en él hasta el último suspiro. La película no era sobre la guerra, sino sobre un artículo constitucional: la decimotercera enmienda. El cine al servicio de una cláusula moral. Y sin embargo, en esa batalla parlamentaria había más tensión que en muchas guerras.

Pero el cine no solo ha querido a Lincoln como apóstol de la libertad. También lo ha disfrazado de cazador de vampiros en una de esas películas que solo Hollywood se atreve a hacer sin pestañear. Abraham Lincoln: Vampire Hunter (2012) -disponible en Disney- lo mostraba con hacha en mano y mirada de vengador. La idea era disparatada, sí, pero reveladora: incluso en el disparate, Lincoln sigue siendo una figura de autoridad moral. Lo mismo ocurre en La Lego Película (disponible en steaming en Amazo Prime y Max), donde aparece hecho de piezas de juguete pero conservando su gesto de padre fundador. Hasta en Mil maneras de morder el polvo (disponible para alquilar en Apple TV y Amazon Video), Lincoln es una caricatura de sí mismo, tan desmesurado como la propia historia de América.

Y luego están sus apariciones fugaces, las sombras de Lincoln proyectadas en otras historias. En La conspiración (2011) (disponible en Paramount Plus), de Robert Redford, el magnicidio se convierte en un juicio sobre los límites de la justicia militar. En Salvar al soldado Ryan (disponible para alquilar en Apple TV y Amazon Video), una carta que Lincoln escribió a una madre inspira toda la misión del rescate. Y en En la línea de fuego, Clint Eastwood se lamenta de no haber estado allí para salvarlo, frente a las escaleras del monumento en Washington, donde Lincoln permanece sentado, de mármol y eternidad, observando como un patriarca cansado a los turistas que suben sin saber a quién saludan.

Lincoln también ha hablado desde las piedras. En Ultimátum a la Tierra (disponible en streaming en Disney Plus), un alienígena lee fragmentos de sus discursos como si fueran versos sagrados. En Caballero sin espada (disponible en streaming en Sony One Amazon Channel y para alquilar en Apple TV), James Stewart busca consuelo ante su estatua. Porque Lincoln no solo es un rostro, es una voz. Y una voz grave, pausada, con olor a madera quemada y batalla ganada. Sus palabras —el discurso de Gettysburg, la segunda inauguración— aún resuenan como campanas de bronce en los guiones más nobles del cine americano.

En el fondo, cada película sobre Lincoln es un intento de volver a mirarlo, de entender qué tenía ese hombre alto, triste y decidido que logró lo impensable: salvar una nación en pedazos y abolir una esclavitud que muchos creían natural como el aire. En cada encarnación, el cine se pregunta no solo quién fue Lincoln, sino quiénes somos nosotros.