Está claro que la invulnerabilidad es patrimonio de seres inexistentes aunque sugerentes como Superman. Pero no deja de ser curioso que, a pesar de ser resistente incluso a las balas, sus creadores no le dotaran de una mayor capacidad de aguantar los impactos de la vida. Y resulta mucho más interesante que todos los héroes de comic estén dotados de poderes extraordinarios, pero ninguno tiene el don de ser invulnerable a las dificultades personales. Es más, algunos de ellos son inestables emocionalmente, viven torturados por su pasado o son inhábiles socialmente. Debe ser porque la capacidad de aguantar los disparos de la vida es un misterio difícil de desentrañar.
Pero lo es menos desde que a mediados de los años cincuenta un fascinante estudio investigó a un grupo de niños de Hawaii considerados de alto riesgo debido a sus complicadas circunstancias perinatales y socioeconómicas. Contra todo pronóstico, aproximadamente un tercio de los sujetos de la muestra se desarrollaron como adultos felices a pesar de los variados infortunios que habían acontecido en su vida, mientras que el resto del grupo al crecer atravesó todo tipo de esperables dificultades, tales como problemas de lenguaje, de conducta o de salud mental.
A esa capacidad la llamaron resiliencia, y desde entonces sabemos que hay seres humanos que son más poderosos que Superman, porque presentan una increíble resistencia a las adversidades.
Y sabemos algo mucho más útil: que esa capacidad se puede aprender.