Política

Del polémico chalet a la demolición de una marca

  • En política es más importante aparentar que ser
Pablo Iglesias. Foto: Efe

Francisco Jerez Lozano

¿Se imagina que el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, acudiese a una procesión y escupiese al paso de una virgen diciendo que la iglesia católica engaña a la gente con el controvertido asunto del aborto? ¿Se imagina acaso que Albert Rivera, líder de Ciudadanos, quemase una bandera de España y negase la corrupción de la familia Pujol, aplaudiendo su honorabilidad? ¿Se puede usted hacer a la idea de que Pedro Sánchez, al frente del PSOE, atacase el feminismo porque es igual que el machismo? ¿Y que Donald Trump, presidente de EEUU y líder controvertido donde los haya, se presentase con una excavadora frente al muro con México para derribarlo?

Esta es la clase de demolición que ha causado Pablo Iglesias al corazón de Podemos, a la ejemplaridad de vivir como la gente frente a la casta que vive en torres de marfil. En política es más importante aparentar que ser. No es un error de politólogo, sino de político primerizo. Maquiavelo, Baltasar Gracián o Azorín escribieron sobre cómo debe comportarse el buen político, y sus indicaciones, claves para quien quiera entender de este 'negocio' y sacar algo en claro, distan en este caso de los hechos.

La incoherencia del discurso histórico mantenido por Iglesias conlleva un daño de credibilidad como líder que, sin lugar a dudas, va a provocar un punto de inflexión en su carrera política, independientemente de lo que termine sucediendo con su extraña consulta. Solventar con una votación interna de las bases es un intento de cerrar en falso un debate que claramente ha transcendido a la opinión pública, teniendo en cuenta además, el funcionamiento interno de los aparatos de los partidos y la democracia más que cuestionable en este tipo de votaciones en clave interna.

Los intereses del partido distan de la realidad del común de los votantes. En Podemos a nadie le interesa abrir una nueva crisis con comicios electorales al año siguiente -no olvidar las municipales, las autonómicas y las europeas, que en 2014 fueron su plataforma de lanzamiento-, y la autocrítica es un reducto para aquellos que no quieran estar en las futuras listas.

No obstante, maquillar el debate hace que desconectes del electorado, ya que es un asunto que está lejos de desaparecer de la agenda, sobre todo cuando hay ganas de escarnio por parte de distintos medios y rivales políticos.

El daño que han hecho Pablo Iglesias e Irene Montero es claramente a la marca de Podemos, y quién sabe cómo afectará a su corta, pero intensa carrera política. Si ya costó digerir que sean pareja quienes dirigen un partido asambleario, más difícil será entender que hayan imitado tanto a la casta. A aquella a la que supuestamente criticaban al publicar tuits sobre los áticos de un conocido exministro, hoy de aventura en Fráncfort.

Su apelación final a los inscritos para que tomen la decisión es una suerte de bonapartismo que evidencia el cráter de credibilidad que acaba de abrir Iglesias con esta demolición de su ejemplaridad. Un socavón demasiado profundo para los que de manera sincera llenaron las plazas el 15-M hace ahora siete años, y al grito de 'No nos representan'.