Editoriales

Dos caras de la devaluación china


    elEconomista.es

    El Banco Popular de China sorprendió ayer al protagonizar una devaluación del yuan del 1,9%. Se trata de un cambio de calado en la medida en que la autoridad monetaria sólo autoriza, a través del control diario que ejerce sobre la divisa, un rango de fluctuación muy estrecho, del 0,3%. De hecho, desde 1994, no se veía un ajuste de esta envergadura y el impacto en los mercados bursátiles y de materias primas necesariamente tenía que ser intenso.

    Por un lado, con este movimiento, Pekín reconoce de nuevo la necesidad de actuar ante el enfriamiento que sufre su economía (sin duda, sus exportadores agradecerán un yuan más débil después de que sus ventas cayeran un 8,3% en julio). Sin embargo, la devaluación tiene un poder desestabilizador más amplio, en la medida en que abre las puertas a una guerra de divisas. No en vano, el resto de las economías asiáticas, si quieren ser competitivas, tendrán que replicar el movimiento del Banco Popular.

    EEUU también se verá afectado, en un momento delicado, cuando la Fed estudia la primera subida de tipos en una década, que necesariamente reforzará el dólar. Por último, las exportaciones de la UE se enfrentarán a mayor competencia, al tiempo que sus empresas más expuestas al mercado chino acusarán el descenso de las importaciones (las automovilísticas europeas ya sufren una caída en bolsa del 4%). Sin embargo, la devaluación del yuan presenta otra cara que merece valorarse, como una medida que ayudará controlar un factor de riesgo para la economía mundial, como es la desaceleración del PIB chino, y que, sobre todo, constituye un paso más hacia la necesaria liberalización del yuan y de la economía del gigante en su conjunto.