Ponte da Boga, cuando la vendimia es un acto heroico
Javier Mesa
Las variedades de uva Merenzao, Brancellao o Blanco Lexitimo, auténticas desconocidas para la mayoría de los consumidores de vino, empezaron a cultivarse en las riberas de los ríos que marcan el límite fronterizo entra las provincias de Lugo y Ourense, hace cerca de mil años.
Los responsables fueron los monjes de los monasterios que propiciaron que los angostos cañones donde confluyen los ríos Edo, Sil y Miño se convirtieran a partir del siglo VIII en el espacio europeo con mayor concentración de arte románico y en escenario de un paisaje agrícola único. Los terrenos llanos se dedicaban al cultivo de huertas y frutales, mientras que los desniveles fueron destinados por los religiosos a viñedos en terrazas. Estos monjes agricultores del medievo fueron el germen de lo que ahora se conoce como 'viticultura heroica', una técnica que, con el paso de los siglos, quedó en el olvido y se mantuvo en la zona como una práctica residual para el autoconsumo de las familias.
Tras un largo periodo de declive de la actividad y la plaga de la filoxera que arrasó los cultivos de la vid de media Europa a finales del XIX, la familia de Pascasio Fernández funda en el concejo de Castro Caldelas la bodega más antigua de la Ribeira Sacra en 1898, Ponte da Boga. En ella elaboraban vinos con las uvas de sus propios viñedos.
Sin embargo, el éxodo masivo del campo a la ciudad hizo que la bodega cerrara en los años 70 y permaneciera inactiva hasta que en los 90, un grupo de románticos viticultores arrancaran con el sueño de poner en valor el producto de una zona tan singular como la Ribeira Sacra. Con la creación en 1996 de la denominación de origen, el sueño fue tomando cuerpo gracias a la recuperación de los viñedos arrasados por la plaga y sus uvas autóctonas, a las que acompañaron nuevas variedades como la Garnacha o la Palomino, aunque la gran estrella de la zona fue la Mencía.
El 'trenillo' de 'Sindo'
Fue la época de personajes pioneros como Gumersindo 'Sindo' Díaz (en la imagen), que transformó literalmente a pico y pala una finca de tres hectáreas de monte que transcurren entre los 280 y los 530 metros de altitud y presentan desniveles medios de entre el 50 y el 60% en un viñedo representativo de la zona en el que la recogida de la uva solo puede realizarse a mano. El hecho de que ni los cuadrúpedos pudieran manejarse en esas pendientes llevó a 'Sindo', proveedor de Ponte da Boga, a idear un sistema de raíles para transportar en un 'trenillo' los cajones de uva recogida a mano y que se han convertido en icono de la viticultura heroica. La ilusión de este viticultor era arrancar de esos bancales terrosos "algo mejor que un Vega Sicilia".
Este espíritu de superación en un paisaje singular, que se mantiene vigente en lo que ya se conoce como la 'Finca de Sindo', enamoró a finales de los 90 a José María Rivera, presidente por entonces de la Corporación Hijos de Rivera, hasta el punto de adquirir Ponte da Boga y sus viñedos en 2006 para hacer suyo su proyecto vitivinícola.
Recuperación enológica
Desde entonces, el enólogo Rubén Pérez, dirige la estrategia de la bodega y apuesta por la diferenciación de sus vinos a través de un catálogo que incluye unas uvas minoritarias y autóctonas, además de las predominantes de la zona, las populares Mencía y Godello, que también trabajan. Se trata de las Brancellao, Merenzao y la Blanco Lexítimo, una uva de la que aún son los únicos productores en la denominación y con la que fueron los pioneros en elaborar un vino bajo un sello de calidad.
Su labor, desde entonces, afronta un reto añadido al del complicado acceso a unas viñas donde algunas cepas solo se pueden alcanzar desde una barca: el del cambio climático. "Cuando llegué, la vendimia en la zona empezaba a comienzos de octubre y ahora nos vemos obligados a adelantarla a principios de septiembre por las altas temperaturas", aclara Pérez. "Debemos adaptarnos una vez más a las circunstancias y aprovechar oportunidades como el que nuestra ancestral Brancellao tenga una mejor resistencia al cambio climático que la Merenzao, pero teniendo en cuenta que reconvertir un viñedo en la Ribeira Sacra requiere una década aproximadamente".
El impulso de Hijos de Rivera en esta bodega centenaria y heroica se traduce en una producción anual de 40.000 botellas de sus tintos, blancos y rosados, un 75% de los cuales se comercializan en el mercado de proximidad y el resto en canales del resto del país como la hostelería, tiendas gourmet o especializadas y su e-commerce. Su reducida distribución refleja el carácter exclusivo de un producto obtenido en zonas con menores rendimientos por hectárea a y donde el coste de una mano de obra muy especializada y escasa se multiplica.