Política

El alma del PSOE

    Pedro Sánchez con César Luena en el comité. <i>Imagen: Reuters</i>

    Carmelo Encinas

    Cuando Pablo Iglesias manifestó su disposición a gobernar a pachas con Pedro Sánchez sabía el daño que hacía en el PSOE. Aquella bomba lapa que colocó tras su entrevista con el Rey llevaba un temporizador listo para hacerla estallar en la mañana del 30 de Enero, en la reunión del Comité Federal.

    El artefacto no contenía dinamita, amonal ni ningún otro elemento químico deflagrante, su carga era biológica. Portaba el virus que más daña al partido desde que su fundador lo creara hace 137 años, el de la desunión.

    El momento y la forma en que Iglesias planteó su oferta de gobierno revelaba esa estrategia tan conveniente para PODEMOS cuya intención declarada es arrebatarle el electorado a los socialistas y convertirse en la fuerza hegemónica de la izquierda en España. Si su mejor opción fuera de verdad un gobierno de coalición encabezado por Sánchez, nunca lo habrían planteado en términos tan retadores, exigentes y ofensivos como los que exhibieron en Zarzuela.

    Iglesias quiso irritar a quienes rechazan con más virulencia cualquier entendimiento con los de morado y el reflejo que tuvo en la reunión de Ferraz da cumplida cuenta de hasta qué punto tuvo éxito. El Partido Socialista está hoy más dividido que nunca, y es en gran medida por la labor de zapa ejercida desde la dirección de PODEMOS. Resulta, pues, incomprensible que los dirigentes del partido más antiguo y determinante en la historia de España entren al trapo de tan evidente manera escenificando semejante espectáculo de pelea de gallos.

    Lo entendería si hubiera un fundamento ideológico profundo que justificara la brecha pero no lo hay, es solo una lucha por el poder. Quienes presenciamos en su día cómo la Federación Socialista Madrileña saltó por los aires porque Alfonso Guerra decidió matar políticamente a Joaquín Leguina, para controlar mejor el cotarro, recordamos también lo que era el omnipotente socialismo de Madrid y en lo que fue quedando paulatinamente reducido. Nunca más volvió a levantar cabeza. Es un claro ejemplo de cómo una batalla de familias puede conducirles al suicidio político sin que medien diferencias ideológicas reconocibles.

    Asistimos ahora a una guerra intestina larvada desde hace año y medio que implosiona en el momento más inoportuno. Casi nada de lo que ha ocurrido en el PSOE desde la noche del 20 de diciembre es de recibo. Ni la ausencia de autocrítica de su secretario general tras los exiguos resultados obtenidos, pasando por el debilitamiento a que le sometió la oleada de críticas de sus barones en un momento clave, hasta llegar al Comité Federal del sábado en que han dejado la herida abierta en carne viva, nada han hecho que les enaltezca ante la ciudadanía.

    Es verdad que lograron acordar una fecha del congreso gracias a la mediación de Iceta y García Page, los dos barones con más cintura que hay en el partido, pero ese calendario está sujeto a los avatares del complicado proceso de investidura en el que el país está inmerso. Tampoco parece que ayude a solucionar el lío el someter los pactos a las bases, no solo por lo que resta de autoridad a los órganos del partido sino por lo que recuerda el proceder de formaciones como la CUP que llevó la democracia participativa al delirio.

    Por pírricos que resulten sus 90 diputados lo cierto es que el PSOE tiene en su mano la gobernabilidad de España. Cualquier combinación requiere su concurso. Entenderse con PODEMOS podría ser viable y hasta aceptada a regañadientes por los más reacios del partido. En cambio, el beneplácito o la abstención de los separatistas, matemáticamente imprescindible para que prospere la investidura, se me antoja poco menos que indigerible.

    La pregunta es si Pedro Sánchez intentará realmente esa opción o bombeará deliberadamente en vacío para mostrar su inviabilidad antes de intentar otras alternativas. En el universo socialista, descartar el pacto de izquierdas está mal visto. Como en Andalucía, Ciudadanos sería el socio ideal pero la aritmética se queda corta. Requeriría la abstención de PODEMOS que parece cosa de ilusos, o la del PP que, por el momento, solo entiende el patriotismo en beneficio propio.

    Sea como fuere es al PSOE a quien le toca jugar y hacerlo con el alma partida resulta temerario.