En esta sociedad de lo instantáneo, cuando las respuestas a nuestras interacciones se producen casi de inmediato y los pedidos llegan en cuestión de horas, da la impresión de que la paciencia es una habilidad innecesaria, y en muchos casos olvidada. O no sabemos o no queremos esperar y, cuando algo se prolonga más allá de lo que juzgamos suficiente, ya sea un trámite, una respuesta o un evento importante, comenzamos rápidamente a inquietarnos.
Junto con pensar y ayunar, cuenta Herman Hesse que una de las habilidades de Siddhartha era esperar. Y, pese a que, tal vez, pueda ser hoy considerada una habilidad en desuso, es difícil pensar en un éxito verdaderamente relevante sin la virtud de la paciencia. Porque hay ocasiones en las que no es que las cosas cuesten esfuerzo, no funcionen o que sobrevenga la adversidad, sino que, simplemente, lo único que se puede hacer es esperar. A que ese trámite se resuelva, a que la respuesta se produzca o a que llegue por fin el evento relevante que estábamos esperando. A veces simplemente las cosas no pasan, no llegan. Y no por ningún motivo en particular. Simplemente, no llegan.
En una sociedad como la nuestra, en la que estamos acostumbrados a que las cosas ocurran con el pulsar de un icono, como la luz llega al accionar un interruptor, puede ser muy conveniente recuperar la anciana sabiduría del wu wei, que implica saber esperar, observar cómo los acontecimientos van tomando forma y tomar acción solo cuando realmente estemos convencidos de que se va a producir un resultado. Y el resto del tiempo, simplemente ejercitar la paciencia y esperar. Como Siddhartha.